—La recuperaremos —prometió Tanis sin saber cómo lo harían. Miró hacia el camino y vio un enjambre de criaturas saliendo del bosque y dirigiéndose hacia ellos. Tenemos que salir de aquí, pensó intentando tranquilizarse. Se volvió hacia Flint y Tasslehoff que se habían reunido con él.
—Quedaos aquí y cuidad de Sturm —les ordenó—. Voy a reunir a los demás y volveremos a internamos en el bosque.
Sin esperar una respuesta, Tanis se apresuró hacia el camino justo en el momento en que Raistlin formulaba su encantamiento, por lo que al ver las llamas se arrojó al suelo.
La base de paja sobre la que la criatura había estado tendida prendió fuego y la carreta comenzó a echar humo.
—Quedaos aquí y cuidad de Sturm, ¡hum! —refunfuñó Flint, asiendo con fuerza su hacha de batalla. Por el momento, las criaturas que descendían por el camino no vieron al enano, al kender, ni al caballero herido tendido a la sombra de unos árboles, pues su atención se centraba en los dos pequeños núcleos formados por los guerreros. Pero Flint sabía que era cuestión de tiempo, por lo que agarró su hacha con fuerza y le dijo al kender:
—Haz algo por Sturm, a ver si eres útil por una vez en tu vida.
—Lo estoy intentando, pero no puedo detener la hemorragia. —Quería limpiarle el rostro al caballero con un pañuelo—. A ver, ¿puedes ver ya? —le preguntó ansioso.
Sturm gemía e intentaba incorporarse, pero su cabeza estallaba de dolor, por lo que volvió a tenderse.
—Mi espada —dijo.
Tasslehoff miró a su alrededor y vio la espada de doble puño de Sturm clavada en la espalda de una de las criaturas convertidas en piedra
—¡Es fantástico! ¡Mira, Flint! La espada de Sturm...
—¡Ya lo sé, kender de mente torpe! —rugió Flint viendo que una de las criaturas corría hacia ellos con la espada desenvainada.
—Iré a buscarla, no tardaré ni un minuto.
—¡No...! —chilló Flint dándose cuenta de que Tas no podía ver al ser que venía hacia ellos. La curva espada de la malévola criatura ondeaba en el aire, formando un reluciente arco en busca del cuello del enano. Este balanceó su hacha, pero en ese preciso momento Tasslehoff, sin apartar la mirada de la espada de Sturm, se puso en pie, golpeando oportunamente con su vara jupak al enano en la parte posterior de las rodillas. A Flint se le doblaron las piernas, cayendo hacia atrás en el momento en que la espada de la criatura pasaba silbando sobre su cabeza. Lanzando un grito cayó sobre Sturm.
Al oír el grito del enano, Tas miró hacia atrás y se sorprendió al ver que uno de aquellos seres había atacado a Flint y, por alguna extraña razón, éste se hallaba tendido sobre su espalda agitando las piernas en lugar de estar de pie y peleando.
—¿Qué haces Flint? —indolentemente golpeó a la criatura en el estómago con su vara, y cuando el ser se tambaleó hacia delante, lo golpeó de nuevo en la cabeza, observando cómo se desplomaba inconsciente.
—¡Vaya! ¿Es que tengo que solucionar yo tus problemas? —el kender se volvió y se dirigió hacia donde estaba la espada de Sturm.
—¡Tú, solucionar mis problemas! —el enano, farfullando de rabia e indignación, intentó levantarse, pero el casco se le había deslizado sobre los ojos y no podía ver nada. Consiguió sacárselo justo en el preciso momento en que otro clérigo se abalanzó sobre él volviendo a derribarlo...
Tanis encontró a Goldmoon y a Riverwind en pie, espalda contra espalda. La mujer se defendía de las criaturas con su vara; tres de ellas ya estaban tendidas a sus pies, convertidas en piedra, ennegrecidas por la acción de la llamarada azul. A los pocos segundos la espada de Riverwind quedó atrapada entre las rocosas tripas de otra de las criaturas. El bárbaro agarró el arma que le quedaba —un arco corto— y preparó una flecha. Las criaturas dudaban, discutiendo su estrategia en voz baja e indescifrable, y Tanis, sabiendo que se abalanzarían sobre Riverwind en pocos segundos, se acercó a ellas y, utilizando la empuñadura de su espada, golpeó a una de las criaturas por detrás y a continuación, de revés, golpeó a la otra.
