Выбрать главу

Para el caballero la vida era un oscuro sudario, sólo podía llegar a aceptarla y comprenderla a través del código de los caballeros por el que su vida se regía. Est Sularus oth Mithas, «Mi honor es mi vida». Este código definía el honor y era el más extenso, detallado y estricto de todo Krynn. Había significado la verdad durante setecientos años y el temor secreto de Sturm era que, un día, en la batalla final, el código no le diera la respuesta. Sabía que, si ese día llegaba, Tanis estaría a su lado, manteniendo unidos los pedazos de ese mundo resquebrajado, pues mientras Sturm creía en el código Tanis lo vivía.

El sonido de la voz de Tanis devolvió al caballero al presente.

—Os recuerdo a todos que la Vara no es nuestra y que pertenece a Goldmoon, si es que pertenece a alguien. Nosotros no tenemos más derecho a ella que el Teócrata de Solace.

Tanis se dirigió a Goldmoon.

—¿Cuál es vuestra voluntad, señora?

Goldmoon les miró a todos, uno por uno, y luego miró a Riverwind.

—Tú sabes lo que pienso —dijo él fríamente—, pero eres la hija de Chieftain.

Se puso en pie e, ignorando su mirada de súplica, caminó hacia afuera majestuosamente.

—¿Qué quiso decir? —preguntó Tanis.

—Quiere que nos separemos de vosotros para llevar la Vara a Haven —contestó Goldmoon hablando en voz baja—. Dice que con vosotros corremos más peligro, que viajar los dos solos sería más seguro.

—¿Que con nosotros corréis más peligro? —explotó Flint—. ¡No estaríamos aquí, no hubiese estado a punto de ahogarme..!

Tanis levantó la mano.

—Ya está bien —se rascó la barba—. Estaréis más seguros con nosotros. ¿Aceptáis nuestra ayuda?

—Sí, la acepto —contestó gravemente Goldmoon— aunque sea sólo por un corto trecho.

—Bien —dijo Tanis —; Tasslehoff, tú conoces el camino a través del Valle de Solace, serás el guía.

—De acuerdo, Tanis —contestó sumiso el kender, recogiendo todas sus bolsas y colgándoselas alrededor de la cintura y sobre los hombros. Cuando pasó ante Goldmoon hizo una pequeña reverencia y le acarició ligeramente la mano antes de salir de la gruta.

Los demás recogieron rápidamente sus cosas y lo siguieron.

—Va a llover de nuevo —gruñó Flint mirando hacia las nubes que cada vez estaban más bajas—. Debería haberme quedado en Solace. —Murmurando:comenzó a caminar colocándose el hacha de guerra en la espalda. Tanis, que esperaba a Goldmoon y a Riverwind, sonrió y movió la cabeza. Algunas cosas no cambiarían nunca, entre ellas, los, enanos.

Riverwind recogió los paquetes de Goldmoon y se los colgó a la espalda.

—Me he asegurado de que el bote esté bien escondido por si lo necesitamos —le dijo a Tanis. Esa mañana su expresión era de nuevo una máscara de estoicismo.

—Es una buena idea, gracias —le respondió Tanis.

—Si os adelantáis —dijo Riverwind, yo iré borrando las huellas.

Tanis iba a agradecerle al hombre de las Llanuras su ofrecimiento, pero éste ya se había dado la vuelta y había comenzado su trabajo. El semielfo movió la cabeza de un lado a otro y, mientras caminaba, oyó que Goldmoon hablaba dulcemente con el bárbaro en su idioma. Riverwind le contestó con una sola palabra en tono cortante. Tanis escuchó un suspiro y luego el resto de la conversación se perdió tras los crujidos que hacía Riverwind al borrar las huellas.

7

La historia de la Vara. Clérigos extraños. Una sensación tenebrosa

Los frondosos bosques del Valle de Solace eran una extensión verde y llena de vida. Bajo el denso techo de los vallenwoods crecían maleza de cardos y enredaderas, y el suelo estaba cubierto de plantas trepadoras con las que se tenía que tener gran cuidado, pues se enrollaban repentinamente en los tobillos, atrapando a la indefensa víctima y sujetándola hasta que era devorada por alguno de los muchos animales depredadores que acechaban el valle.

