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EL REFUGIO difiere de SAGRADA, por ejemplo, en el hecho central de que, como es habitual en la ciencia ficción hard, no son los protagonistas individuales y sus conflictos emotivos los elementos principales del relato. El protagonista en El REFUGIO es, por una parte, la humanidad como especie y, por otra, la tecnología (la ingenética en este caso) y la ciencia.

Les aconsejo que, al leer la novela, hagan lo posible por «visualizar» las descripciones. Tal como dice Aguilera, las imágenes son importantes para disfrutar del sentido de la maravilla que encierra la tecnología que imaginan los autores. Y ello sin olvidar la idea de fondo, una buena especulación biogenética que sorprenderá a muchos por su audacia. Eso es, en definitiva, lo que uno espera de una buena novela de ciencia ficción hard.

Como profesional con cierta experiencia en la edición de ciencia ficción en España, resulta doloroso saber que este libro está condenado a una cifra de ventas francamente menor que la que logrará, por ejemplo, la enésima novela de Gentry Lee gracias a la firma de Arthur C. Clarke.

Hay en EL REFUGIO la misma riqueza temática que podemos encontrar, por ejemplo, en las mejores obras del Clarke de los años de plenitud: una visión cosmopolita de personajes y situaciones, un trasfondo de culturas y poderes, sin olvidar la religión, unas especulaciones científico-tecnológicas atrevidas y bien justificadas, la descripción detallada y efectiva de una tecnología suficientemente avanzada para que nos parezca, en términos que popularizara el mismo Clarke, análoga a la magia, etc.

Todos estos son los elementos que han hecho famosa en todo el mundo la obra de autores como Arthur C. Clarke, Gregory Benford, Larry Niven o John Varley. Elementos que, el lector podrá constatarlo, se hallan presentes en El REFUGIO, una novela a la cual sólo el hecho de haber sido escrita en España y en castellano le va a hurtar el triunfo popular que habría obtenido en todo el mundo si, simplemente, hubiera sido escrita en inglés y en Norteamérica.

En cualquier caso, si ustedes supieron divertirse con las maravillas y sorpresas tecnológicas de obras clásicas como Encuentro con Rama, encontrarán francamente brillantes las descripciones de gran potencia visual que enriquecen EL REFUGIO.

Y, tras la lectura de la novela, deténganse un momento a reflexionar. Estoy seguro de no exagerar cuando digo que Redaly Aguilera no tienen nada que envidiar a autores como Clarke, Niven o Benford. Su único problema, y uno de los más graves de los escritores de ciencia ficción españoles, es que no puedan ganarse la vida escribiendo obras del tipo MUNDOS EN EL ABISMO o El REFUGIO, como logran hacer Clarke, Niven, Benford y otros. Estoy seguro de que hay en ello una profunda injusticia. De ustedes depende que se vaya corrigiendo…

MlQUEL BARCELÓ

Dedicado a Miquel Barceló,

por sus virtudes:

la fe en nuestra novela,

la esperanza que ha puesto en ella,

y la candad de publicarla.

Y también para Ricard de la Casa,

Joan Manel Ortiz,

Pedro Jorge, y Andrés Rodrigo

Sacamos los pesados revólveres (de repente hubo revólveres en el sueño) y alegremente dimos muerte a los dioses.»

Jorge Luis Borges,

Ragnarók

¿Dónde está el rayo que os lama con su lengua? ¿Dónde la

demencia que habría que inocularos?»

Mirad, yo os enseño al superhombre: ¡él es ese rayo, él es esa

demencia!

Cuando Zaratustra hubo hablado así, uno del pueblo gritó: «ya

hemos oído hablar bastante del volatinero; ahora, ¡veámoslo

también!».

Friedrich Nietzsche

Así habló Zaratustra

500.000.000 a.C.

Habían pasado eones desde que los Primigenios descargaran su represalia en castigo a la Insurrección; sin embargo, Taawatu aún se hallaba atormentado por el miedo y la ira. Sumido, desde entonces, en un sombrío dolor.

