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—Deja los cuerpos y rompe la puerta a hachazos. —la mente de Tanis trabajaba con rapidez. Sturm, derriba unas cuantas mesas. Lo prepararemos para que parezca que hayamos entrado aquí forzando la puerta y se haya provocado una pelea con los goblins. Así no le causaremos problemas a Tika. De todas formas, es una muchacha inteligente, seguro que se las arreglará.

—Necesitaremos comida —declaró Tasslehoff.

Corrió hacia la cocina y comenzó a revolver todos los estantes, llenándose los bolsillos de rebanadas de pan y de todo lo que tenía aspecto comestible. Le lanzó a Flint una bota llena de vino. Sturm derribó unas cuantas sillas, Caramon arregló los cadáveres de forma que pareciese que hubiesen muerto en una feroz batalla. Los bárbaros permanecieron frente al agonizante fuego, mirando a Tanis inquietos.

—Bien —dijo Sturm—. ¿Y ahora qué? ¿Adónde vamos a ir?

Tanis vaciló, repasando mentalmente las diferentes posibilidades que tenían. Los bárbaros venían del este y —si su historia era cierta y su tribu había intentado matarlos— no querrían tomar el mismo camino. Podían viajar hacia el sur, hacia el reino de los elfos, pero Tanis se resistía a regresar a su tierra de origen. Además, sabía que los elfos se horrorizarían al ver entrar extranjeros en su ciudad secreta.

—Viajaremos hacia el norte —dijo finalmente—. Escoltaremos a Goldmoon y a Riverwind hasta que lleguemos a la encrucijada de caminos y allí decidiremos qué hacer. Ellos, si lo desean, pueden dirigirse al suroeste, hacia Haven. Mi plan es seguir un poco más lejos para comprobar si los rumores que hemos oído sobre los ejércitos del norte son ciertos.

—y tal vez encontrar a Kitiara —susurró astutamente Raistlin.

Tanis enrojeció.

—¿Os parece bien el plan?

—Aunque no seas el más viejo de nosotros, Tanis, eres el más sensato —dijo Sturm—. Te seguiremos... como siempre.

Caramon asintió. Raistlin comenzó a caminar hacia la puerta. Flint, refunfuñando, se echó la bota de vino a la espalda.

Tanis notó que una mano le tocaba suavemente el brazo. Se volvió y vio a la bella mujer bárbara mirándolo con sus claros ojos azules

—Estamos agradecidos —dijo Goldmoon entrecortadamente, como si le resultase difícil expresar su agradecimiento—. Habéis arriesgado vuestras vidas por nosotros y somos extranjeros.

Tanis sonrió y le estrechó la mano.

—Yo soy Tanis. Ellos son Caramon y Raistlin y son hermanos. El caballero es Sturm Brightblade. El que lleva el vino es Flint Fireforge y Tasslehoff Burrfoot es nuestro hábil cerrajero. Tú eres Goldmoon y él es Riverwind. Ahora ya nos conocemos.

Goldmoon le sonrió fatigada. Le dio a Tanis un apretón en el brazo y comenzó a caminar hacia la puerta apoyándose en la Vara que de nuevo parecía lisa y vulgar. Tanis la observó e inmediatamente alzó la vista al notar que Riverwind lo estaba mirando; el rostro del bárbaro era una máscara impenetrable.

—Bueno —rectificó Tanis en voz baja—, hay algunos que siguen siendo desconocidos.

Segundos después todos fueron saliendo de la casa precedidos por Tasslehoff. Tanis se quedó el último, observando los cuerpos de los goblins durante unos instantes. Había soñado con una pacífica bienvenida después de aquellos amargos años de viajes solitarios. Pensó en su confortable casa, en todos sus proyectos. Pensó en lo que había planeado con Kitiara; querían pasar las largas noches de invierno charlando en la Posada sentados alrededor del fuego. Luego al regresar a casa se reirían juntos bajo las pesadas mantas de piel, y dormirían durante las nevadas mañanas.

Tanis dio una patada a las brasas, esparciéndolas. Kitiara no había regresado, los goblins habían invadido su tranquila ciudad y ahora se encontraba huyendo en plena noche, escapando de un grupo de fanáticos y, posiblemente, no pudiese regresar nunca más.

