– De acuerdo – respondióPlinio cayendo en la cuenta-. Vamos un momento.'
Ambos, sin añadir palabra, se entraron en la "Sala Depósito", cerraron con llave y quitaron el sudario al cuerpo.
En la gran habitación destinada para Sala resultaba muy canija la mesa de mármol donde estaba el cuerpo. Junto a las paredes se veían imágenes y cruces que allí depositaba el camposantero. Entraba una luz restallante por la ventana que hacía al muerto menos misterioso.
Don Saturnino sacó la fotografía de don Ignacio en traje de baño y empezó a comparar.Plinio, con gafas puestas cuando miraba la foto por encima del hombro del médico y alzadas hasta la frente si miraba el cuerpo muerto, inspeccionaba también por su cuenta.
– La anatomía en general, dentro de las diferencias de edad, podría ser – aventuró el médico -. También la forma de la cabeza. Pero las manos no parecen.
– No; las del muerto son más grandes, de más esqueleto. Claro que los años deforman mucho… Las orejas tampoco se parecen.
– Yo me fijo siempre en el esqueleto, que es lo que dura. Las partes blandas, Manuel, se deforman totalmente. De todas formas no me fío… Es un testimonio tan distante e imperfecto… ¿Por qué no manda usted que hagan una ampliación bien grande de las manos de esta foto?
Cuando llegaron a la Plaza, bajo los soportales de la posada vieron un gran corro de gente.
– ¿Qué pasa ahí? – preguntó don Lotario.
– El pueblo está alborotado con el dichoso muerto.
– Alborotado y cachondo – afinó Maleza.
– Anda tú, el de cachondo, acércate a ver qué ocurre.
El cabo salió del "Seiscientos" y fue hacia el grupo. Se abrió paso entre la gente hasta desaparecer. No tardó en emerger e hizo señas a los del coche para que se acercaran.
Aproximaron el auto a los soportales y se apearon los tres.
– EsTriguero el cantor, que le ha sacado unas coplas muy buenas al muerto.
– ¿No te digo? – comentóPliniohaciéndose sitio.
Triguero, el cantor popular, gordo, con chaqueta azul de cuello cerrado y boina pequeñísima, junto a la carretilla que le servía para su trabajo, improvisaba con su buena voz:
Tomelloso, Tomelloso,
qué suerte que te dio Dios
con tener al Jefe Plinio
como justicia mayor.
Juntos, él y don Lotario
Maleza y don Saturnino
harán al muerto que hable
y cuente su desatino.
…El Faraón que esperaba
pa siempre un nietecico,
le echaron un muerto anónimo
metido en un cajoncico.
La gente aplaudía y le pedía más:
– ¡Echa otra,Triguero, que está aquí la justicia! El cantor, sin inmutarse, carraspeó, puso cara de pensar un poco, consciente de quienes ahora le escuchaban, y en seguida rompió con su voz de tenor y musiquilla caprichosa:
De los mil muertos que hay,
mama, en nuestro Cementerio,
ninguno ha armao tanto ruido
desde tiempos de mi abuelo.
Aunque te calles, difunto,
y no traigas dirección,
el gran Plinio, de seguro,
te sabrá hacer el padrón
Plinio se despidió de Triguero alzándole la mano, cuando el cantor dijo:
– ¡Viva Plinio, el Jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso! – y empezó a dar palmas. Todos le secundaron.
El Jefe marchó rodeado de los suyos un poco confuso por tanta celebración.
– ¡Venga, muchachos, todos a una! – pidió Triguero jubiloso:
Aunque te calles, difunto,
y no traigas dirección,
el gran Plinio, de seguro,
te sabrá hacer el padrón.
Y todos coreaban verso a verso.
– ¡Coño, qué tío! ¿Y cómo se habrá enterado que mi hija pare en septiembre? – exclamó el Faraón -. Aquí le llevan a uno la cuenta de todo.
Cuando Plinio y don Lotario tomaban café en el San Fernando aquella siesta, apareció Calixto, el escultor, con un bulto bajo el brazo. Venía eufórico, son- riéndole su cara de infeliz. El pelo abundante de su cabeza gordísima le onduleaba sobre la frente. Como siempre, iba en mangas de camisa y con la corbata de cinta.