—¡Apresúrate! —le gritó al bárbaro—. ¡Por aquí!
Ante el nuevo ataque, algunos de los seres se volvieron, otros dudaron. Riverwind disparó una flecha e hirió a uno y tomando a Goldmoon de la mano, corrieron hacia Tanis saltando sobre los cuerpos de piedra de sus víctimas.
Tanis, defendiéndose de las criaturas, dejó que los bárbaros lo adelantaran.
—¡Toma, ten esta daga! —le gritó a Riverwind cuando pasaron junto a él. Riverwind la agarró y golpeó a uno de los seres con la empuñadura, partiéndole el cuello. Hubo un rayo de luz azul cuando Goldmoon utilizó la Vara para derribar a otra de las criaturas que encontraron en el camino. En seguida llegaron al bosque.
El carromato de madera estaba ardiendo. A través del humo Tanis vislumbró el camino, pero le recorrió un escalofrío al ver que a ambos lados de éste, flotaban oscuras formas aladas. El camino estaba cortado en ambas direcciones por lo que, a menos que escaparan inmediatamente por el bosque, estaban atrapados.
Corrió hacia el lugar donde había dejado a Sturm. Goldmoon, Riverwind y Flint estaban también allí. ¿Dónde estaban los demás? Miró a su alrededor a través de la espesa humareda, parpadeando.
—Ayuda a Sturm —le dijo a Goldmoon y se volvió hacia Flint, que estaba intentando, sin lograrlo, recuperar su hacha, incrustada en el pecho de una de las criaturas —. ¿Dónde están Caramon y Raistlin? ¿Y dónde está Tas? Les dije que no se movieran de aquí...
—¡El maldito kender casi consigue que me maten! ¡Espero que se lo lleven! ¡Espero que se lo echen a los perros como alimento! ¡Espero...!
—¡En nombre de los dioses! —maldijo Tanis exasperado. Atravesando la nube de humo se dirigió hacia donde había visto a los gemelos por última vez, y se topó con el kender, que arrastraba con suma dificultad la espada de Sturm, casi tan grande como él.
—¿Cómo la conseguiste? —Tanis tosía debido al espeso humo que se arremolinaba a su alrededor.
Tas sonrió burlón, mientras por sus mejillas resbalaban lágrimas producidas por el efecto del humo en sus ojos.
—La criatura se convirtió en polvo —le contestó sonriente—. Oh, Tanis, fue maravilloso, llegué junto a él y tiré de la espada, no había forma de que saliese, por lo que continué jalando y...
—¡Ahora no! ¡Vuelve con los demás! ¿Has visto a Caramon y a Raistlin?
Justo entonces se oyó la atronadora voz del guerrero que surgía de la humareda.
—Aquí estamos —resolló Caramon sujetando a Raistlin que tosía descontroladamente—.
¿Los hemos destruido a todos?
—No, no —contestó Tanis secamente—. Hemos de huir por los bosques en dirección al sur.
Rodeó a Raistlin con el brazo y corrieron a reunirse con los demás que se hallaban acurrucados junto al camino. El humo era sofocante, pero al menos los ocultaba del enemigo.
Sturm estaba en pie y su rostro estaba muy pálido, pero el dolor de cabeza había desaparecido y la herida había dejado de sangrar.
—¿Le ha curado la Vara? —preguntó Tanis a Goldmoon.
—No del todo, sólo lo suficiente para que pueda caminar.
—Su poder es... limitado —dijo Raistlin jadeante.
—Sí... —interrumpió Tanis —. Bueno, nos dirigiremos hacia el sur a través del bosque.
Caramon hizo un gesto de preocupación.
—Esa dirección es la del Bosque Oscuro...
—Sé que prefieres luchar contra los vivos —le interrumpió Tanis —, pero, después de lo que ha sucedido, ¿sigues pensando lo mismo?
El guerrero no respondió.
—Siguen llegando más criaturas y no podemos luchar de nuevo contra ellas. De todas formas no entraremos en el Bosque Oscuro si no es necesario. Cerca de aquí hay una ruta de caza que podemos utilizar para alcanzar el Pico del Orador; desde allí podremos observar el camino del norte y el resto de las direcciones.