Goldmoon lo miró y dijo con voz baja y profunda:
—Cuando niña, yo era la princesa de mi pueblo, una sacerdotisa, me adoraban como a una diosa y yo creía en ello pues me gustaba, pero luego sucedió algo... —Se quedó callada con la mirada inundada de recuerdos.
—¿Qué sucedió? —preguntó Sturm.
—Me enamoré de un pastor —Goldmoon miró a Riverwind, lanzó un suspiro y comenzó a caminar hacia el bote.
Sturm vio que Riverwind se metía en el agua y acercaba el bote a la costa mientras Caramon y Raistlin alcanzaban la orilla. El mago, temblando, se sujetó los ropajes.
—Yo no me puedo mojar los pies —murmuró con sequedad. Caramon no contestó, simplemente le rodeó con sus brazos y, levantándolo con facilidad (como si se tratase de un niño), lo depositó en el bote. El mago se acurrucó en la popa sin pronunciar ni una sola palabra de agradecimiento.
—Yo sujetaré el bote —le dijo Caramon a Riverwind—. Tú métete dentro —Riverwind dudó unos instantes y subió. Luego Caramon ayudó a Goldmoon, que se tambaleó, pues el barco se movía ligeramente. Los bárbaros se acomodaron en la parte trasera, detrás de Tasslehoff.
Cuando Sturm se acercó, Caramon se volvió hacia él.
—¿Qué está sucediendo ahí atrás?
—Flint dice que prefiere morir quemado antes que subirse a este bote, que por lo menos así morirá calentito en vez de frío y mojado.
—Iré y lo arrastraré hasta aquí —dijo Caramon.
—Será mucho peor. Fuiste tú el que casi lo ahoga, ¿recuerdas? Deja que Tanis lo solucione con su habitual diplomacia.
Caramon asintió. Se quedaron en la orilla aguardando en silencio. En el bote, Goldmoon observaba a Riverwind con desasosiego, pero el bárbaro no prestaba atención a su mirada. Tasslehoff, agitándose constantemente en su asiento, comenzó a hacer preguntas en su habitual tono estridente, pero una severa mirada de Sturm desde la orilla hizo que se callase. Raistlin se acurrucaba envuelto en sus ropajes, haciendo esfuerzos por contener una tos irreprimible.
—Voy a ver qué ocurre —dijo finalmente Sturm— Los silbidos suenan cada vez más cerca. No podemos permitirnos retrasarnos más —Pero justo en ese momento vio que Tanis le daba la mano al enano y caminaba solo hacia el bote. Flint se quedó donde estaba, en el linde del bosque. Sturm sacudió la cabeza—. Le dije a Tanis que el enano no vendría....
—Como dice el viejo refrán, tozudo como un enano —gruñó Caramon— y éste ha tenido ciento cuarenta y ocho años para desarrollar su tozudez. —Movió la cabeza con tristeza—. Seguro que lo echaremos de menos, ha salvado mi vida en más de una ocasión. Dejadme que vaya a buscarle, un buen puñetazo en la mandíbula y no sabrá si está en un bote o en su propia cama.
Tanis, que llegaba corriendo jadeante, oyó el último comentario.
—No, Caramon —le dijo—, Flint nunca nos lo perdonaría No temas por él, regresa a las colinas. Metámonos en el bote, cada vez hay más luces avanzando en esta dirección. Hasta un enano gully sería capaz de seguir las huellas que hemos dejado en el bosque.
—Es absurdo que nos mojemos todos —dijo Caramon sujetando el bote—. Meteos tú y Sturm, yo empujaré.
Sturm ya se había encaramado y Tanis, dándole un golpecillo a Caramon en la espalda, subió tras el caballero. El guerrero empujó el bote hacia el interior del lago y, cuando el agua ya le llegaba por las rodillas, oyeron que alguien los llamaba.
—¡Esperad un momento! —Era Flint, que salía corriendo del bosque—. ¡Esperad! ¡Voy con vosotros!
—¡Deteneos! —gritó Tanis —. ¡Caramon, esperemos a Flint!
—¡Mirad! —Sturm se levantó y señaló hacia la costa, iluminada por las humeantes antorchas de los guardias goblins.
—¡Goblins! ¡Flint! —chilló Tanis —. ¡Detrás tuyo! ¡Corre! El enano, sin pensárselo, agachó la cabeza y comenzó a correr hacia la orilla sosteniéndose el casco con la mano para evitar que se le cayera.