Los elfos no acusan el paso del tiempo, viven cientos de años. Para ellos las estaciones transcurren como tormentas de verano. Pero Tanis era medio humano. Sentía que iba a haber un cambio, percibía el inquietante desasosiego que el hombre nota antes de que estalle la tormenta.

Suspiró moviendo la cabeza. Luego salió por la puerta destrozada que quedó colgando, absurdamente, de uno de sus goznes

5

Despedida de Flint. Vuelan flechas. El mensaje de las estrellas.

Tanis se descolgó por el porche y, sujetándose a las ramas de los árboles, se dejó caer al suelo. Los demás lo esperaban agrupados en la oscuridad, manteniéndose apartados de la luz de las farolas que colgaban de los árboles. Comenzó a soplar un viento helado del norte. Tanis miró hacia atrás y vio unas luces que supuso serían las de los grupos que los estaban buscando. Se puso la capucha y se apresuró a seguir a los demás.

—Lloverá —dijo observando al pequeño grupo bajo la luz titilante de las farolas que se balanceaban por el viento. El rostro de Goldmoon estaba marcado por la fatiga. El de Riverwind era una máscara estoica e impenetrable, aunque el bárbaro caminaba con los hombros caídos y haciendo un notable esfuerzo. Raistlin, tembloroso y jadeante, estaba apoyado en un árbol recuperando el aliento.

Tanis avanzaba con los hombros encogidos, protegiéndose del viento.

—Hemos de encontrar un refugio —dijo—, algún lugar en el que podamos descansar.

—Tanis —Tasslehoff tiró de la capa del semielfo—. Podríamos ir en bote. El lago Crystalmir está cerca de aquí, si lo cruzamos podemos cobijamos en una de las grutas que hay al otro lado y así mañana no tendremos que caminar tanto.

—Es una buena idea, Tasslehoff, pero no tenemos bote.

—Eso no es problema —sonrió el kender.

Bajo aquella luz, su pequeño rostro y sus puntiagudas orejas le daban un aspecto especialmente travieso. Tasslehoff disfruta inmensamente con todo esto, pensó Tanis. Le entraron ganas de zarandearlo enérgicamente y hablarle con severidad acerca del gran peligro que estaban corriendo. Pero el semielfo sabía que era inúticlass="underline" los kender son totalmente inmunes al miedo.

—Lo del bote es una buena idea —repitió Tanis después de unos segundos de reflexión—. Te ocupas tú y no se lo digas a Flint —añadió—. Yo me encargaré de ello.

—¡Perfecto! —Tasslehoff soltó una risita y regresó junto al resto del grupo—. Seguidme —les dijo en voz baja y comenzó a caminar de nuevo. Flint lo siguió refunfuñando seguido de Goldmoon. Riverwind, después de una rápida y penetrante mirada a los componentes del grupo, comenzó a caminar tras ella.

—No creo que confíe en nosotros ——comentó Caramon.

—¿Confiarías tú? —le preguntó Tanis.

El dragón del casco de Caramon relucía bajo las titilantes luces y el halo de su cota de mallas fulguraba cada vez que el viento levantaba su capa. Una larga espada golpeaba sonoramente contra sus gruesas caderas, un arco corto y una aljaba pendían de su hombro y de su cinturón sobresalía una daga. Su escudo estaba abollado y golpeado tras innumerables peleas. Estaba equipado para afrontar cualquier aventura.

Tanis observó a Sturm, que llevaba orgullosamente el escudo de armas de una orden de caballería caída en desgracia más de trescientos años atrás. A pesar de que el caballero era sólo cuatro años mayor que Caramon, su vida estricta y disciplinada, las dificultades originadas por la pobreza y la búsqueda melancólica de su amado padre, hacían que pareciese mayor de lo que era. Parecía tener cuarenta años, pero sólo tenía veintinueve.

Tanis llegó a la conclusión de que si él fuera el bárbaro tampoco confiaría en el grupo.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Sturm.

—Cruzaremos el lago en bote.

—¡Oh! —cloqueó Caramon—. ¿Se lo has dicho a Flint?

—No, pero de eso me ocuparé yo.

—¿Dónde vamos a conseguir un bote? —preguntó Sturm suspicaz.

—Creo que estarás más tranquilo si lo ignoras —le contestó el semielfo.