– Ahí está elquid de la cuestión – replicó el guardia completamente en serio.
– No creo que sea cosa local.
– Ya veremos.
Volvieron al porche y se encontraron con don Saturnino y Enriquito el de la fonda. Plinio les presentó al detective y preguntó al fondista si había averiguado el nombre del huésped.
Enriquito, sin responder, con mucha pausa, se sacó un papel del bolsillo y se lo mostró a Manuel. Éste se caló las gafas y leyó en voz alta: "Fernando López de la Huerta. Nacido en Tomelloso en 1896. Procedente de Valladolid".
Plinio quedó pensativo.
– Según le dijo a Andújar el de las maletas, su padre había estado aquí muchos años de maestro de escuela. Y el hombre éste pasó aquí su niñez, y aquí enterraron a su madre. Él también era maestro en Valladolid.
– ¿Y cómo no viene Andújar a reconocer el cadáver?
– Ya ha venido esta mañana y dice que puede ser, pero que no está seguro… Ya sabe usted que es un poco cegato… Y luego lo que pasa, que la muerte come mucho el físico de las personas.
Plinio ofreció el papel al detective.
– ¿Podrían averiguar ustedes si este hombre está vivo?
– Naturalmente.
– ¿Y usted, doctor, recuerda algo más de la enfermedad de este hombre?
– No. No recuerdo más de lo que le dije.
El agente miró al reloj y añadió que se volvía a Alcázar; que procuraría volver al día siguiente con la diligencia hecha.
Enriquito añadió que también se volvía, si no lo necesitaban, porque ya iba siendo hora de servir la comida en la fonda.
Cuando quedaron solos,Plinio sacó la fotografía de don Ignacio en traje de baño y se la mostró al forense.
Don Saturnino miró la fotografía con ojos escépticos.
– ¿Quién es? – preguntó al fin.
Don Ignacio de la Cámara Martínez, a los veinticinco años.
– Bueno… cuando se quede el Depósito vacío destapamos el cuerpo y comparamos. ¿A usted le dice algo?
Plinio se encogió de hombros.
Se oyeron unas carcajadas. Eran de unos jóvenes que rodeaban alFaraón. Uno de ellos no podía contenerse y se doblaba con las manos sobre el estómago.
– ¡Que te va a dar algo, muchacho! – le gritóPlinio.
El aludido se acercó al guardia sin dejar de reír.
– ¡Ay, Dios mío, y qué salvajes!… Nada, queel Faraón nos está contando las bromas que suelen gastarse él y sus amigos el Pianolo y Rufilanchas.
– Son muy animales. Pero de toda la vida.
– Ahora nos refería la de la Feria de Sevilla, que ha debido ser una de las últimas. ¿No la saben ustedes?
Todos negaron con la cabeza.
– Sí, hombre; parece que el año pasado fueron los tres a la Feria de Sevilla. Y una madrugadael Pianolo y él llegaron al hotel bastantico cargados, con idea de recoger unas cosillas y marcharse a Córdoba a pasar el resto de la noche con dos tremendonas que se dejaron abajo, porque el hotel era muy moral. Como al entrar en la habitación vieron al Rufilanchas que dormía a pierna suelta, se les ocurrió la idea de embarcarlo a base de bien. Le quitaron toda la ropa, las maletas y el dinero. Bajaron con todo su equipaje, pidieron la cuenta y se largaron con las "furcias" para no volver… El pobre Rufilanchas amaneció en cueros vivos a eso de mediodía, con una resaca magistral…
Y venga buscar y buscar; y que no encontraba nada, contó luego. Él creía que la chispa todavía le duraba.
Y miraba y remiraba el armario, se asomaba debajo de la cama. Llegó a pensar que se había equivocado de cuarto. Abrió la puerta con cuidado para que no lo vieran en pelota, y vio que no había error, que aquella habitación era la que habían alquilado. Allí estaba el número. Poco a poco,Rufilanchas se fue encalmando, empezó a revinar y cayó en la cuenta de lo que había pasado. Preguntó por teléfono a la Dirección, y efectivamente, le dijeron que el Faraón y el Pianolo habían pagado la cuenta y marchado la noche anterior… A todo esto el hombre liado en una sábana porque ni calzoncillos le habían dejado…
El Faraón, al ver que aquél repetía su broma ante los guardias, don Lotario y el médico, pausadamente y seguido de los que con él estaban, se vino riéndose y empalmó con la relación del otro:
– Ni peine le dejamos al pobrecico… Como no podía moverse, ¿qué iba a hacer? Llamó otra vez a la Dirección y dijo lo que le pasaba. Subió el director y le preguntó:
– ¿Y qué va usted a hacer?