—Yo lo cubriré —dijo Tanis preparando su arco. Su vista de elfo era la única que podía distinguir a los goblins tras el resplandor de las antorchas. Colocó una flecha en el arco y se puso en pie, disparando hacia la silueta de un goblin mientras Caramon sujetaba la barca. La flecha golpeó al goblin en el pecho y después rebotó hacia su cara. El resto de los goblins aminoraron un poco la marcha y prepararon sus arcos. Cuando Tanis estaba colocando la siguiente flecha, Flint alcanzó la orilla.
—¡Esperadme! ¡Ya estoy aquí! —y zambulléndose en el agua, se hundió como una roca.
—¡Agárralo! —gritó Sturm—. ¡Tasslehoff, rema hacia atrás! ¡Ahí está! ¿Lo ves? Las burbujas...
Caramon chapoteaba frenéticamente en el agua en busca del enano. Tas intentaba remar hacia ellos pero el bote era demasiado pesado para él. Tanis disparó una nueva flecha y falló, lanzando una maldición al tiempo que preparaba otra. El grupo de goblins descendía por la colina.
—¡Ya lo tengo! —gritó Caramon alzando al empapado enano por el cuello de su túnica de cuero—. Deja de moverte —le dijo a Flint, que agitaba los brazos arriba y abajo absolutamente aterrorizado. Una de las flechas de los goblins golpeó a Caramon en su cota de mallas y se quedó ahí clavada como una raquítica pluma.
—¡Esto ya es demasiado! —gruñó exasperado el guerrero; tensó los músculos de los brazos y, haciendo un gran esfuerzo, arrojó al enano en el bote justo cuando comenzaba a alejarse. Flint se sujetó de una tabla con las piernas colgando fuera y Sturm lo agarró por el cinturón y lo empujó hacia dentro mientras la barca se balanceaba alarmantemente. Tanis casi perdió el equilibrio y tuvo que tirar el arco y sujetarse al bote para no caer al agua. Una de las flechas de los goblins golpeó la borda, rozando su mano.
—¡Tasslehoff, rema de nuevo hacia Caramon! —chilló Tanis.
—¡No puedo! —gritó el kender forcejeando. Un remo fuera de control estuvo a punto de tirar a Sturm al agua.
El caballero apartó bruscamente al kender y, agarrando los remos, condujo suavemente el bote cerca de Caramon para que éste pudiera subir a bordo.
Tanis ayudó al guerrero y luego le gritó al caballero:
—¡Rema!
Sturm movió los remos con todas sus fuerzas, inclinándose hacia atrás y sumergiéndolos lo más hondo posible. El bote se alejó de la costa en medio de los aullidos de los indignados goblins. Cuando Caramon, totalmente empapado, se dejó caer junto a Tanis, las flechas de los goblins aún silbaban a su alrededor.
—¡Están haciendo prácticas de tiro! —murmuró Caramon sacándose la flecha de su cota de mallas—. Nuestras siluetas se perfilan claramente contra las oscuras aguas.
Cuando Tanis se agachó para recuperar su arco, vio que Raistlin se estaba incorporando.
—¡Ponte a cubierto! —le aconsejó el semielfo, y Caramon rápidamente hizo un gesto hacia su hermano, quien, con expresión enojada, rebuscó en uno de los bolsillos de su cinturón y sacó un puñado de una sustancia. Una flecha pasó silbando a su lado, pero el mago no reaccionó. Tanis comenzó a tirar de él para que se sentara, pero se dio cuenta de que Raistlin se estaba concentrando para formular un encantamiento y sabía que distraerle en un momento semejante, podía traer dramáticas consecuencias: hacer que el mago olvidara el hechizo, o algo peor, que errara el encantamiento.
Apretando los dientes, Tanis lo observó. Raistlin levantó una mano flaca y huesuda, y dejó que los polvos cayeran lentamente sobre la cubierta del barco. El semielfo vio que se trataba de simple arena.
—Ast tasark sinuralan krynawi —murmuró Raistlin mientras trazaba lentamente con la mano derecha un arco paralelo a la costa. Tanis miró hacia la orilla. Los goblins iban soltando sus arcos y caían desplomados como si Raistlin los fuese derribando uno por uno. Dejaron de llover flechas. Los goblins que estaban más lejos corrieron hacia adelante aullando de rabia, pero cuando llegaron a la orilla, el bote ya estaba fuera de su alcance.