—¿Qué sucede...? —sus ojos se posaron en el Señor del Bosque y se sonrojó, apresurándose a sacar el cubierto de la fuente—. Te pido perdón... Este venado debe ser algún conocido, quiero decir... alguien de los tuyos.
El Señor del Bosque sonrió amablemente
—Puedes estar tranquilo, guerrero. El venado cumple su propósito en la vida proveyendo al cazador de alimento, ya sea al lobo o al hombre. No lamentamos la pérdida de aquellos que mueren alcanzando su destino.
A Tanis le pareció que mientras hablaba, los ojos oscuros del Señor del Bosque miraban a Sturm impregnados de una tristeza tan profunda que sintió un súbito temor. Pero cuando volvió a mirarlo, vio que el imponente animal sonreía una vez más. Será mi imaginación, pensó.
—Señor, ¿cómo saber si la vida de cualquier criatura ha alcanzado su propósito? —preguntó Tanis dubitativo—. He visto cómo muchos viejos morían con amargura y desesperación y, en cambio, he visto morir a jóvenes y a niños, antes de tiempo, dejando tras ellos tal legado de amor y alegría, que la tristeza de su marcha se veía mitigada al saber que sus breves vidas habían aportado mucho a los demás.
—Tú mismo has contestado a tu pregunta, Tanis, semielfo, mucho mejor de lo que lo hubiera hecho yo. Digamos que nuestras vidas se miden no por lo que recibimos sino por lo que damos.
El semielfo se dispuso a contestar pero el Señor del Bosque lo interrumpió.
—Por el momento, dejad vuestros temores a un lado y disfrutad mientras podáis de la paz de mi bosque. Su tiempo se está acabando.
Tanis miró fijamente al Señor del Bosque, pero el gran animal ya no le miraba a él, sino que observaba el bosque con los ojos inundados de tristeza. El semielfo se sentó, preguntándose qué habría querido decir, perdido en oscuros pensamientos hasta que notó que alguien le tocaba suavemente la mano.
—Deberías comer —le dijo Goldmoon—. Tus preocupaciones no desaparecerán con la comida, pero hay que mantener las fuerzas.
Tanis le sonrió y comenzó a comer con voraz apetito. Siguiendo el consejo del Señor del Bosque, olvidó sus inquietudes durante un rato. Goldmoon tenía razón: lo más seguro era que no se evaporasen.
El resto de los compañeros hizo lo mismo, aceptando lo extraño de la situación con el aplomo de curtidos viajeros. A pesar de que sólo había agua para beber —lo cual contrarió bastante a Flint—, el líquido, fresco y transparente, limpió de miedos y dudas sus corazones, tal como había lavado la sangre y el barro de sus manos. Rieron, charlaron y comieron, disfrutando de la mutua compañía. El Señor del Bosque no dijo una sola palabra más, pero los observaba en silencio, uno por uno.
El pálido rostro de Sturm había recuperado su color, el caballero comía con gracia y dignidad. Sentado al lado de Tasslehoff, contestaba la infinidad de preguntas que el kender le hacía sobre su tierra natal. Además, sin llamar demasiado la atención, sacó de una de las bolsas de Tas un cuchillo que, inexplicablemente, había ido a parar ahí. El caballero se había sentado lo más lejos posible de Caramon y hacía lo posible para no tenerle en cuenta.
Obviamente, el inmenso guerrero estaba disfrutando de su comida, engullendo tres veces más que cualquiera de los demás, tres veces más rápido y tres veces más ruidosamente. Entre bocado y bocado le contaba a Flint una pelea con un troll, utilizando el hueso que estaba masticando para describir sus quites y estocadas. El enano comía con ganas, y le decía a Caramon que era el mentiroso más grande de todo Krynn.
Raistlin, sentado al lado de su hermano, comía muy poco, tomando pequeños bocados en la carne más tierna, unas pocas uvas y un poco de pan que primero mojaba en agua. No decía nada pero escuchaba a los demás con interés.
