– Es sólo un momentico para hacerle una pregunta, Asensio.
– Usted dirá.
– ¿Usted ha hecho el trozo nuevo de la cerca del Cementerio?
– Sí, señor.
– Me ha dicho Matías que antes de cerrarlo del todo dejaron una brecha para sacar materiales.
– Así fue.
– ¿Se acuerda usted cuándo acabaron de cerrar el muro?
– Cosa de seis u ocho días.
– ¿Me lo podría decir con exactitud?
– Sí, alcontao.
Entró en la cocina a buscar algo. Aquella familia, sin quitar los ojos de encima al guardia, comían muy despacio.
Asensio salió en seguida con una libretilla entre las manos. La hojeó, arrimándose a la única bombilla que iluminaba el patio.
Un perro caneloso husmeaba junto al pozo, y bajo la parra se veían herramientas y materiales del oficio.
– El veintiséis de este mes dimos de mano.
– Es decir, hace cinco días.
– Eso es.
– Pero según Matías la brecha estuvo sin cerrarse bastante tiempo.
– Sí; se puso malo uno de los chicos que iba a hacerlo y como yo tenía a toda la gente en la obra de los Peláez, hubo que esperar.
– ¿Como cuánto?
– ¿Como cuántos días estaría malo Juaneque? – preguntó a su mujer.
Ella quedó pensando. Los dos chicos y la chica, casi una niña, seguían masticando sin dejar de mirar al guardia, ausentes de la televisión.
– Pues sí, estaría un mes. Ya sabes que se levantó y tuvo que acostarse al otro día… De los bronquios que está el pobre muyechao a perder, ¿sabe usted?
– De modo – puntualizóPlinio – que estuvo abierto el muro medio mes de mayo y casi medio de junio.
– Pues una cosa así.
– Otra pregunta: ¿no recuerda si vieron por allí algo anormal… como de haber pasado alguien…?
– Si le digo a usted la verdad, yo no volví por allí. El Juaneque y un peón liquidaron aquello solos… Pregúntele usted a él por si se acuerda de alguna huella o de lo que ustedes busquen.
– ¿Dónde encontraríamos ahora al Juaneque?
– En el cine de verano de don Isidoro está de acomodador.
Desde casa de Asensioel Nuevo marcharon al "Cine Avenida".
– Hacemos esta diligencia y nos vamos a cenar tranquilos – dijoPlinio a su amigo.
Todavía faltaba tiempo para empezar la función de la noche. El cine estaba en el gran patio de una casa particular, antes bodega. Se atravesaba un portal anchuroso, luego un breve jardín, y aparecía el patio muy iluminado, con sillas plegables de madera colocadas en filas y dejando pasillos.
Los acomodadores, esperando la hora del NO-DO, hacían corro, algunos sentados en la fuentecilla del jardín. Al ver entrar al Jefe y al veterinario interrumpieron su parla.
– ¿Qué hay, muchachos? – dijoPlinio en tono campechano para quitar importancia a la visita.
Luego de unas palabras de ambientación sobre la noche tan buena que hacía, y otras nonadas,Plinio preguntó sin énfasis:
– ¿Cuál de vosotros es Juaneque?
– Un servidor – respondió con cierto reparo un chico solidote, de poco cuello y cara avispada.
Todos quedaron mirando hacia él.
– Se trata de unas preguntas sin importancia. Vamos a ver. ¿Tú has estado trabajando en la cerca nueva del Cementerio?
– Sí, señor.
– Nos ha dicho tu maestro que estuviste enfermo casi un mes y que luego fuiste con un peón a cerrar la tapia que habíais dejado abierta.
– Así fue.
– ¿Recuerdas si cuando volviste a dar de mano a la obra visteis algo raro?
– ¿Algo raro?
– Sí… Alguna cosa que te llamara la atención.
– No caigo en lo que usted quiere decir – replicó al fin.
– Vamos a ver si te oriento… Tú sabes, como todo el pueblo, el jaleo en que andamos con ese muerto metido en un cajón que dejaron en el nicho de Antonioel Faraón.
– Sí, señor.
– Bien, pues pensamos que lo más fácil es que lo entraran por esa parte de la cerca que estaba por concluir.
– Ya lo entiendo. Usted quiere saber si yo vi huellas o cosa así.