– Pues lo que es hacer… Como no me tire por el balcón…
En fin, el del hotel le aconsejó que pusiera una conferencia a su casa pidiendo dinero por giro telegráfico para poder comprar ropa y eso. Y así lo hizo mi bueno deRufilanchas. Pero lo que pasa: el dinero, que no llegó hasta la noche, la ropa hecha que no le venía, como es tan raro… Total, que tuvo que estar cuatro días en cueros en la habitación hasta que un sastre le hizo el traje… que tuvo que tomarle medidas allí mismo; el camisero unas camisas, ropa interior y qué sé yo cuántas cosas. Y a todo esto, venga de divertirse la gente en la Feria… El pobre, más cabreao que un enano, le decía al director: "Si al menos tuviera usted por ahí una chilaba". Con este dicho se hizo famoso en el hotel v todos le decían "el de la chilaba".
Al volver a oír lo de la chilaba, el mozo reanudó la risa.
– Cuatro días con sus noches… ¿qué hacías?, le preguntamos luego. "Jurar venganza contra vosotros, venganza a muerte…" Claro, al hombre le subían el "Marca" todos los días. Pero como se lo leía al contao, pues otra vez a aburrirse. Menos mal que una de las criadas que era muy futbolista, compadecida de él, al segundo día le subió un montón de "Marcas" viejos. Y con ellos se entretuvo hasta que le acabaron el ajuar… Yo ya no me acuerdo de muchas menudencias. Pero cuando nos encontramos por primera vez en el Bar Alhambra y nos contó toda su odisea, es que nos meábamos… ¡Ay, Dios mío! Nos tenemos hechas muchas de ésas. Luego, el hombre se marchó a vivir a Barcelona y se acabaron aquellas juergas tan ricas.
– Hombre, todavía le queda a ustedel Pianolo para hacer salvajadas de ésas – dijo el médico.
El Faraón titubeó un poco al oír lo de "salvajadas", que estaba dicho con toda intención… pero en seguida remontó el efecto:
– Sí, pero con dos cunde menos. Las bromas requieren más acuerdos.
– Bueno, a todo esto son las dos de la tarde – dijo Plinio consultando su reloj de bolsillo -. Habrá que irnos a comer, don Lotario, porque aquí no se vende una escoba…
– Cuando tú quieras.
– Maleza, ¿no hubo nada de particular por aquí esta mañana?
– No, Jefe; alguna chuscada que otra. Poca cosa.
– Hombre – saltóel Faraón -, hubo una muy buena.
– ¿Lo del carnicero? – preguntó Maleza.
– No, lo de PepeLamuerte .
– ¡Ah, sí!
– PepeLamuerte que llegó, como siempre, con una trompa como una cisterna, se plantó a los pies del pobre Witiza (que verá usted, don Lotario, que ya lo digo bien) y empezó a llorar como una magdalena llamándole Pedro Eugenio. "¡Ay, Pedro Eugenio mío, con lo que tú y yo hemos bebido juntos y que ahora te vea así! Anda, Pedro Eugenio, amigo, levántate y vamos a tomar una copa a casa de Felipe, aquí con el amigo Antonio, ya verás cómo se te arregla el cuerpo… Pedro Eugenio querido, ¿te acuerdas de aquel perro mieleño que tenías y que jugaba tanto conmigo…? Pues por la calle anda solico buscando tu huella…"
– Y cuando le dije que no interrumpiera la cola – corto Maleza – y que circulase, dejó de llorar, me miró muy serio, me hizo el saludo militar y marchó dando bandazos y discurseando solo.
– Bueno, entonces, oído lo del PepeLamuerte – repitió Plinio – nos vamos a comer.
– Yo no puedo venir esta tarde, Manuel – dijo el médico.
– ¿No?
– Se lo digo por si quiere, ahora que no hay gente, que hagamos esa diligencia.