—Hemos sido llamados —dijo Raistlin con una voz que no era la suya ni tampoco ninguna de las que Tanis le había oído utilizar—. Debemos acudir.
El mago les volvió la espalda y, dejando el claro en el que los compañeros habían acampado, siguió internándose en el bosque, sujeto aún por la descarnada mano del rey espectral. El círculo formado por los espectros se abrió para dejarles pasar.
—Detenedlos —gimió Caramon poniéndose en pie.
—¡No podemos! —Tanis intentó contenerlo y, al final, el guerrero se desplomó en sus brazos sollozando como un niño—. Lo seguiremos. No creo que le ocurra nada, es un mago, Caramon, y nosotros no podemos comprenderlo. Lo seguiremos...
Los ojos de los espectros centelleaban mientras observaban cómo los compañeros pasaban ante ellos para seguir penetrando en el Bosque. El ejército cerró filas tras ellos.
El rey espectral, abandonando la mano de Raistlin, retrocedió hasta reunirse con sus guerreros. Poco a poco sus descarnadas y fantasmagóricas figuras fueron diseminándose por los senderos, desapareciendo entre la maleza para continuar su vida errante a la espera de poder combatir el Mal y, de ese modo, alcanzar el descanso eterno.
Después de un corto trayecto los compañeros se detuvieron. El mago, que tenía los ojos cerrados, suspiró ligeramente y cayó al suelo desmayado. Cuando Sturm corría hacia él, apareció Caramon, ansioso por conocer la suerte que había corrido su hermano. Al volver en sí, Raistlin comenzó a murmurar extrañas palabras que nunca antes había pronunciado.
—¡Raistlin! —exclamó Caramon sollozando entrecortadamente.
Por fin los párpados del mago se abrieron.
—El encantamiento... me ha agotado... —susurró débilmente—. Debo descansar.
—¡Ya lo creo que descansaréis! —resonó una voz, la voz de un ser vivo.
Tanis se llevó la mano a la espada. Él y los otros se colocaron rápidamente delante de Raistlin en actitud protectora, dándole la espalda y mirando hacia la oscuridad. En aquel preciso momento apareció Solinari, tan repentinamente como si una mano la hubiese sacado de debajo de un pañuelo de seda negra. Su luz les permitió ver la cabeza y los hombros de un hombre que se hallaba en pie entre los árboles. Sus hombros desnudos eran tan anchos y fuertes como los de Caramon y una melena de largo cabello se le ensortijaba alrededor del cuello. Tenía unos ojos brillantes que relucían con frialdad. Los compañeros oyeron un crujido en la maleza y vieron el reflejo de una punta de lanza levantada que señalaba hacia Tanis.
—Arrojad vuestras insignificantes armas. Estáis rodeados, no tenéis escapatoria.
—Es una trampa —gruñó Sturm, pero mientras hablaba se oyó un estruendoso resquebrajamiento de ramas y se dieron cuenta de que había más hombres rodeándoles, todos ellos armados con espadas que relucían bajo la luz de las lunas, Solinari y Lunitari.
El primer hombre que habían visto dio un paso hacia adelante y los compañeros lo observaron atónitos, casi soltando las armas de la impresión.
No era un hombre. ¡Era un centauro! Humano de cintura para arriba y con cuerpo de caballo de cintura para abajo. Galopó graciosamente hacia ellos, y al hacerlo resaltaron sus poderosos músculos. Hizo un gesto imperativo y varios centauros más se acercaron al camino. Tanis desenvainó la espada. Flint estornudó.
—Debéis venir con nosotros —ordenó el centauro.
—Mi hermano está enfermo —protestó Caramon—, no puede ir a ninguna parte.
—Subidlo a mi espalda —ordenó con frialdad—. Si alguno de vosotros se siente cansado le podemos llevar.
—¿A dónde nos lleváis? —preguntó Tanis.
—No estáis en situación de hacer preguntas. —El centauro pinchó a Tanis en la espalda con su espada—. Viajaremos lejos y rápido, por lo que os sugiero que montéis. Pero no temáis — Cuando pasó ante Goldmoon la saludó, levantando una de sus patas delanteras —. Esta noche no os sucederá nada malo.
—Tanis, ¿puedo montar? —rogó Tasslehoff.