– Quiquilicuatre. Huellas de pie, de ruedas…, yo qué sé. Algo.
– No, señor. Mejor dicho, sí, señor. Huellas sí que había y muchas, pero no era cosa de reparar en ellas. Allí fue muchas veces el camión que llevaba los materiales… y pisábamos muchos. Otra cosa no vi, no, señor… De haber estado alerta, usted me entiende, a lo mejor habría columbrado algo raro, pero así sin malicia, no vi cosa mayor.
Empezaban a llegar al cine los madrugadores, y algunos, al ver allí al Jefe y a don Lotario, se sumaban al corro.
– ¿Y cómo es el cajón donde venía el muerto, Jefe?… si puede saberse – preguntó Juaneque de pronto.
– Sí, hombre. Un cajón de casi dos metros de largo y medio de alto y ancho.
– ¿Blanco?… quiero decir de pino.
– Sí… ¿Por qué me lo preguntas?
– Porna… Por hacerme una idea.
– Otra pregunta y es la última: ¿Tú crees que un cajón así podrían haberlo pasado por otro sitio del cementerio?
– No sé qué le diga. Yo no conozco bien más que aquella parte.
– Bueno, pues hala, a trabajar, que ya llega el personal.
Apenas salieron preguntó don Lotario aPlinio:
– Oye, Manuel, ¿no te ha extrañado esa pregunta que ha hecho de cómo es el cajón?
– Sí… pero ya sabe usted cómo es la gente, en seguida quieren ser policías por su cuenta. Ya le daremos otro toque si viene al caso. Y hablando de otra cosa: mañana temprano, si usted puede, quería yo que fuésemos a "Miralagos", la casa de don Ignacio, a ver qué saben de él y a darle gusto al amigo Carnicero.
– Naturalmente que puedo, Manuel. ¿A qué hora nos vemos en casa de la Rocío?
– A las ocho.
SABADO
Como en Castilla no hay primavera, según dijo dos días antes don Lotario contemplando la plaza desde el balcón del Casino de San Fernando, aquella mañana amaneció ya cuajada de verano.
Camino de "Miralago", carretera adelante,Plinio y el veterinario hacían las reflexiones pertinentes sobre el tiempo.
– Fogosico apunta el día.
– Y el sastre sin terminarnos los uniformes de verano. Este paño azul es una "salamandra".
Los pámpanos de las vides verdeaban tensos, casi translúcidos a uno y otro flanco de la carretera de Argamasilla. Enfilada la de Ruidera, a la derecha las choperas y alamedas del Guadiana. A la izquierda, el llano verde, las mieses doradas y las barbecheras pardas. El cielo, como una gran caída de luces inmirables. Unos kilómetros más allá, los hilos de viña trepaban prietos y simétricos por la barriga suave de rientes alcores.
Aquella anchura de horizonte, aquel despeje de campos despiezados a sus anchas, daba a los ojos hondura y respiro al ánimo. La albarda del cielo caía en campana sobre el terreno sin lindes. Los suaves toques blancos de los pueblos lejanos flotaban como trasgos alegres y mañaneros sobre el lejano ribete del horizonte. Estaban próximos al pantano de Peñarroya y al castillo del mismo nombre. Castillo que, como en el de San Servando, nunca pasó nada digno de crónica.Plinto saludó con la mano a unos guardias civiles que estaban en la puerta de un barracón.
RevinabaPlinio que las tierras nuevas, las mieses en sazón y los verdes viñedos otra vez logrados en aquella mañana, desmentían la historia de los hombres que fueron. Todo parecía como recién nacido. Aquella vieja geografía acababa de ser creada tras el mantillo purgativo de la noche. Las fábulas de sufrimientos y trabajos, de huesos enterrados y muías enloquecidas, de ruinas y fornicaciones, de explotadores y explotados las despejó la noche y el recambio de la naturaleza que es la primavera. Otra vez aparecía la mesa llana con mantel nuevo. Limpia la cristalera del. cielo y zumosa la tierra. Los verdes jóvenes de la pampanería nada sabían de la vida que fue. Y aquellas mieses que quebraba la hoz o la maquinaria, eran símbolos de un morir repetido que la naturaleza no se paraba a considerar.