—¿Y por qué, en nombre del Abismo, nos convierte esto en afortunados? ¡Quizás se comprometieron a liberar el bosque de forasteros!
—Es posible, pero no creo que sea así. Tendremos que averiguarlo.
Antes de que Tanis pudiese reaccionar, el mago dio unos pasos y encaró a los espectros.
—¡Raistlin! —exclamó Caramon con voz ahogada, comenzando a caminar hacia él.
—Tanis, que no dé un paso más —ordenó Raistlin—. Podría ser peligroso.
Tanis sujetó al guerrero por el brazo, y le preguntó a Raistlin:
—¿Qué vas a hacer?
—Voy a formular un encantamiento que nos permita comunicamos con ellos; percibiré sus pensamientos y ellos podrán hablar a través mío.
El mago echó la cabeza hacia atrás y la capucha le cayó sobre los hombros. Estirando los brazos, comenzó a hablar.
—¡Ast bilak parbilakar. Suh tangus moipar! —murmuró y luego repitió la frase tres veces. Mientras Raistlin hablaba, el grupo de guerreros se dividió y en medio de ellos apareció una figura aún más imponente y terrorífica que el resto. Era más alto que los demás, llevaba una reluciente corona y su vieja armadura estaba ricamente decorada con joyas. Caminaba hacia Raistlin.
Caramon, angustiado, apartó la vista y Tanis no se atrevió a hablar ni a gritar, temeroso de molestar al mago e interrumpir el hechizo. El espectro alzó una mano descarnada y la movió lentamente en dirección al mago para tocarlo. Tanis se estremeció —si el espectro lo tocaba significaba la muerte—, pero Raistlin estaba como extasiado y no se movió. En aquel instante, habló.
—Vosotros, que habéis muerto hace tiempo, utilizad mi voz viva para contarnos vuestros amargos pesares. Después, dejadnos en libertad para atravesar el bosque pues como veréis, leyendo nuestros corazones, nuestro propósito no tiene nada que ver con la maldad.
La mano del espectro se detuvo bruscamente y sus pálidos ojos escudriñaron el rostro de Raistlin. Reluciendo en medio de aquella oscuridad, el espectro bajó la cabeza ante el mago. Tanis contuvo la respiración; sabía que el mago tenía poder, pero... ¡hasta tal punto...!
Raistlin le devolvió el saludo y luego se situó a su lado. Su rostro era casi tan pálido como el de la fantasmagórica figura. El viviente muerto y el muerto viviente, pensó Tanis, temblando.
Cuando Raistlin habló, su voz ya no era su acostumbrado susurro sibilante sino una voz profunda y autoritaria que resonaba en todo el bosque, tan fría y cavernosa que parecía venir del centro de la tierra.
—¿Quiénes sois vosotros que osáis atravesar el Bosque Oscuro?
Tanis intentó contestar, pero su garganta estaba totalmente seca y Caramon, junto a él, no podía ni levantar la cabeza. El semielfo notó que algo se movía a su lado. ¡Era el kender! Maldiciéndose a sí mismo, intentó sujetarlo pero ya era tarde. El pequeño personaje se deslizó bajo la luz del bastón de Raistlin y se plantó ante el espectro.
Tasslehoff saludó respetuoso.
—Soy Tasslehoff Burrfoot, pero mis amigos —dijo señalando con su pequeña mano al resto del grupo— me llaman Tas. ¿Quiénes sois vosotros? .
—Eso poco importa —entonó la voz sepulcral—. Sabed tan sólo que somos guerreros de tiempos inmemoriales.
—¿Es verdad que rompisteis una promesa y que ése es el motivo por el que estáis aquí? —preguntó Tas con curiosidad.
—Así es. Habíamos hecho la promesa de custodiar esta tierra, pero descendió de los cielos la montaña ígnea y la tierra se resquebrajó. De las profundidades ascendieron seres demoníacos y nosotros arrojamos nuestras espadas y huimos despavoridos hasta que nos sobrevino una muerte mucho más amarga. Hemos sido llamados para cumplir nuestra promesa, ya que el Mal vuelve a acechar estas tierras. Aquí permaneceremos hasta que lo expulsemos y consigamos restablecer la paz.
