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En aquel gris amanecer, la caverna estaba fría y siniestra a pesar del trepidante fuego. Goldmoon y Tasslehoff estaban preparando el desayuno y Riverwind, en el fondo de la cueva, sacudía la capa de pieles de Goldmoon. Al entrar en la caverna Tanis observó que el bárbaro estaba a punto de decirle algo a Goldmoon, pero se calló, conteniendo sus palabras y mirándola intencionadamente mientras continuaba con su trabajo. Goldmoon mantuvo baja la mirada, su rostro estaba pálido y parecía preocupada. «El bárbaro se arrepiente de no haberse podido controlar anoche», pensó Tanis.

—Lo siento, pero queda muy poca comida —dijo Goldmoon echando unos cereales en una olla de agua hirviendo.

—La despensa de Tika no estaba muy equipada —añadió Tasslehoff disculpándose—. Nos queda una barra de pan, un poco de carne seca, medio queso rancio y harina de avena. Seguramente Tika come fuera de casa.

—Riverwind y yo no hemos traído provisiones —dijo Goldmoon—; en realidad, no esperábamos hacer este viaje.

Tanis estuvo a punto de preguntarle algo más sobre la Vara y la canción que había cantado en la posada, pero el olor de la comida los había despertado a todos. Caramon bostezó, se desperezó y se puso en pie acercándose a la olla.

—¡Harina de avena! ¿No hay nada más?

—Aún habrá menos para la cena —sonrió Tasslehoff—. Apriétate el cinturón. De todas formas, estabas engordando.

El guerrero suspiró profundamente con expresión sombría.

El escaso desayuno en el frío amanecer no fue muy alegre. Sturm no quiso comer nada y salió afuera a montar guardia. Se sentó en una roca y observó preocupado las finas líneas que las oscuras nubes trazaban sobre la quieta superficie del lago. Caramon devoró su ración en un segundo, luego se tragó la de su hermano y después la de Sturm cuando éste salió de la gruta. Después, el guerrero contempló ansioso a los demás.

—¿Vas a comerte esto? —preguntó señalando la parte de pan que le correspondía a Flint. El enano arrugó la frente y Tasslehoff, viendo que la mirada del guerrero rondaba por su plato, se tragó su trozo de pan, atragantándose por la prisa. «Por lo menos eso le mantiene callado», pensó Tanis, gustoso de descansar de la aguda voz del kender durante un rato. Desde que se habían despertado, Tasslehoff no había dejado de chillarle a Flint sin piedad alguna, llamándole «capitán» y «compañero de a bordo», preguntándole el precio del pescado y cuánto costaría transportarlo en barca al otro lado del lago. Al final Flint le lanzó una piedra y Tanis envió al kender a lavar las cacerolas al lago.

El semielfo se dirigió al fondo de la caverna.

—¿Cómo te encuentras esta mañana, Raistlin? Pronto tendremos que irnos de aquí.

—Estoy mucho mejor —le contestó el mago con su voz suave y sibilante mientras bebía un brebaje de hierbas que él mismo se había preparado y que consistía en unas hojas pequeñas y plumosas que flotaban en agua hirviendo y despedían un olor tan acre y amargo que hacía que Raistlin arrugara la cara al beberlo.

Tasslehoff regresó saltando, haciendo resonar estrepitosamente las ollas y platos de hojalata. Tanis apretó los dientes y, cuando se disponía a reñir al kender, cambió de idea, convencido de que no solucionaría nada.

Al ver la tensa expresión del rostro de Tanis, Flint le quitó a Tasslehoff los potes y cacerolas, y comenzó a guardarlos.

—Compórtate —le susurró—; si no, te agarraré por la coleta y te colgaré de un árbol para que sirva de aviso a todos los kenders...

Tasslehoff alargó el brazo y sacó algo de la barba del enano.

—¡Mira! —le dijo sosteniéndolo en alto con regocijo.

—¡Algas! —Flint, rugiendo, intentó agarrar al kender, pero éste se escurrió con agilidad.

