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—Comprendo —el personaje hizo una reverencia. —¿Y mi recompensa?

—Será la que merezcas. Ahora déjame.

El hombre volvió a colocarse la capucha y se retiró. Pyros plegó sus alas y se acurrucó, enroscándose en el suelo de forma que su cola yacía sobre su hocico. Los únicos sonidos que podían oírse eran los lastimeros sollozos de Sestun.

—¿Estás bien? —le preguntó Fizban amablemente a Tasslehoff. Ambos estaban acurrucados en el balcón, aturdidos por el descubrimiento. La oscuridad era total, ya que Fizban había cubierto la seta luminosa con una vasija.

—Sí —respondió Tas.

—Siento haber pegado aquel respingo. No pude contenerme. Aunque me lo imaginaba, es... es duro averiguar que alguien conocido pueda traicionarte. ¿Crees que el dragón me oyó?

—No lo sé. La cuestión es ¿qué hacemos ahora?

—No sé. Yo no estoy hecho para pensar. Sólo vengo para divertirme. No podemos avisar a Tanis y a los otros porque no sabemos dónde están. Y si comenzamos a vagar por aquí buscándolos, podrían descubrimos y aún sería peor. —Apoyó la mano en la barbilla.

—¿Sabes? —dijo con desacostumbrada tristeza.

—Una vez le pregunté a mi padre por qué los kenders eran pequeños, por qué no éramos grandes como los elfos o los humanos. Yo deseaba ansiosamente ser grande... —dijo suavemente.

—¿Y qué te dijo tu padre? —preguntó amablemente Fizban.

—Dijo que los kenders eran pequeños porque estaban hechos para hacer cosas pequeñas. « Si observas atentamente todas las cosas grandes de este mundo», dijo, «verás que, en realidad, están hechas de la unión de pequeñas cosas». Ese inmenso dragón de ahí abajo, no es más que la suma de diminutas gotas de sangre. Son las pequeñas cosas las que marcan la diferencia.

—Tu padre es muy sabio.

—Sí —Tas se frotó los ojos.

—Hace mucho tiempo que no le veo. —Su padre, si le hubiese visto, no hubiese reconocido a esa pequeña y decidida persona como hijo suyo.

—Les dejaremos las cosas grandes a los demás —anunció Tas finalmente.

—Ellos tienen a Tanis, a Sturm y a Goldmoon. Se las arreglarán. Nosotros nos ocuparemos de las pequeñas cosas, aunque parezca que no tienen importancia. Vamos a rescatar a Sestun

13

Preguntas sin respuestas. El sombrero de Fizban.

—Oí un ruido, Tanis, y fui a investigar —explicó Eben.

—Me asomé fuera de la celda y descubrí a un draconiano acurrucado, espiando. Fui hacia él y, cuando iba a estrangularlo, un segundo draconiano saltó sobre mí. Lo acuchillé y me apresuré a perseguir al primero, que intentaba huir. Al final lo alcancé y conseguí eliminarlo, luego decidí regresar aquí.

Al retornar los compañeros a la celda, encontraron a Gilthanas y a Eben esperándolos. Tanis encargó a Maritta que mantuviese a las mujeres ocupadas en un rincón apartado, mientras él interrogaba a ambos sobre su ausencia. La explicación de Eben parecía cierta —al regresar de las minas, Tanis había visto los cadáveres de los dos draconianos—, además, no cabía duda de que Eben se había visto envuelto en una pelea; sus ropas estaban desgarradas y sangraba de un corte en la mejilla.

Tika consiguió un pedazo de tela y comenzó a lavarle la herida.

—Ha salvado nuestras vidas, Tanis —dijo con brusquedad.

—Creo que deberías estarle agradecido en lugar de observarlo como si hubiese apuñalado a tu mejor amigo.

—No, Tika —dijo sosegadamente Eben.

—Tiene derecho a preguntar. Admito que resultase sospechoso, pero no tengo nada que ocultar. —Tomándole la mano, besó las yemas de sus dedos. La muchacha se ruborizó, y sumergió el pedazo de tela en agua para enjuagarle la herida de nuevo. Caramon, que los estaba mirando, frunció el ceño.

—¿Y tú, Gilthanas? —preguntó bruscamente el guerrero—, ¿por qué te fuiste?

—No me preguntéis —respondió el elfo de mala gana.

—¡Es mejor que no lo sepáis.