De repente, Raistlin dio un grito y sacudió la cabeza, las órbitas de sus ojos comenzaron a girar hasta que se quedaron en blanco y su voz se transformó en miles de voces que gritaban a la vez. A través suyo, y por efecto del encantamiento realizado, los espectros se lamentaban recordando su pasado. Todos se asustaron, incluso el kender, quien dio un paso atrás y miró inquieto a su alrededor intentando localizar a Tanis.
El espectro levantó el brazo en un gesto autoritario y el tumulto cesó.
—Mis hombres quieren saber el motivo por el que habéis entrado en el Bosque Oscuro; si se trata de algo maligno, la maldad caerá sobre vosotros y no viviréis para ver el nuevo día.
—No, nada malo, por supuesto que no —se apresuró a responder Tasslehoff—. Es una historia un poco larga, ¿sabes?, pero naturalmente nosotros no tenemos ninguna prisa y supongo que vosotros tampoco, o sea, que os la contaré.
«Para empezar, estábamos en la posada El Último Hogar en Solace, probablemente no la conozcáis. No estoy seguro del tiempo que hace que está allí, pero no existía cuando sobrevino el Cataclismo y, por lo que parece, vosotros sí que existíais. Bien, allí estábamos escuchando a un anciano relatar historias sobre Huma, y él —el anciano, no Huma— le dijo a Goldmoon que cantara su canción, y ella dijo que qué canción y luego la cantó y el Buscador decidió convertirse en crítico musical y Riverwind —que es aquel hombre alto que hay allá— empujó al Buscador, quien cayó sobre el fuego. Fue un accidente, pues él no tenía ninguna intención de que se quemara, pero el Buscador ardió como una antorcha. De cualquier forma, el anciano me pasó la Vara y me dijo que le golpeara, y yo así lo hice y la Vara se volvió de cristal azul y las llamas cesaron y...
—¡Cristal Azul! —la voz del espectro resonó en la garganta de Raistlin, profunda y cavernosa. El espectro comenzó a caminar hacia ellos. Tanis y Sturm saltaron hacia delante agarrando a Tas y apartándolo a un lado, pero vieron que la única intención del espectro era examinar al grupo. Sus titilantes ojos miraron a Goldmoon y, alzando una mano, le hizo una señal para que se acercara.
—¡No! —Riverwind trató de evitarlo, pero ella lo apartó suavemente y caminó hacia el espectro con la Vara en la mano. El fantasmagórico ejército les rodeó.
El espectro extrajo su espada de su desvaída vaina y la mantuvo en alto sobre su cabeza. La hoja proyectó una pálida luz blanquecina teñida de una llama azulada.
—¡Mirad! —exclamó Goldmoon.
La Vara destellaba azulada, como si dialogase con la espada.
El fantasmagórico rey de los espectros se volvió hacia Raistlin y alargó un lívida mano hacia el aturdido mago. Caramon emitió un tosco bramido y, soltándose del brazo de Tanis, desenvainó su espada y arremetió contra el guerrero espectral. La hoja atravesó el fulgurante cuerpo, pero fue Caramon quien, chillando de dolor, cayó al suelo retorciéndose. Tanis y Sturm se arrodillaron junto a él, mientras Raistlin lo miraba con expresión impasible.
—Caramon, ¿dónde...? —Tanis, desesperado, intentaba averiguar dónde tenía la herida el guerrero.
—¡Mi mano! —Caramon sollozaba estremecido; tenía su mano izquierda, la mano con la que empuñaba la espada, apretada bajo el brazo derecho.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó Tanis. Entonces vio que la espada del guerrero estaba cubierta de escarcha y lo comprendió; todo lo que entraba en contacto con aquellos seres se helaba.
Tanis alzó la mirada horrorizado y vio que la mano del espectro agarraba firmemente a Raistlin por la muñeca. El frágil cuerpo del mago se vio sacudido por un temblor y, aunque su rostro se retorció de dolor, no se desplomó. Sus ojos se cerraron, las líneas de cinismo y amargura, que surcaban su rostro, se suavizaron; la paz de la muerte se cernía sobre él. Tanis lo observó horrorizado, oyendo sólo parcialmente los roncos gruñidos de Caramon. Entonces vio cómo el rostro del mago se transformaba en una expresión de éxtasis y su halo de poder aumentaba, brillando con una intensidad casi palpable.