Sin decir palabra, puso el bulto sobre la mesa y quitó con mucho mimo el paño que lo cubría. Era, claro, la mascarilla del difunto.
Calixto miraba su obra con ojos y sonrisa tierna, sin decir palabra.
– Muy bien, Calixto, está muy bien – le alabó Plinio.
Se acercaron algunos curiosos, entre ellos el Faraón.
– Sí, señor, muy propio.
– ¿Verdad que sí? Esto parece muy fácil, pero tiene su técnica y si me apuran su arte, sí, señor, su arte.
El Faraón la tomó y se la puso ante la cara, como careta:
– Hu… Hu… Hu…
– Oye, Calixto, ahora que veo a éste hacer esa gansada me acuerdo. ¿Te vio Cañizares? Me dijo que iba a hacer caretas.
– Sí, me vio y ya tiene muchas hechas… Las está pintando. Pero está chalao… Si fuera carnaval.
– Hu, hu, hu – seguía el Faraón-. ¡Que no me conoces, Moraleda!
Manolo Perona, el otro camarero, se acercó con dos jóvenes. Uno con aparatos fotográficos en bandolera y otro con aire muy desenvuelto.
– Manuel, estos dos señores periodistas que le buscan.
Plinio se levantó a saludarles. El de la cámara hacía ya una fotografía al Faraón con la mascarilla del muerto puesta. Al lucir el flash, muchos socios se volvieron a ver qué pasaba.
Se presentaron los recién llegados como redactores de "El Caso".
– Venimos a hacer una información muy amplia – decía el desenvuelto-. Estaremos aquí el tiempo que haga falta. El señor Juez nos ha dicho que usted no tendrá inconveniente en ayudarnos.
– No faltaba más – dijo Plinio a la vez que los presentaba a don Lotario, a Calixto y al Faraón.
– Manolo, hijo, trae cafés y copas para todos – dijo don Lotario gozoso. Los periodistas lo enloquecían, pensando en su admirado Manuel, naturalmente.
– Este muerto le va a costar a usted por lo menos mil duros – le dijoel Faraón por lo bajo.
– Es igual, aunque me costara diez mil.Esto es vida.
El "gráfico" hacía fotos a todos. Don Lotario se arrimaba aPlinio cuanto podía.
A Calixto le hizo una contemplando su mascarilla con cara de muy artista.
– ¿Tiene usted alguna pista segura, Jefe?
– Segura, ninguna.
– ¿No cree usted que puede tratarse de un caso de más importancia de lo que parece?
– No tengo idea. Estamos, justamente, en los primeros pasos.
El periodista utilizaba un magnetófono. Con una mano le aproximaba aPlinio el micro a la boca, mientras con la otra se tomaba el café.
– ¿Qué impresión le hizo, don Antonio, el saber que tenía un muerto en su nicho? – dijo el dinámico muchacho colocándole alFaraón el micrófono en la sotabarba.
– … Pues… como yo estaba vivo y los de mi familia también, no me acongojé mucho, ésa es la verdad – respondió, mirando al chisme, casi bizco.
– ¿Y usted, don Lotario, qué opina del caso?
– Yo soy amigo y colaborador oficioso del Jefe y no tengo opinión.
– ¿Pero como ciudadano particular de Tomelloso…?
– Hombre, que es un caso muy complicado y excepcional.
Los de "El Caso" siguieron preguntando a otros que había por allí.
Cuando se disponían a irse llegó don José, el alcalde. Plinio le presentó a los periodistas. Naturalmente, le preguntaron lo que a todos.
– ¿Qué quiere que le diga? Éste es un pueblo muy tranquilo y no hay precedentes de este tipo.
Luego, el alcalde llamó aparte a Plinio.
– Oiga usted, han estado en mi casa una señora mayor, con dos hermanas, que vienen de Madrid. Parecen gente muy elegante, con un "Jaguar", chófer uniformado y qué sé yo. Dice la señora que el muerto es su esposo.
– ¡No me diga!
– Y está muy cargada de razón. Y que viene a recogerlo. Que lo han reconocido por algunas fotos que aparecieron anoche en la prensa de Madrid.