Goldmoon comía delicadamente, con naturalidad; estaba acostumbrada a comer en público y le resultaba fácil mantener una conversación. Charlaba con Tanis, animándolo a que le describiera la tierra de los elfos y otros lugares que éste había conocido. Riverwind estaba sentado al otro lado de Goldmoon. Aunque no era un comilón empedernido como Caramon, se sentía extremadamente incómodo y cohibido. El bárbaro estaba evidentemente más acostumbrado a comer en los campamentos, entre sus compañeros de tribu, que en salones reales. Manejaba el cuchillo con torpeza y era consciente de que, al lado de Goldmoon, su imagen parecía ruda y tosca. No dijo una sola palabra y parecía deseoso de pasar inadvertido.
Acabaron la cena con unos pedazos de tarta de frutas, pusieron a un lado los platos y se acomodaron en las extrañas sillas de madera. Para delicia de los centauros, Tas comenzó a cantar la canción de viaje de los kenders. Entonces, de repente, Raistlin habló. Su voz baja y sibilante se deslizó entre las risas y la conversación.
—Señor del Bosque, hoy hemos luchado contra unas repugnantes criaturas que nunca habíamos visto en Krynn. ¿Qué sabes de ellas?
El tono relajado y festivo se evaporó en un instante, y todos intercambiaron siniestras miradas.
—Esas criaturas caminan como hombres —añadió Caramon—, pero parecen reptiles. Tienen garras en los pies y en las manos, y alas y... —la voz le falló— se convierten en piedra cuando mueren.
El Señor del Bosque se puso en pie mirándolos con tristeza. Por lo que parecía, había estado esperando la pregunta.
—Sé algo sobre esas criaturas —contestó—. Algunas de ellas entraron en el Bosque Oscuro hace varias lunas con un grupo de goblins de Haven. Vestían capas y capuchas sin duda para disimular su terrible apariencia. Los centauros las siguieron silenciosamente para evitar que causasen ningún daño. Esas criaturas se autodenominan «draconianos» y dicen pertenecer a la «Orden de Draco».
Raistlin arrugó la frente.
—Draco —susurró atónito—. ¿Pero quiénes son? ¿A qué raza o especie pertenecen?
—No lo sé, sólo puedo deciros que no pertenecen al reino animal ni tampoco a ninguna de las razas de Krynn.
A todos les llevó unos segundos asimilar la respuesta. Caramon parpadeó.
—Yo no... —comenzó a decir.
—Hermano mío, quiere decir que no son de este mundo.
—Entonces, ¿de dónde vienen?
—Esa es la cuestión. De dónde vienen y... ¿por qué?
—Yo no puedo contestar a esa pregunta, pero puedo deciros que antes de que los esbirros espectrales acabaran con esos draconianos, les oyeron hablar sobre una agrupación de ejércitos en el norte —añadió el Señor del Bosque.
—Yo los vi —Tanis se puso en pie —. Campamentos... —La voz se le ahogó en la garganta cuando se dio cuenta de lo que el Señor del Bosque había estado a punto de decir—. ¡Ejércitos! ¿Eran de draconianos? ¡Debe haber miles de ellos! —Todos se habían puesto en pie y hablaban al unísono.
—¡Imposible! —dijo el caballero frunciendo el ceño.
—¿Quién está detrás de esto, los Buscadores? Por todos los dioses —vociferó Caramon—. Creo que voy a ir a Haven y aplast...
—Ve a Solamnia y no a Haven —le recomendó Sturm en voz alta.
—Deberíamos viajar hacia Qualinost —expuso Tanis —. Los elfos...
—Los elfos tienen sus propios problemas —interrumpió el Señor del Bosque. Su voz serena tenía un influjo tranquilizador—, así como los Buscadores de Haven. Ningún lugar es seguro, pero os diré dónde debéis ir para encontrar respuestas a vuestras preguntas.
—¿Qué quieres decir con esto de que nos dirás adónde debemos ir? —Raistlin dio un paso hacia delante y, al caminar, su túnica roja ondeó a su alrededor—. ¿Qué sabes de nosotros? —El mago hizo una pausa, tuvo un súbito presentimiento y sus ojos empequeñecieron—. ¿Es que sabías que íbamos a venir?
—Sí, os esperaba —contestó el Señor del Bosque respondiendo al presentimiento de Raistlin—. Ya habéis comprobado —continuó— que el Bien y el Mal conviven en el Bosque Oscuro y que yo puedo ayudar a los que persiguen un fin justo y digno.