Demasiado tarde. El anciano mago hizo un gesto para agarrarlo pero no lo consiguió.
—¡Espías! —chilló Lord Verminaard furioso, señalando hacia el balcón—. ¡Captúralos, Ember! ¡Los quiero vivos!
¿Los quiere vivos?, pensó el dragón. ¡Eso es imposible! Pyros recordó los extraños ruidos que escuchó la noche anterior y comprendió, sin dudarlo, que esos espías le habían oído hablar sobre el Hombre de la Joya Verde. Sólo unos pocos privilegiados conocían aquel terrible secreto, el gran secreto que lograría que la Reina de la Oscuridad conquistase el mundo. Los espías debían morir, y el secreto debía morir con ellos.
Pyros extendió sus alas y se lanzó al aire, utilizando sus poderosas patas traseras para tomar impulso y velocidad.
—¡Ya está! —pensó Tasslehoff. Esta vez lo hemos estropeado todo. Ahora nos será imposible escapar.
Justo cuando comenzaba a resignarse a la idea de ser devorado por un dragón, el mago gritó una autoritaria palabra y una espesa oscuridad lo envolvió.
—¡Corre! —gritó Fizban agarrando al kender de la mano y arrastrándolo.
—Sestun
—¡También está con nosotros! ¡Corre!
Tasslehoff comenzó a correr. Salieron de la habitación, llegaron al corredor y después Tas no tuvo ni idea de qué camino habían tomado. Simplemente continuaba corriendo, agarrado de la mano del mago. Tras él podía escuchar el agudo silbido proferido por el dragón, pero de pronto, le oyó hablar.
—¡Espía! ¡Ya veo que eres mago! —gritó Pyros. —No podemos permitir que sigas corriendo en la oscuridad. Podrías perderte. ¡Permíteme que te ilumine el camino!
Tasslehoff oyó cómo el dragón aspiraba profundamente y, un segundo después, una terrible llamarada crepitó a su alrededor. Las llamas acabaron con la oscuridad, pero, ante su asombro, ni siquiera le rozaron. Atónito, miró a Fizban, que corría a su lado con la cabeza descubierta. Se hallaban en la galería de cuadros y se dirigían hacia la doble puerta.
El kender volvió la cabeza y pudo vislumbrar al dragón; nunca hubiera podido imaginar un ser tan terrorífico, era incluso más aterrador que el dragón negro de Xak Tsaroth. Una vez más, el dragón lanzó su llamarada sobre ellos. Tas se vio rodeado por las llamas. Los cuadros de las paredes ardieron, los muebles se quemaron, las cortinas prendieron como antorchas y la habitación se llenó de humo. Pero la llamarada no rozó ni a Sestun, ni a Fizban ni a él mismo. Tasslehoff miró al mago con admiración, verdaderamente impresionado.
—¿Cuánto tiempo más podrás protegemos? —le gritó a Fizban cuando giraron por una esquina, vislumbrando al fin la doble puerta de bronce.
El anciano lo miró con los ojos muy abiertos.
—¡No tengo ni idea! —jadeó.
—¡No sabía que fuera capaz de hacer algo así!
— Una nueva llamarada se expandió a su alrededor. Esta vez, Tasslehoff sintió el ardor y miró a Fizban alarmado. El mago asintió.
—¡Estoy perdiendo el poder!
—¡Intenta mantenerlo! ¡Ya casi hemos alcanzado la puerta! El no podrá atravesarla.
Empujaron la doble puerta de bronce que llevaba al corredor, en el preciso momento en que el encantamiento de Fizban perdía su poder. Ante ellos, aún abierta, estaba la puerta secreta que llevaba a la Sala del Mecanismo. Tasslehoff cerró de un golpe las puertas de bronce y se detuvo un momento a recuperar el aliento.
Pero en el preciso instante en que iba a exclamar: «¡Lo hemos conseguido!», una de las garrudas patas del dragón, atravesó la pared, apareciendo a poca distancia de la cabeza del kender.
Sestun, dando un chillido, corrió hacia las escaleras.
—¡No! ¡No! –Tasslehoff lo agarró a tiempo.
—¡Esas escaleras dan a las habitaciones de Verminaard!
—¡Corramos hacia la Sala del Mecanismo! —gritó Fizban. Se deslizaron por la puerta secreta justo cuando el muro de piedra se venía abajo con un ruido ensordecedor. Pese a los esfuerzos, les fue imposible cerrar la puerta secreta.
