—¡Buen trabajo, hermano! —exclamó Caramon. Raistlin parpadeó y pareció regresar al mundo, luego cayó hacia delante. Su hermano pudo sujetarlo y el mago se incorporó, respirando débilmente en medio de un ataque de tos.
—Me pondré bien en un momento —susurró apartándose de Caramon.
—¿Qué les has hecho? —preguntó Tanis mientras buscaba las flechas enemigas para sacarlas del bote pues, a veces, los goblins envenenaban las puntas de las flechas.
—Hice que se durmieran —susurró Raistlin tiritando a causa del frío— y ahora debo descansar. —Se acurrucó de nuevo en un costado de la nave.
Tanis observó a Raistlin; indudablemente el mago había ganado habilidad y poder. Ojala pudiera confiar en él, pensó el semielfo.
El bote avanzaba sobre el lago inundado de estrellas. El silencio, aparte del rítmico chasquido de los remos en el agua y de la tos seca y tormentosa del mago, era absoluto. Tasslehoff destapó la bota de vino que Flint había conseguido conservar a pesar de la accidentada huida e intentó que el congelado enano tomara un trago y dejara de tiritar. Pero Flint, agachado en la popa, tembloroso, no quiso moverse y continuó mirando fijamente al agua.
Goldmoon se acurrucó todavía más, envuelta en su capa de pieles. Vestía los suaves pantalones de ante de su tribu cubiertos por un faldillín y una túnica con cinturón, y calzaba unas botas de piel. Cuando Caramon había arrojado a Flint a bordo, el bote se había llenado de agua, por lo que el ante se había adherido a la piel de la mujer y al poco rato ésta se hallaba helada de frío y temblando.
—Toma mi capa —le dijo Riverwind en su idioma mientras comenzaba a desabrocharse su capa de piel de oso.
—No —Goldmoon negó con la cabeza—. Has tenido fiebre. Yo nunca me pongo enferma, tú lo sabes. Pero... –le miró a los ojos y sonrió— puedes rodearme con tu brazo, guerrero. El calor de nuestros cuerpos nos ayudará a ambos.
—¿Es una orden, princesa? —le susurró Riverwind importunándola y acercándose más a ella.
—Lo es —dijo ella apoyándose en él y lanzando un suspiro de satisfacción. Dirigió la mirada hacia el estrellado cielo y de pronto se sobresaltó y dio un respingo.
—¿Qué ocurre? —preguntó Riverwind mirando hacia arriba.
Los demás, aunque no habían entendido la conversación, se dieron cuenta de que algo sucedía y alzaron la mirada. Caramon, dándole un codazo a su hermano le preguntó:
—¿Qué sucede Raistlin? Yo no veo nada.
El mago se incorporó, tosiendo, y se sacó la capucha. Cuando el espasmo pasó, observó el cielo. Su cuerpo se puso tenso y abrió los ojos de par en par. Alargando su mano delgada y huesuda, Raistlin agarró firmemente a Tanis por el brazo.
—Tanis... —el mago hablaba entrecortadamente, le fallaba la respiración—. Las constelaciones...
—¿Cómo? —Tanis miraba al mago sorprendido por la palidez de su dorada piel metálica y del brillo febril de sus extraños ojos—. ¿Qué dices de las constelaciones?
—¡Han desaparecido! —dijo Raistlin crispado, en medio de un fuerte ataque de tos. Caramon le rodeó con sus brazos, estrechándolo fuertemente, intentando proteger el frágil cuerpo de su hermano. Raistlin se recuperó y se frotó la boca con la mano, sus dedos estaban manchados de sangre, respiró profundamente y luego habló.
—Han desaparecido dos constelaciones: la Reina de la Oscuridad y la del Guerrero Valiente. Ella ha venido a Krynn y El ha venido a luchar contra ella. Todos los rumores maléficos que oímos son verdaderos... Guerra, muerte, destrucción... —Su voz se fundió en un nuevo ataque de tos.
Caramon lo sostuvo.
—Vamos, Raistlin —le susurró—, no te preocupes, son sólo un puñado de estrellas.
—Sólo un puñado de estrellas —repitió Tanis. Sturm comenzó a remar de nuevo, esforzándose por alcanzar la orilla opuesta.
6
Noche en la gruta. Discordia. Tanis toma una decisión.
Comenzó a soplar un viento helado y por el norte se aproximaron nubes tormentosas que fueron rellenando los huecos dejados por las constelaciones desaparecidas. Empezó a llover y los compañeros se acurrucaron en el fondo del bote arropados con sus capas.