Se oyó un crujido en la maleza y Sturm apareció en la entrada de la gruta con expresión severa y sombría.

—¡Ya basta! —exclamó mirando furioso a Flint y a Tasslehoff, con los bigotes temblando. Mirando a Tanis, dijo—: Podía oírles claramente desde el lago. Conseguirán que todos los goblins de Krynn se nos echen encima. Tenemos que salir de aquí. ¿Hacia dónde nos dirigiremos?

Sobrevino un tenso silencio. Todos dejaron lo que estaban haciendo y miraron a Tanis, a excepción de Raistlin, que estaba limpiando su copa minuciosamente con un trapo blanco y que continuó haciéndolo sin levantar la mirada, como si la cuestión no le interesase lo más mínimo.

Tanis suspiró y se rascó la barba.

—Sabemos que el Teócrata de Solace es un hombre corrupto que está utilizando a los goblins para conseguir hacerse con el poder y, si tuviese la Vara, la utilizaría en beneficio propio. Durante años hemos estado buscando una señal de los verdaderos dioses y parece que hemos encontrado una; no estoy dispuesto a entregársela a ese farsante. Tika dijo que los Buscadores de Haven seguían en pos de la verdad; quizás ellos puedan decirnos algo sobre la Vara, de dónde viene y qué poderes tiene. Tasslehoff, dame el mapa.

El kender vació varias de sus bolsas sobre el suelo y al final encontró el pergamino que le pedían.

—Estamos aquí, en la ribera oeste de Crystalmir —prosiguió Tanis —. Al norte y al sur se extienden las laderas de las montañas Kharolis que limitan el valle de Solace. En ninguna de las dos cadenas existe un paso conocido, a excepción del paso Gateway al sur de Solace...

—Que seguramente estará vigilado por los goblins —murmuró Sturm—. Existen pasos en el noreste...

—¡Tendríamos que volver a cruzar el lago! —exclamó Flint horrorizado.

—Sí. —La expresión de Tanis era severa—. Habría que cruzar el lago, pero esos pasos conducen a las Llanuras y no creo que queráis tomar esa dirección —dijo mirando a Goldmoon y a Riverwind—. El camino del oeste va hacia Haven a través de los picos Sentinel y del cañón Shadow; creo que ésa es la ruta que debemos tomar.

Sturm frunció el ceño.

—¿Y qué sucederá si los Buscadores de Haven son tan terribles como los de Solace?

—Entonces continuaremos hacia el sur, hacia Qualinesti. —¿Qualinesti? —preguntó Riverwind enojado—. ¿La tierra de los elfos? ¡No! A los humanos les está prohibida la entrada y además es un camino secreto...

La discusión se vio interrumpida por un sonido áspero y sibilante. Todos se volvieron hacia Raistlin.

—Existe un camino —dijo en un tono bajo y burlón, sus ojos centelleaban a la fría luz del amanecer—. Las sendas del Bosque Oscuro llevan directamente a Qualinesti.

—¿El Bosque Oscuro? —repitió Caramon alarmado—. ¡No, Tanis!

El guerrero negó con la cabeza.

—No me asusta luchar contra los vivos..., pero contra los muertos...

—¿Los muertos? —preguntó Tasslehoff con curiosidad—. Cuéntame, Caramon...

—Cállate, Tasslehoff —le gritó Sturm—. El Bosque Oscuro es la locura. Nadie ha regresado de allí jamás. Raistlin, ¿estarías dispuesto a que corriésemos ese riesgo?

—¡Esperad! —Tanis habló secamente. Todos callaron, incluso Sturm guardó silencio. El caballero contempló el rostro sereno y pensativo de Tanis, aquellos ojos almendrados que poseían la sabiduría acumulada durante años y años de búsqueda. En muchas ocasiones se había preguntado por qué aceptaba el liderazgo de Tanis; después de todo, no era más que un semielfo bastardo. No provenía de sangre noble, no llevaba armadura ni ningún escudo o emblema prestigioso. A pesar de ello, Sturm lo seguía, lo quería y respetaba como nunca había respetado a hombre alguno.