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¡Esta era su oportunidad! Tasslehoff volvió hasta donde estaba el mago.

—¡Anciano! ¡Despierta! —dijo agitándolo.

—¿Qué? ¿Quién? ¿Fuego? —el mago se incorporó mirando a su alrededor con ojos soñolientos.

—¿Dónde? ¡Corramos hacia la salida!

—No, no hay ningún incendio. Ya ha amanecido. Aquí está tu sombrero... —dijo pasándoselo al ver que lo buscaba a tientas.

—¿Qué le ha pasado a la seta luminosa?

—¡Puff! La hice desaparecer. No me dejaba dormir, revoloteando todo el rato a mi alrededor.

—Se suponía que no debíamos dormirnos, ¿recuerdas? Teníamos que rescatar a Sestun de las garras del dragón.

—¿Y cómo diablos pensábamos hacerlo?

—¡Tú tenías un plan!

—¿Yo? Vaya, vaya... ¿Era un buen plan?

—¡No me lo explicaste! —casi gritó Tasslehoff. Hizo un esfuerzo por calmarse.

—Todo lo que dijiste es que debíamos rescatar a Sestun antes del desayuno, porque para un dragón que lleva doce horas sin comer, un enano gully puede tener un aspecto muy apetitoso.

—Tiene bastante sentido. ¿Estás seguro de que dije eso?

—Mira, todo lo que necesitamos es una cuerda larga para arrojársela. ¿Podrías conseguirla con tu magia?

—¿Una cuerda? ¡No pienso caer tan bajo! Eso es un insulto para alguien de mi categoría. Ayúdame a ponerme en pie.

Tas lo ayudó.

—No pretendía insultarte, sé que lo de la cuerda no es muy imaginativo y que tú eres muy habilidoso... sólo que... Bueno, ¡está bien! —Tas señaló el balcón.

—Adelante. Espero que sobrevivamos.

—No os decepcionaré ni a ti ni a Sestun —prometió Fizban sonriendo. Los dos se asomaron. Todo seguía igual; Sestun continuaba tendido en un rincón y el dragón dormía ruidosamente. Fizban cerró los ojos. Concentrándose, murmuró unas extrañas palabras y, extendiendo luego su delgada mano, comenzó a hacer unos curiosos movimientos.

Tasslehoff lo observaba con el corazón encogido.

—¡Deténte! ¡Te has equivocado de hechizo!

Fizban abrió los ojos y vio que el dragón rojo, Pyros, aún acurrucado y durmiendo, ascendía lentamente.

—¡Vaya! —el mago dio un respingo y rápidamente comenzó a murmurar otras palabras, revocando el hechizo y bajando al dragón hasta el suelo.

—He errado el tiro. Ahora estoy preparado, probemos de nuevo.

Tas volvió a oír las extrañas palabras. Esta vez fue Sestun el que comenzó a flotar en el aire, subiendo poco a poco hasta la altura del balcón. Fizban tenía el rostro enrojecido por el esfuerzo.

—¡Ya casi está, no te detengas! —dijo Tas pegando saltos de entusiasmo. Guiado por la mano de Fizban, Sestun flotó suavemente sobre ellos y aterrizó, aún dormido, en el polvoriento suelo.

—¡Sestun! —le susurró Tas tapándole la boca para que no chillase.

—¡Sestun! ¡Soy yo, Tasslehoff! Despierta.

El enano gully abrió los ojos. Su primer pensamiento fue que Verminaard había decidido que se lo comiese un depravado kender en lugar del dragón. Un segundo después el enano reconoció a su amigo y suspiró aliviado.

—Estás a salvo pero no digas una sola palabra —le aconsejó el kender.

—El dragón aún puede oírnos... —Un fuerte estampido lo interrumpió. El enano gully se incorporó alarmado.

—Shhhh... Probablemente sea sólo un golpe en la puerta —dijo Tas corriendo hacia el balcón donde estaba asomado Fizban.

—¿Qué sucede?

—¡Es el Señor del Dragón! —Fizban señaló hacia el segundo nivel, desde donde Verminaard, en pie sobre un saliente, contemplaba al dragón.

—¡Ember, despierta! —le chilló Verminaard al soñoliento dragón.

—¡Me han informado de que unos intrusos han conseguido entrar en la fortaleza! ¡La sacerdotisa está aquí, incitando a los esclavos a la rebelión!

