Se produjo un estallido cegador de luz azulada, el ser chilló de dolor y cayó hacia atrás, retorciéndose la mano chamuscada. Riverwind, con la espada desenvainada, se había situado delante de la mujer. Goldmoon escuchó un jadeo y vio que la espada de Riverwind caía y que él retrocedía unos pasos sin hacer ningún esfuerzo por defenderse. Desde atrás, unas manos ásperas y escamosas agarraron a Goldmoon y le taparon la boca. Mientras luchaba por liberarse entrevió a Riverwind, quien observaba atónito y con los ojos abiertos de par en par al extraño ser de la carreta. El rostro del bárbaro tenía una palidez mortecina y su respiración era rápida y entrecortada, su expresión era la de un hombre que cree despertar de una pesadilla y descubre que se trata de la realidad.
Goldmoon, que pertenecía a una raza de guerreros y era una mujer fuerte, intentó patear en la rodilla al ser que la sujetaba. La patada sorprendió a su oponente, destrozándole la rótula, y cuando el clérigo aflojó su apretón, Goldmoon se giró y lo golpeó con la Vara. Se quedó atónita al ver que el clérigo caía al suelo, aparentemente derribado por un golpe que parecía propinado por el mismísimo Caramon. Verdaderamente sorprendida, miró hacia la Vara que volvía a resplandecer con su brillante luz azulada; pero no había tiempo que perder porque estaba rodeada de aquellas monstruosas criaturas. Blandió la Vara trazando un amplio arco, consiguiendo con ello mantenerlas alejadas. Pero, ¿por cuánto tiempo?
—¡Riverwind!
El grito de Goldmoon sacó al bárbaro de su estupor. Este se giró y vio cómo ella retrocedía hacia el bosque utilizando la Vara para mantener alejados a los encapuchados clérigos. Agarró a uno de ellos por detrás, empujándolo al suelo con fuerza. Otro se abalanzó hacia él mientras un tercero se dirigió hacia Goldmoon. Se produjo un nuevo centelleo cegador de luz azulada.
Sturm ya se había dado cuenta de que los clérigos les habían tendido una trampa y había desenvainado la espada. A través de los listones de la vieja carreta había visto unas garras intentando apoderarse de la Vara. Al abalanzarse para cubrir a Riverwind, le sorprendió la reacción del bárbaro ante la criatura de la carreta. Riverwind retrocedía impotente, mientras la criatura agarraba con su mano ilesa un hacha de batalla y la agitaba en dirección a él. El bárbaro no hacía ningún movimiento para defenderse sino que por el contrario se quedaba mirando absorto, con el arma colgando de su mano.
Sturm hundió su espada en la espalda del ser, éste gimió y se giró para atacarlo, arrebatándole el arma de la mano. Babeando y aullando de rabia en su agonía, el ser le rodeó con sus brazos y lo empujó contra el lodoso suelo. Sturm sabía que la criatura que lo estaba sujetando estaba muriendo por lo que luchó por controlar el terror y la repugnancia que sentía ante el contacto de aquella piel viscosa. Los aullidos cesaron y sintió que la criatura se tomaba rígida, por lo que empujó a un lado el cuerpo y rápidamente comenzó a extraer su espada. Pero el arma no se movió y Sturm se la quedó mirando incrédulo, tirando de ella con todas sus fuerzas e incluso apoyando su pesada bota contra el cuerpo para hacer palanca. Pero el arma estaba firmemente clavada, por lo que, furioso, golpeó al ser con sus manos. Retrocedió horrorizado y lleno de repugnancia; ¡la criatura se había vuelto de piedra!
—¡Caramon! —gritó Sturm mientras otro de los clérigos se acercaba blandiendo un hacha. Sturm se agachó y sintió un dolor cortante, perdiendo la visión, pues sus ojos se llenaron de sangre. Completamente cegado, dio un traspié y, a continuación, un peso aplastante lo derribó al suelo.
