El caballero arrugó la frente. Buscó al kender con la mirada, pero éste ya se había adelantado revoloteando de sombra en sombra.
—Tanis, esto no me gusta. Primero asesinos y ahora estamos a punto de convertimos en ladrones.
—Yo no me considero ningún asesino —gruñó Caramon—. Los goblins no cuentan.
Tanis notó que el caballero miraba fijamente a Caramon.
—A mí tampoco me gusta todo esto, Sturm —le dijo rápidamente, confiando evitar una discusión—, pero es cuestión de necesidad. Mira a los bárbaros: su orgullo es lo único que los mantiene en pie. Mira a Raistlin... —Sus ojos se desviaron hacia el mago que se arrastraba por la hojarasca, caminando siempre entre las sombras y apoyándose pesadamente en su bastón. De tanto en tanto, una tos seca sacudía todo su cuerpo.
El rostro de Caramon se ensombreció.
—Tanis tiene razón; Raistlin no aguantará mucho más. Debo ir a su lado.
Dejó al caballero y al semielfo y se apresuró a alcanzar la figura encorvada de su frágil hermano.
—Deja que te ayude, Raistlin —oyeron que le susurraba Caramon.
Raistlin sacudió la cabeza y se apartó de su hermano. Caramon se encogió de hombros, pero se mantuvo cerca por si el mago lo necesitaba.
—No entiendo cómo lo aguanta —comentó Tanis en voz baja.
—Familia, lazos de sangre —Sturm parecía pensativo. Iba a decir algo más, pero tras observar el rostro de elfo de Tanis con su crecida barba de humano, guardó silencio. Tanis notó su mirada e imaginó lo que el caballero estaría pensando. Familia, lazos de sangre; había ciertas cosas que el semielfo no entendería jamás.
—Apresurémonos —dijo bruscamente Tanis —. Nos estamos rezagando.
Pronto los bosques de vallenwoods de Solace quedaron atrás y el grupo entró en los bosques de pinos que rodeaban el lago Crystalmir. Tanis oyó un débil sonido de gritos amortiguados por la distancia.
—Han encontrado los cadáveres —dijo.
Sturm asintió apesadumbrado. De pronto, en medio de la oscuridad, apareció Tasslehoff.
—El sendero continúa una legua más hasta llegar al lago —dijo—. Yo me reuniré con vosotros, ya me veréis.
Después de un gesto vago e incierto desapareció antes de que Tanis pudiese pronunciar una palabra. El semielfo volvió su mirada atrás, hacia Solace. Cada vez había más luces avanzando hacia ellos, seguramente los caminos ya estarían bloqueados.
—¿Dónde está el kender? —gruñó Flint mientras caminaban por el bosque.
—Tasslehoff se reunirá con nosotros en el lago.
—¿Lago? —Flint lo miró con expresión alarmada—. ¿Qué lago?
—Sólo hay un lago por aquí, Flint. Sigamos, no debemos detenemos.
Su vista de elfo percibió en la lejanía la inmensa silueta rojiza de Caramon y la forma también rojiza pero menuda de su hermano.
—Creí que íbamos a escondemos en el bosque durante un rato en espera de un momento más favorable —dijo Flint forzando el paso para adelantar a Sturm y expresarle a Tanis su protesta.
—Vamos a ir en bote —le dijo Tanis sin dejar de andar.
—¡No! —exclamó Flint—. ¡No pienso subirme a ningún bote!
—¡El accidente ocurrió hace ya diez años! Mira, yo me ocuparé de que Caramon no se mueva y se quede sentado.
—¡Rotundamente no! Nada de botes. ¡Juré no volver a subirme a uno en toda mi vida!
—¡Tanis! —le susurró Sturm desde atrás —. Mira, luces.
—¡Maldición! —El semielfo se giró. Tardó unos segundos en distinguir las luces que centelleaban entre los árboles, cada vez más cerca. Corrió hacia delante y alcanzó a Caramon, a Raistlin y a los bárbaros—. ¡Luces! —exclamó en un agudo susurro.
Caramon miró hacia atrás y comenzó a maldecir y Riverwind levantó el brazo, dándole a entender que le habían oído.
—Caramon, temo que vamos a tener que aligerar el paso... —comenzó a decir Tanis.
