—¡Lord Verminaard se ha retirado a sus habitaciones! —gritó Pyros enojado por la interrupción.
Alguien entreabrió la puerta.
—Es a vos a quien deseo ver, alteza —Susurró un draconiano.
—Entra, pero sé breve.
—El traidor ha triunfado, mi señor. Sólo ha podido escabullirse unos pocos segundos, para que no sospechasen de él, pero nos lo ha confirmado... ha traído a la sacerdotisa.
—¡Acabad con ella! A mí no me interesa —gruñó Pyros. —Estas noticias incumben a Lord Verminaard, pero no a mí. Llévasela a él. No, aguarda...
—Como me ordenasteis, vine a vos en primer lugar —dijo el draconiano disculpándose, dispuesto a retirarse con prontitud.
—No te marches. La sacerdotisa no me sirve pero puede serme de utilidad..., hay mucho más en juego... Debo ver a nuestro traicionero amigo. Tráelo a mi cubil esta noche y no informes a Lord Verminaard, aún no. Podría entrometerse. Por ahora Qualinesti le mantiene ocupado...
Cuando el draconiano saludó y dejó el salón del trono, Pyros comenzó a pasear de nuevo arriba y abajo de la habitación, frotándose las manos, sonriente.
12
La parábola de la joya. El traidor al descubierto. El dilema de Tas.
Por fin los compañeros habían conseguido llegar a las mazmorras de las mujeres. Tanis miró hacia la puerta de la celda, temeroso de que los carceleros llegasen a sospechar algo anormal.
Maritta, la prisionera de más edad, notó su inquieta mirada.
—No te preocupes de los guardias —dijo encogiéndose de hombros—, sólo hay dos en este nivel, y la mayor parte del tiempo están bebidos, sobre todo ahora que los ejércitos se han movilizado —alzó la mirada de la costura y sacudió la cabeza.
Había treinta y cuatro mujeres hacinadas en una celda —Maritta explicó que en la celda contigua había sesenta más — en unas condiciones tan espantosas, que impresionaron incluso a los más experimentados del grupo. El suelo estaba cubierto por burdas esteras de paja y aparte de unas cuantas ropas, las mujeres carecían de todo. Cada mañana se les permitía salir un rato al exterior para que hiciesen ejercicio, pero el resto del tiempo estaban obligadas a remendar uniformes de draconianos. A pesar de llevar pocas semanas encarceladas, sus rostros estaban pálidos y demacrados, y sus cuerpos escuálidos debido a la falta de buena alimentación.
Tanis se relajó. Aunque hacía pocas horas que conocía a Maritta, ya confiaba plenamente en su buen juicio. Fue ella quien calmó a las aterrorizadas mujeres cuando los compañeros irrumpieron en la celda, y también, quien había escuchado atentamente su plan y lo había considerado factible.
—Nuestros hombres os seguirán —le dijo a Tanis —, los que os causarán problemas serán los Buscadores.
—¿El Consejo de Buscadores? —preguntó Tanis asombrado.
—¿Están prisioneros aquí?
Maritta asintió, frunciendo el ceño.
—Ese fue el premio que recibieron por creer en ese falso enviado de los dioses. Pero no querrán fugarse, ¿y por qué han de querer hacerlo? No están obligados a trabajar en las minas. ¡El Señor del Dragón se ocupa personalmente de que no lo hagan! Nosotras os apoyamos, con una sola condición... que nuestros hijos no corran ningún peligro. —Echó una mirada a las demás mujeres, quienes asintieron con firmeza.
—Os lo puedo garantizar —dijo Tanis.
—No quisiera parecer cruel, pero puede que para llegar a ellos tengamos que luchar contra un dragón y...
—¿Luchar contra Flamestrike, el dragón hembra? —Maritta le miró sorprendida.
—¡Bah! No será necesario luchar contra esa pobre criatura. En realidad, si le hicieseis daño, los niños estarían dispuestos a destrozaros; están muy orgullosos de ella.
—¿De un dragón? —preguntó Goldmoon.
—¿Cómo lo ha conseguido? ¿Les tiene hechizados?
—No. Dudo que Flamestrike conserve la facultad de realizar encantamientos. La pobre criatura está medio loca. Mataron a sus propios hijos en alguna guerra y ahora está convencida de que nuestros hijos son sus hijos. No sé de dónde la ha sacado su amo, pero ha sido muy ruin al traerla, ¡confío en que algún día pague por ello!