Después de más de una hora de andar chapoteando y tronchando ramas, llegaron al Camino de Haven. La imagen del largo trecho de tierra aplanada fue reconfortante, pues todos estaban llenos de rasguños, arañazos y agotados de cansancio. Cuando se detuvieron junto al camino, no se oía ni un solo ruido, el silencio había invadido aquella tierra y era como si todas las criaturas estuviesen conteniendo la respiración, esperando. Ahora que habían llegado al camino, a ninguno le resultaba fácil abandonar la protección de la maleza.

—¿Creéis que estaremos a salvo? —preguntó Caramon oteando por encima del follaje.

—A salvo o no, es el camino que hemos de tomar —respondió Tanis secamente—, a menos que seas capaz de volar o que prefieras volver a internarte en el bosque. Hemos empleado más de una hora en recorrer unas pocas leguas; a este paso llegaremos a la encrucijada la semana próxima.

El gigantesco guerrero se sonrojó, disgustado.

—No pretendía...

—Lo siento —suspiró Tanis mirando también hacia el camino, que parecía un inmenso corredor iluminado por aquella luz grisácea—. Tampoco a mí me apetece el paseo

—¿Nos separamos o seguimos juntos? —Con práctica frialdad, Sturm interrumpió lo que consideraba una charla fútil.

—Nos mantendremos unidos —le contestó Tanis, y luego añadió —: No obstante, alguien tendría que explorar ...

—Yo lo haré, Tanis —se ofreció Tasslehoff surgiendo repentinamente de la maleza—. Nadie sospechará de un kender que viaje solo.

Tanis frunció el ceño. Tasslehoff tenía razón, nadie sospecharía de él, pues todos los kenders anhelaban vagar y viajar por Krynn en busca de aventuras. Pero Tasslehoff tenía el desconcertante hábito de olvidar su cometido y despistarse si algo interesante llamaba su atención.

—Muy bien —dijo Tanis finalmente—. Pero recuerda, Tasslehoff Burrfoot, mantén los ojos bien abiertos y no pierdas la cabeza. Nada de rondar por otros caminos y, sobre todo —Tanis le miró fijamente a los ojos—, mantén tus ágiles dedos lejos de las pertenencias de los demás.

—A menos que los demás sean panaderos —añadió Caramon.

El kender soltó una risita y, recorriendo los pocos pasos que le separaban del camino, comenzó a caminar enérgicamente, hundiendo su vara jupak en el barro y dando pequeños saltos; sus bolsas y bolsillos se bamboleaban rítmicamente. Los demás oyeron cómo entonaba una de las canciones de viaje de los kenders.

Tu único amor es un velero anclado en nuestro embarcadero. Izamos sus velas, trabajamos en cubierta, abrimos las portillas para airearlo;
Ah si, nuestro faro lo ilumina. Ah sí, nuestras costas son cálidas, cuando estalla la tormenta lo guiamos a puerto, a cualquier puerto.
Alineados, los marineros lo contemplan desde el muelle, sedientos como un enano ante un montón de oro o como los centauros ante el vino.
Pues todos los marineros lo aman, y se congregan donde esté anclado cada uno confiando que se hunda, con toda la tripulación a bordo.

Tras escuchar la última estrofa de la canción, Tanis sonrió y dejó que pasaran unos minutos antes de iniciar la marcha. Salieron al camino tan atemorizados como una compañía de actores novatos ante una audiencia hostil. Tenían la sensación de que todos los ojos de Krynn los acechaban.

Las oscuras sombras que se formaban bajo las brillantes hojas de los árboles que se sucedían a lo largo del camino, hacían imposible que pudiera verse algo, incluso a pocos pasos de distancia. Sturm iba delante, solo, en amargo silencio. Tanis sabía que, aunque el caballero caminaba orgullosamente con la cabeza bien alta, estaba librando una batalla interna contra sus conflictos. Caramon y Raistlin le seguían.

El mago caminaba con dificultad a través de la maleza, pero una vez en el sendero su paso se hizo más ligero. Con una mano se apoyaba en su bastón y con la otra sostenía un libro abierto. A Tanis le extrañó que Raistlin caminase leyendo, pero luego vio que se trataba de su libro de encantamientos; los magos deben estudiar cada día y aprender de memoria los sortilegios: es su obligación. Las palabras mágicas llamean en su mente, después titilan y mueren al formularse el encantamiento. Con cada hechizo expira parte de la energía física y mental del mago; entonces, totalmente exhausto, debe descansar antes de poder utilizar su magia de nuevo.