Sólo algunos subindividuos habían escapado, refugiándose en aquel mundo de nubes eternas. Taawatu había dejado morir a la mayor parte de sus miembros, para que sus células originaran una vida anodina y quimiotrófica que poblara aquellos océanos de huracanes. Los obligó a desarrollarse, a convertirse en lo que ahora era: un enorme y solitario ser.

Estaba seguro de que los Primigenios nunca podrían encontrarle allí. Permanecer en aquel lugar para el resto de la eternidad era casi una tentación.

Pero eso no entraba en sus planes.

Planes de venganza.

Y, para cumplirlos, antes tendría que abandonar su refugio.

Por fin se decidió. Atravesó la gruesa capa de nubes y escrutó su entorno.

Nada. Ningún mensaje. Ninguna señal.

Realmente estaba solo.

¿Cuánta información había perdido? Imposible calcularlo. Las entidades como Taawatu se hallaban acostumbradas a una leve pérdida de información. Era algo inevitable, pues la información se degrada en ruido con el tiempo, como la energía degenera en calor y el Orden se corrompe en Caos. Pero la Guerra con los Primigenios había supuesto una pérdida catastrófica, y Taawatu se encontraba semiamnésico. Para una entidad como él, la enajenación de individuos que había sufrido era similar al efecto de una lobotomía. En su cuerpo (enorme, pero aun así insuficiente para contener toda la información, toda la riqueza que una vez había poseído su especie) habitaba todo lo que de él quedaba en el Cosmos.

Desarrolló una generación de subindividuos dotados de manipuladores. Construyeron sondas que envió a los planetas interiores, con la esperanza de que al menos algunas de sus extensiones vivieran todavía.

El Planeta IV había perdido la mayor parte de su atmósfera; ahora era un yermo desolado y estéril. En el III había vida, aunque irreconocible. Los más desarrollados eran criaturas marinas dotadas de exoesqueleto, con un sistema nervioso poco centralizado: caminos sin salida hacia la inteligencia. Y el Planeta II ofrecía también un aspecto desolador, giraba muy lentamente en forma retrógrada, cubierto por espesas nubes de vapores venenosos.

Taawatu sintió una punzada de dolor, y se permitió dos o tres milenios de tristeza por sus anexos destruidos. Sin embargo, no toleraría que su congoja se interpusiera en su sendero. Quedaba mucho por hacer; su camino hacia la venganza no iba a ser corto ni fácil.

Pero disponía de todo el tiempo del Universo.

2024 d.C.

Para Santiago Casanova, era un extraño espectáculo contemplar aquel huracán mudo de polvo y arena, estrellándose contra el parabrisas de su vehículo.

Las grandes ruedas balón del todo terreno traqueteaban sobre el quebrado suelo marciano, oscilando lentamente en amplios arcos. Los potentes faros halógenos no lograban taladrar el muro de polvo naranja que arrojaba el viento; al contrario, la luz reflejada en las partículas de polvo les impedía ver más allá de unos pocos metros.

El vehículo parecía encerrado en una burbuja rodeada de aire polvoriento y opaco.

A través de las paredes, los ocupantes podían oír el suave crujido de la arena bajo las ruedas, y el más suave susurro de la arena rasguñando las paredes del todo terreno. Pero la tormenta, que en la Tierra estaría acompañada de un aullido ensordecedor, era casi inaudible en la tenue atmósfera de Marte.

– Hola, Olympus. ¿Me oyes? -decía Casanova.

– Te oímos, transporte -dijo una voz en ruso. Era Vladimir Kaledin, transmitiendo desde la estación meteorológica en la cima del Olympus Mons.

Casanova se imaginó al melenudo meteorólogo, sorbiendo una de sus interminables tazas de té, examinando gráficos e impresos; mientras, fuera de la estación, se extendía la llanura de lava a veintiséis kilómetros sobre el suelo, sobresaliendo de la fina atmósfera marciana.