—Lo conseguiremos —dijo imperturbable el gigante. Caminaba sosteniendo a Raistlin, rodeándole con el brazo, cargando prácticamente con su hermano, quien, entre toses, seguía avanzando. Sturm los alcanzó. Mientras caminaban por la maleza oyeron los resoplidos de Flint a poca distancia de ellos. El enano estaba enojado y refunfuñaba para sí.
—No vendrá —le dijo Sturm a Tanis —. Aunque sólo haya sido un accidente, Caramon no lo ahogó de milagro y desde entonces Flint le tiene un pánico mortal a los botes. Tú no estabas allí y no lo viste cuando conseguimos sacarle del agua.
—Vendrá —dijo Tanis respirando profundamente—. No podrá permitir que corramos peligro sin estar él presente.
Sturm movió la cabeza poco convencido.
Tanis miró de nuevo hacia atrás. No vio las luces pero supuso que al haberse internado en el bosque, era difícil verlas. Fewmaster Toede no impresionaba a nadie por su inteligencia, pero no hacía falta ser muy listo para suponer que el grupo se dirigiría hacia el lago. El semielfo se detuvo bruscamente para evitar tropezar con alguien.
—¿Qué pasa? —susurró.
—Hemos llegado —contestó Caramon. Tanis suspiró aliviado al ver la oscura superficie del lago Crystalmir, salpicada de espumosos remolinos producidos por el batir del viento.
—¿Dónde está Tasslehoff? —preguntó hablando en voz baja.
—Creo que está allá —Caramon señaló un oscuro objeto que flotaba junto a la orilla. Tanis divisó la aureola rojiza del kender que se hallaba sentado en un bote grande.
Las estrellas titilaban cristalinas en aquel cielo azul oscuro. La luna roja, Lunitari, aparecía como una uña sangrienta surgiendo del agua, y su compañera nocturna, Solinari, que ya había ascendido, manchaba el agua de plata fundida.
—¡Seremos un blanco perfecto! —exclamó Sturm irritado.
Tanis vio que Tasslehoff miraba a derecha e izquierda intentando localizarlos. Se agachó para recoger una piedra, y la lanzó al agua. Cayó muy cerca del bote. Tasslehoff captó la señal y condujo el bote hacia la costa.
—¡Nos quieres meter a todos en un bote! —exclamó Flint horrorizado—. ¡Estás loco, semielfo!
—Es un bote grande —comentó Tanis.
—¡No! ¡No iré! ¡No iría ni aunque fuera uno de los legendarios barcos alados de Tarsis! Prefiero probar suerte con el Teócrata.
Tanis ignoró al malhumorado enano y se dirigió a Sturm. —Consigue que todos suban a bordo. Nos iremos en seguida.
—No tardaré mucho —dijo Sturm—. Escucha...
—Puedo oírlo —contestó seriamente Tanis —. Hemos de irnos.
—¿Qué son estos ruidos? —preguntó Goldmoon al caballero.
—Las brigadas de búsqueda de los goblins —contestó Sturm—. Esos silbidos los mantienen en contacto cuando se separan. Están internándose en el bosque.
Goldmoon asintió con la cabeza y le dirigió unas palabras a Riverwind en su propia lengua, continuando, aparentemente, una conversación interrumpida por la llegada de Sturm.
«Él está tratando de convencerla de que deben separarse de nosotros», pensó Sturm.
«A lo mejor tiene la suficiente pericia para esconderse de la partida de goblins durante unos días, pero lo dudo».
—¡Riverwind, gue-lando! —dijo Goldmoon secamente. Sturm vio que Riverwind fruncía las cejas enojado y, sin decir una sola palabra, se giraba y caminaba hacia la orilla. Goldmoon suspiró y observó con el rostro teñido de tristeza cómo se alejaba.
—¿Puedo hacer algo para ayudaros, señora? —le preguntó Sturm.
—No —respondió. Luego murmuró apesadumbrada—: El es el rey de mi corazón, pero yo soy su reina. Cuando éramos jóvenes pensábamos que podríamos olvidarlo, pero he sido princesa durante demasiado tiempo.
—¿Por qué no confía en nosotros? —le preguntó Sturm.
—Porque tiene todos los prejuicios de nuestra raza —le contestó Goldmoon—. La gente de las Llanuras desconfía de los que no son humanos; Tanis no puede ocultar su sangre de elfo tras una barba; luego está el enano, el kender...
—¿Y vos, señora? —le preguntó Sturm—. ¿Por qué confiáis en nosotros? ¿Acaso no tenéis los mismos prejuicios?