—No será muy difícil liberar a los niños —añadió al ver la mirada de preocupación de Tanis.
—Flamestrike duerme hasta tarde todas las mañanas. Cuando nosotras vamos allí para darles el desayuno a nuestros hijos y llevarlos a su paseo diario, ni siquiera abre un ojo. Pobrecilla, no se dará cuenta de que se han ido hasta que despierte.
Las mujeres, sintiéndose por primera vez esperanzadas, comenzaron a preparar algunas prendas femeninas a la medida de los guerreros. No hubo ningún problema hasta que llegó el momento de probárselas.
—¡Afeitarme yo, jamás! —rugió Sturm con tal furia, que las mujeres se apartaron de él, alarmadas. A Sturm la perspectiva de disfrazarse nunca le había gustado, pero a pesar de ello aceptó hacerlo. Parecía la mejor forma de atravesar el gran patio descubierto que había entre el fuerte y las minas. No obstante, prefería mil veces más morir a manos del Señor del Dragón, que afeitarse el bigote. Únicamente se calmó cuando Tanis le sugirió que se cubriera la cara con un pañuelo.
Apenas solucionado este problema, estalló una nueva crisis. Riverwind declaró firmemente que no se vestiría de mujer, y que no conseguirían convencerlo de ninguna de las maneras. Al final Goldmoon se llevó a Tanis a un lado para explicarle que, en su tribu, cuando un guerrero era acusado de cobardía en la batalla, se le obligaba a vestir ropas de mujer hasta que pagara su falta. A Tanis esto le desconcertó, pero además, Maritta ya había pensado el problema que planteaba el disfrazar a un hombre tan alto.
Después de mucho discutir, decidieron que Riverwind se envolvería en una larga capa y que caminaría encorvado, apoyándose sobre un bastón como una anciana.
Laurana se acercó a Tanis, que estaba en un rincón de la habitación cubriéndose el rostro con un pañuelo.
—¿Por qué no te afeitas? —preguntó la muchacha mirando fijamente la barba de Tanis.
—¿O es que como dice Gilthanas, realmente alardeas de tu parte humana?
—No alardeo de ello. Simplemente me cansé de negarla, eso es todo. —Respondió llanamente el semielfo.
—Laurana, siento mucho haberte hablado como lo hice en el Sla-Mori. No tenía ningún derecho...
—Tenías todo el derecho. Actué como una niña malcriada. Arriesgué temerariamente vuestras vidas. No volverá a suceder. Os demostraré que puedo resultaros útil.
Aún no sabía cómo lo conseguiría, pues a pesar de haber hablado con tanta convicción de sus habilidades como guerrera, nunca había matado ni a un animalillo. Pero ahora se sentía tan asustada que tuvo que ocultar las manos tras la espalda para que Tanis no viese cómo le temblaban. Temía no poder controlarse, dar rienda suelta a su debilidad y arrojarse en sus brazos en busca de consuelo, por tanto, lo dejó, dirigiéndose a ayudar a Gilthanas con su disfraz.
Tanis pensó que se sentía satisfecho de que Laurana mostrase al fin rasgos de madurez. El semielfo seguía negándose rotundamente a admitir que se quedaba sin respiración cada vez que la miraba directamente a sus luminosos ojos.
La tarde transcurrió rápidamente y con el atardecer, llegó la hora de que las mujeres llevaran la cena a las minas. Los compañeros aguardaban en silencio, las risas se habían acabado. A última hora había surgido otro problema. Raistlin, tosiendo hasta quedar exhausto, dijo que se sentía demasiado débil para acompañarlos. Cuando su hermano se ofreció a quedarse con él, el mago, mirándolo irritado, le dijo que no fuese tan simple.
—Esta noche no me necesitáis —susurró.
—Dejadme solo. Debo dormir.
—No me gusta dejarle aquí... —comenzó a decir Gilthanas, pero antes fue interrumpido por el ruido de unas pisadas y el tintineo de pucheros. La puerta de la celda se abrió y entraron dos guardias draconianos, que olían intensamente a vino rancio. Contemplaron a las mujeres con ojos legañosos.