—¡No confiéis en ellos! —dijo Flint, estornudando violentamente.
—No confío en ellos —murmuró Tanis —, pero, por lo que parece, no tenemos elección; Raistlin no puede caminar. Vamos, Tas, los demás también.
Caramon miró al centauro con expresión escéptica y ceñuda y, levantando a su hermano en brazos, lo situó encima del animal. Raistlin, aún débil, se acomodó sobre él.
—Subid. Puedo soportar el peso de ambos. Vuestro hermano necesitará ayuda, pues esta noche galoparemos veloces.
El guerrero se encaramó sobre la amplia espalda del caballo, sus largas piernas casi le llegaban al suelo. Cuando el centauro comenzó a galopar por el camino, rodeó a Raistlin con el brazo. Tasslehoff, riendo de excitación, saltó sobre otro de los cuadrúpedos con tal impulso, que se escurrió por el lado opuesto cayendo sobre el barro. Sturm suspiró y, recogiendo al kender del suelo, lo volvió a colocar sobre el lomo del animal. Antes de que Flint pudiese protestar, el caballero lo agarró y lo situó detrás de Tas. El enano intentó hablar, pero lo único que le salió fue otro terrible estornudo. Tanis montó sobre el que les había hablado.
—¿Dónde nos llevas? —volvió a preguntar Tanis.
—Ante el Señor del Bosque.
—¿El Señor del Bosque? ¿Quién es, acaso es uno de vosotros?
—Es.. el Señor del Bosque —respondió el animal comenzando a galopar sendero abajo.
Tanis iba a hacer otra pregunta, pero el paso cada vez más rápido del animal hizo que casi se mordiese la lengua y que se deslizase hacia abajo por la espalda del centauro. Al iniciar el galope, Tanis creyó que iba a caerse y rodeó el amplio tronco del animal con sus brazos.
—¡Eh! ¡No necesitas partirme en dos! —el centauro miró hacia atrás, sus ojos relucían en la oscuridad—. Parte de mi tarea es asegurarme de no perderos por el camino. Relajaos. Situad vuestras manos sobre mis ancas para balancearos. Así está bien. Ahora apretad las piernas.
Los centauros salieron del camino y se internaron en el bosque. En pocos segundos, los frondosos árboles devoraron a la luna. Tanis sentía el azote de las ramas al pasar. Su caballo no se desviaba ni aminoraba el paso, por lo que Tanis dedujo que conocía bien el camino, un camino que el semielfo no podía ver.
Al poco rato el paso se hizo más lento y al final el centauro se detuvo. A Tanis aquella sofocante oscuridad no le permitía ver nada. Sabía que sus compañeros se hallaban cerca sólo porque podía oír la pesada respiración de Raistlin y los incesantes estornudos de Flint. Incluso la luz del bastón de Raistlin se había apagado.
—¿Por qué nos detenemos? —preguntó.
—Porque hemos llegado al final de nuestro viaje. Desmontad —ordenó parcamente el centauro.
—¿En dónde estamos?
Tanis desmontó, deslizándose por el lomo del animal, y miró a su alrededor sin poder ver nada, pues los árboles evitaban que el más mínimo rayo de luz, ya fuera de las lunas o de las estrellas, iluminara el camino.
—Estáis en el centro del Bosque Oscuro —contestó el centauro —. Os deseo buena suerte. Ahora todo depende de cómo os juzgue el Señor del Bosque.
—¡Espera un minuto! —le gritó enojado Caramon—. No puedes dejamos aquí, en medio de este bosque, tan ciegos como si fuésemos criaturas recién nacidas.
—¡Detenedlos! —ordenó Tanis llevándose la mano a la espada. Pero su arma no estaba y, al oír una explosiva maldición de Sturm, comprendió que el caballero también estaba desarmado.
El centauro rió. Tanis escuchó un sonido de cascos y crujidos de ramas. Los centauros se habían ido.
—¡Vaya! ¡De buena nos hemos librado! —exclamó Flint, entre estornudo y estornudo.
—¿Estamos todos? —preguntó Tanis estirando el brazo y notando el tranquilizador apretón de Sturm.
—Yo estoy aquí —pió Tasslehoff—. Oh Tanis, ¿verdad que fue maravilloso? Yo...