Caramon se reunió con Sturm e intentó hablarle, pero el caballero lo ignoró, remando silenciosamente con el semblante severo, murmurando de tanto en tanto para sí en el idioma Solámnico.
—¡Sturm! ¡Allá, a mano izquierda, entre esas rocas inmensas! —le gritó Tanis, señalando.
Sturm y Caramon remaban con fuerza. A causa de la lluvia era difícil distinguir el perfil de las rocas y, por un momento, creyeron que se habían perdido en la oscuridad, pero segundos después apareció ante ellos el acantilado. Sturm y Caramon aproximaron el bote a la costa y Tanis saltó al agua, empujando la embarcación hasta la orilla. Llovía torrencialmente, por lo que los compañeros abandonaron la barca empapados y helados de frío. A Flint tuvieron que sacarlo, pues el enano parecía un goblin muerto; estaba totalmente rígido de pánico. Mientras Riverwind y Caramon escondían el bote entre la frondosa maleza, Tanis condujo al resto por un pedregoso sendero hasta una pequeña abertura del acantilado. Parecía una simple grieta en la superficie, pero al pasar al interior vieron que era lo suficientemente amplia para que todos pudiesen instalarse confortablemente.
—Bonita casa —dijo Tasslehoff mirando a su alrededor—. Bastante austera en lo que se refiere a los muebles, pero...
Tanis le sonrió socarronamente.
—Servirá para pasar la noche; ni el enano se quejará, y si lo hace ¡será enviado a dormir al bote!
Tasslehoff le devolvió una amplia sonrisa. Le alegraba ver de nuevo al viejo Tanis. Cuando se habían reunido, había encontrado al semielfo extrañamente malhumorado e indeciso, muy diferente de aquel valeroso «líder» que él recordaba, pero ahora que estaban de nuevo en marcha sus ojos brillaban otra vez; había salido de su concha y volvía a hacerse cargo de la situación, tomando una vez más su papel habitual. Una aventura como ésta le sentaría bien para dejar de pensar en sus problemas, cualesquiera que éstos fuesen.
Caramon transportó a su hermano desde el bote y lo depositó lo más suavemente que pudo sobre la cálida arena que cubría el suelo de la gruta. Riverwind intentó encender un fuego con ramas húmedas, que crujieron, chisporrotearon y prendieron al poco rato. El humo serpenteaba hacia el techo y salía por una grieta. El bárbaro cubrió la entrada de la cueva con maleza y ramas caídas, evitando así que desde afuera pudiera verse la luz del fuego o que entrase la lluvia.
Lo hace bien, casi podría ser uno de nosotros, pensó Tanis mientras observaba cómo trabajaba el bárbaro. Suspirando, el semielfo volvió a fijar su atención en Raistlin y arrodillándose junto a él, miró al joven mago con preocupación. El reflejo oscilante de las llamas del fuego en el pálido rostro de Raistlin, le recordó a Tanis una ocasión en que él, Flint y Caramon habían rescatado al mago de una violenta muchedumbre que pretendía quemarle en la hoguera. Raistlin había osado desenmascarar a un clérigo charlatán que estafaba dinero a la gente de la ciudad y, en lugar de enojarse con el clérigo, la gente se había enojado con el mago. Tal como Tanis le había dicho a Flint, la gente necesitaba creer en algo.
Caramon arropaba con su capa a su hermano. A éste, sacudido por espasmos de tos, le manaba sangre de la boca y sus ojos brillaban febriles. Goldmoon se arrodilló a su lado con una copa de vino en la mano.
—¿Puedes beber esto? —le preguntó amablemente.
Raistlin negó con la cabeza, intentó hablar, tosió y apartó con la mano la copa que ella le brindaba. Goldmoon miró a Tanis.
—¿Tal vez mi Vara? —preguntó.
—¡No! —Raistlin, que apenas podía hablar, hizo un gesto para que Tanis se acercara. A pesar de estar muy cerca, Tanis casi no podía escuchar las palabras del mago, sus frases entrecortadas se veían interrumpidas por ataques de tos, pues Raistlin necesitaba tomar aire para continuar hablando—. La Vara no me curará, Tanis —murmuró—, no la gastéis en mí. Es un artefacto bendito..., su poder sagrado es limitado. Mi cuerpo fue el sacrificio que hice... por mi magia. Esto es irrevocable..., nada ni nadie puede ayudarme... —Su voz se apagó y sus ojos se cerraron.