—Me parece que tengo mucho que aprender sobre dragones —murmuró Tas.
—¿Conoces algún buen libro sobre el tema...?
—O sea que os he obligado a huir hacia vuestra madriguera y ahora estáis atrapados —retumbó la voz de Pyros desde fuera.
—No tenéis a donde ir y las paredes no me detienen.
Se oyó un tremendo crujido. Las paredes de la Sala del Mecanismo temblaron y comenzaron a agrietarse.
—Lo has hecho muy bien —dijo Tas con tristeza.
—Este último encantamiento ha sido maravilloso. Te diría que casi compensa correr el riesgo de ser devorado por un dragón para ver algo así...
—¿Que nos devore...? —Fizban pareció reaccionar.
—¿Qué nos devore un dragón? ¡No lo creo! ¡Nunca me había sentido tan insultado! Debe haber una forma de salir de aquí... —Sus ojos comenzaron a brillar.
—¡Descendamos por la cadena!
—¿La cadena? —repitió Tas creyendo haber oído mal ¿cómo podía ocurrírsele una cosa así cuando las paredes se resquebrajaban a su alrededor y el dragón rugía enfurecido.
—¡Descenderemos por la cadena! ¡Vamos! —Riendo alegremente el anciano mago se volvió en dirección al túnel.
Sestun miró a Tasslehoff dubitativo, pero justo en ese instante, la inmensa pata del dragón resquebrajó la pared El kender y el enano gully corrieron tras Fizban. Cuando consiguieron llegar a la enorme rueda, el mago ya había trepado por la cadena que se prolongaba por el túnel y había alcanzado el primer diente de la rueda. Arremangándose la túnica hasta las caderas, Fizban se dejó caer desde el diente hasta el primer eslabón de la inmensa cadena. El kender y el enano se colgaron tras él. Cuando Tas ya se hacía a la idea de que quizás salieran con vida del apuro, especialmente si el elfo oscuro se había tornado el día libre Pyros irrumpió repentinamente en el hueco por el que la cadena descendía.
Empezaron a caer inmensos pedazos de piedra del túnel que aterrizaban en el fondo con un estruendoso golpe. Las paredes se resquebrajaban y la cadena comenzó a temblar. El dragón se cernía sobre ellos; ahora no hablaba, pero los contemplaba con sus terroríficos ojos rojos. Un segundo después comenzó a aspirar una inmensa bocanada de aire. Instintivamente Tas cerró los ojos, pero enseguida los abrió de par en par. Nunca había visto a un dragón expulsando fuego y no iba a dejar pasar la oportunidad... además, seguramente sería la última.
El dragón lanzó su llamarada. La oleada de calor casi hizo que Tasslehoff se soltase de la cadena. Pero, una vez más, el fuego lo quemó todo a su alrededor, pero a él ni lo rozó. Fizban cloqueaba entusiasmado.
—Bastante hábil, anciano —bramó el dragón enfurecido.
—Pero también yo tengo poderes mágicos y me he dado cuenta de que estás debilitándote. Espero que tu destreza os acompañe en... ¡vuestra caída!
Volvió a vomitar fuego, pero esta vez no dirigió su llamarada a las temblorosas figuras que pendían de la cadena, sino a la cadena misma. Los eslabones de hierro comenzaron a brillar incandescentes. Pyros expulsó su flamígero aliento una vez más, y los eslabones se volvieron aún más rojos. El dragón exhaló una tercera vez. Los eslabones se fundieron y la cadena, con una última sacudida, se rompió, cayendo en la oscuridad del hueco.
Pyros la observó caer. Luego, satisfecho al ver que los espías no vivirían para contarlo, voló de vuelta a su cubil, donde Lord Verminaard lo esperaba llamándolo a gritos.
Tras la marcha del dragón, en plena oscuridad, la inmensa rueda dentada, libre ahora de la cadena que la había fijado a su lugar durante siglos, chirrió estridentemente y comenzó a girar.
14
Matafleur. La espada mágica. Las plumas blancas
La antorcha de Maritta iluminó una amplia habitación vacía y sin ventanas. No había muebles; los únicos objetos visibles en la fría estancia de piedra eran una enorme vasija de agua, una cubeta con olor a carne podrida y la terrible presencia de un dragón.