Pyros se desperezó y abrió los ojos lentamente, despertando de un molesto sueño en el que había visto volar a un enano gully. Agitando su gigantesca cabeza para despejarse, oyó a Verminaard vociferando algo sobre una sacerdotisa. Bostezó. O sea que el Señor del Dragón había averiguado que el enviado de los dioses estaba en Pax Tharkas. Pyros comprendió que finalmente tendría que tomar cartas en el asunto.

—No os preocupéis, mi señor... —comenzó a decir Pyros. De pronto se calló para observar algo muy extraño.

—¡Preocuparme! —bramó Verminaard.

—¿Por qué habría de...? —también él guardó silencio. El .., objeto que ambos contemplaban descendía flotando en el aire tan suavemente como una pluma.

Era el sombrero de Fizban.

Tanis les despertó a todos una hora antes del amanecer, y volvieron a tomar un frugal desayuno.

—Bien —dijo Sturm—. ¿Seguimos adelante con el plan?

—No tenemos otra salida —le respondió Tanis severamente, observando al grupo.

—Si uno de vosotros nos ha traicionado, deberá cargar con la responsabilidad de la muerte de cientos de seres inocentes. Verminaard no sólo nos matará a nosotros, sino también a todos sus prisioneros. Como confío que ninguno sea un traidor, voy a seguir adelante con nuestros planes.

Nadie dijo nada, pero todos se miraron unos a otros de soslayo, carcomidos por la sospecha.

Cuando las mujeres despertaron, Tanis volvió a repasar el plan.

—Mis amigos y yo, vestidos de mujer, nos deslizaremos con Maritta hasta las habitaciones de los niños, simulando ser las mujeres que diariamente les llevan el desayuno. Les acompañaremos al patio —dijo Tanis en voz baja.

—Vosotras debéis realizar vuestras tareas como cada mañana. Cuando se os permita salir, reunid a los niños y dirigíos inmediatamente hacia las minas. Vuestros hombres se encargarán de los guardias para que podáis escapar tranquilamente hacia las montañas del sur. ¿Habéis comprendido?

Las mujeres asintieron en silencio; y en ese preciso instante oyeron acercarse a los centinelas.

Cuando las mujeres se dispersaron, Tanis hizo una seña a Tika y a Laurana.

—Si hemos sido traicionados, vosotras dos, que estáis a cargo de las mujeres, correréis un gran peligro...

—Todos corremos un gran peligro —le corrigió Laurana con frialdad. No había dormido en toda la noche. Sabía que si la coraza que había tejido alrededor de su alma se aflojaba, el miedo la invadiría.

Tanis no notó su agitación interna. Pensó que aquella mañana estaba inusualmente pálida, aunque excepcionalmente bella. Siendo él mismo un experimentado guerrero, sus preocupaciones le hicieron olvidar el terror que se siente ante la primera batalla.

Aclarándose la garganta, dijo con voz ronca: —Tika, hazme caso, no desenvaines la espada; de esa forma serás menos peligrosa —Tika, entre risas, asintió nerviosa.

—Ve a despedirte de Caramon.

La joven enrojeció como la grana y lanzándoles a Tanis y a Laurana una significativa mirada, se dirigió hacia el guerrero.

Tanis contempló a Laurana lentamente y, por primera vez, notó que apretaba de tal forma sus mandíbulas que se marcaban los músculos de su esbelto cuello. Alargó una mano para darle ánimos, pero la elfa estaba tan fría y rígida como el cadáver de un draconiano.

—No tienes por qué hacerlo, Laurana —dijo Tanis soltándola.

—Esta no es tu lucha. Ve a las minas, con las otras mujeres.

Laurana sacudió la cabeza, esperando poder controlar su voz antes de hablar.

—Tika no está entrenada para luchar, yo sí. No importaba que aquél fuese un «combate ceremonial» —sonrió con amargura ante la mirada desconcertada de Tanis.

—Cumpliré con mi deber, Tanis —declaró pronunciando con torpeza su nombre humano.

—De lo contrario puede que pienses que os he traicionado.

—¡Laurana, por favor, créeme! ¡Yo creo que Gilthanas es un traidor tanto como puedes creerlo tú! ¡Es sólo que... ¡maldita sea!, hay tantas vidas en juego, Laurana! ¿No te das cuenta?