Caramon, que se hallaba en pie al lado de la carreta, se dirigía a ayudar a Goldmoon cuando oyó el grito del caballero. En aquel momento dos de las criaturas se abalanzaron sobre él; balanceó la más corta de sus espadas y los obligó a mantener una cierta distancia y aprovechando para sacar su daga con la mano izquierda. Una de las criaturas saltó hacia él y Caramon lo acuchilló, hundiendo profundamente el metal en su cuerpo. Notó un hedor fétido y putrefacto y vio que en las vestiduras del clérigo aparecía una pequeña mancha verde; la herida pareció enfurecer a la criatura, que se acercó todavía más, babeando y expulsando saliva por sus mandíbulas —que eran las de un reptil en lugar de las de un hombre—. Por un instante, Caramon se aterrorizó. Había luchado contra goblins y trolls, pero esos horribles seres le repugnaban absolutamente. Se sintió solo y perdido y, en ese momento, oyó cerca suyo un susurro tranquilizador.
—Estoy aquí, hermano mío —la voz calmada de Raistlin invadió su ser.
—Ya era hora —jadeó Caramon amenazando a la criatura con su espada—. ¿Qué clase de clérigos inmundos son éstos?
—No los apuñales —le recomendó rápidamente Raistlin, recordando lo que le había sucedido a Sturm—. Se vuelven de piedra. No son clérigos, son una especie de hombres reptil, por eso van envueltos en ropajes y capuchas.
A pesar de ser tan diferentes como la luz y la sombra, los gemelos peleaban bien cuando estaban juntos. No necesitaban intercambiar muchas palabras, pues sus pensamientos emergían a una velocidad mucho mayor. Caramon lanzó al suelo la espada y la daga y flexionó los inmensos músculos de sus brazos. Las criaturas, viéndolo desarmado, arremetieron contra él con las ropas hechas jirones, ondeando grotescamente. Caramon hizo una mueca cuando vio los escamosos cuerpos y las garrudas manos.
—Preparado —le dijo a su hermano.
—Ast tasark sinuralan krynaw! —dijo Raistlin en voz baja lanzando al aire un puñado de arena. Las criaturas detuvieron su salvaje arremetida, agitaron sus cabezas, atontados, y un sueño mágico se fue apoderando de ellos cuando... de pronto parpadearon. ¡En pocos segundos habían recuperado sus sentidos y volvían a la carga!
—¡La magia no les hace efecto —murmuró Raistlin sobrecogido. Pero ese breve interludio de semisueño fue suficiente para que Caramon agarrara una pesada roca y les golpeara la cabeza rápidamente uno tras otro. Ambos cayeron al suelo como estatuas sin vida. Caramon levantó la mirada y vio que dos clérigos más, armados con espadas curvas, trepaban sobre los cuerpos de piedra de sus hermanos en dirección a ellos.
—Mantente detrás mío —le ordenó Raistlin con un ronco susurro. Caramon recogió la espada y la daga y se escondió detrás de su hermano, temeroso por la seguridad de Raistlin pero sabiendo que éste no podía formular su encantamiento mientras él se hallara en medio.
Raistlin miró fija e intensamente a las criaturas, quienes, reconociéndolo como mago, aminoraron el paso y se miraron la una a la otra, dudando en acercarse. Una se lanzó al suelo metiéndose bajo la carreta y la otra se abalanzó hacia delante espada en mano, confiando en atacar al mago antes de que realizara el encantamiento o, por lo menos, en romper la concentración que el hechicero necesitaba. Caramon vociferó pero parecía que Raistlin no veía ni oía a ninguno de ellos. Levantó lentamente sus manos y uniendo sus pulgares, colocó los dedos en forma de abanico y habló —Kair tangus miopiar—, la magia recorrió su débil cuerpo y la criatura fue engullida por una llamarada de fuego.
Cuando Tanis logró recuperarse del ataque que había sufrido, escuchó también el grito de Sturm y se apresuró a cruzar la maleza en dirección al camino. Golpeando con la parte ancha de la hoja de su espada como si se tratase de un garrote, atacó a la criatura que mantenía a Sturm en el suelo, que cayó a un lado con un alarido, por lo que Tanis pudo arrastrar al caballero herido hacia la maleza.
—Mi espada —masculló Sturm aturdido, intentando limpiarse la sangre que le corría por la cara.