—¿Mejor que no sepamos qué? —dijo Tanis con sequedad.

—¿Por qué te fuiste?

—¡Dejadle en paz! —gritó Laurana acudiendo junto a su hermano.

Gilthanas los miró, y al hacerlo, sus ojos almendrados relampaguearon; su rostro estaba pálido y ojeroso.

—Laurana, esto es importante —dijo Tanis. —¿Adónde fuiste, Gilthanas?

—Recordad... os lo previne —Gilthanas desvió la mirada hacia Raistlin.

—Regresé para ver si nuestro mago estaba tan exhausto como había dicho. No debía estarlo, pues se había ido.

Caramon se puso en pie con los puños apretados y el rostro transfigurado por la furia. Sturm lo sujetó, mientras Riverwind se situaba ante Gilthanas.

—Todo el mundo tiene derecho a formular su propia defensa —dijo el bárbaro con su profundo tono de voz.

—El elfo ya ha hablado. Oigamos lo que dice tu hermano.

—¿Por qué habría de dar explicación? —susurró Raistlin agriamente, con voz opaca.

—Ninguno de vosotros confía en mí, ¿por qué tendríais que creerme? Me niego a contestar, podéis pensar lo que queráis. Si creéis que soy un traidor... ¡matadme ahora! ¡No os detendré...! —Le sobrevino un ataque de tos.

—Tendréis que matarme a mí también —dijo Caramon con voz ahogada mientras ayudaba a su hermano a tenderse de nuevo en el lecho. A pesar de que ninguno tenía hambre y de que todos se sentían inquietos, hicieron un esfuerzo, excepto Raistlin, por tomar, de nuevo, un puñado de quith-pa.

Tanis sintió un profundo malestar.

—Organizaremos guardias durante toda la noche. No, Eben, tú no. Sturm y Flint harán la primera, Riverwind y yo la segunda. —El semielfo se dejó caer al suelo. Hemos sido traicionados, pensó. Uno de los tres es un traidor. Los guardias vendrán a buscarnos en cualquier momento, o tal vez Verminaard sea más astuto y planee tendernos una trampa en la que pueda capturarnos a todos...

De pronto Tanis lo vio todo con repugnante claridad. Verminaard utilizaría la rebelión como excusa para matar a los prisioneros y a la enviada de los dioses. No le resultaría muy difícil conseguir más esclavos; además, los nuevos tendrían ante sus ojos el terrible ejemplo de lo que les pasó a los que osaron desobedecerle. ¡El plan de Gilthanas era precisamente lo que Verminaard necesitaba!

Deberíamos desecharlo, pensó Tanis desesperado; tuvo que hacer un esfuerzo por calmarse. No, los prisioneros estaban demasiado ilusionados. Tras la milagrosa curación de Elistan y la declaración de su propósito de averiguar los designios de los antiguos dioses, los hombres recobraron la confianza, creyendo de verdad que aquellos habían regresado. Pero Tanis había observado cómo los otros Buscadores miraban celosamente a Elistan. Sabía que a pesar de que hubiesen manifestado apoyar al nuevo jefe, con el tiempo intentarían destruirlo. Probablemente en aquel preciso instante estuviesen ya sembrando la duda entre su gente.

Si ahora nos echáramos atrás, nunca más volverían a confiar en nosotros, pensó Tanis. Debemos seguir adelante, no importa cuán grande sea el peligro. Tal vez no nos hayan traicionado. Con esta esperanza, se quedó dormido.

La noche transcurrió en silencio.

Los primeros claros del amanecer se filtraron a través de la grieta de la torre de la fortaleza. Tas parpadeó y se incorporó frotándose los ojos, preguntándose, por un instante, dónde se hallaba. En una gran sala, pensó, alzando la mirada y contemplando el alto techo, que tenía una abertura para permitir que el dragón pudiese volar al exterior. Además de la puerta por la que Fizban y yo entramos anoche, hay dos puertas más.

¡Fizban! ¡El dragón!

Tas gimió al recordarlo. ¡Su intención no había sido quedarse dormido! Fizban y él habían estado esperando a que el dragón se durmiese para rescatar a Sestun. ¡Ahora ya era de día y tal vez fuese demasiado tarde! Cautelosamente, el kender se deslizó hasta el balcón y se asomó por la barandilla. ¡No, no lo era! Suspiró aliviado. El dragón dormía, y Sestun también, exhausto tras el miedo que había pasado.