Los compañeros se miraron entre sí estupefactos, llenos de admiración, respeto y, en cierto modo, temor ante Raistlin por su conocimiento del secreto de aquel lugar .
—He sido advertido —siguió diciendo el Unicornio— que esta noche vendría al Bosque Oscuro el portador de la Vara de Cristal Azul. Los esbirros espectrales debían permitirle la entrada junto a sus compañeros, a pesar de que desde el Cataclismo a ningún humano, elfo, enano o kender le había sido permitida la entrada en el Bosque Oscuro. Yo debía darle al portador de la Vara este mensaje: «Debes volar a través de las montañas de la Muralla del Este directamente hacia Xak Tsaroth, y llegar en dos jornadas. Si te haces merecedor de ello, allí recibirás el don más grande que haya sido concedido jamás».
—¡Las montañas de la Muralla del Este! —El enano lo miró con la boca abierta—. Necesitaríamos poseer unas magníficas alas para llegar a Xak Tsaroth en el plazo de dos jornadas.
Todos se miraron unos a otros, inquietos. Finalmente, Tanis rompió el silencio.
—Me temo que el enano tiene razón, Señor del Bosque; el viaje a Xak Tsaroth sería largo y arriesgado, y deberíamos atravesar tierras que sabemos están plagadas de goblins y de esos draconianos.
—Y, además, tendríamos que atravesar las Llanuras —Riverwind habló por vez primera desde que conocieran al Señor del Bosque—. Eso seria nuestra perdición —dijo señalando a Goldmoon—. Los Que-shu son feroces guerreros y conocen su tierra. Nunca conseguiríamos atravesarla —entonces miró a Tanis —. Además, mi gente no siente ninguna estima por los elfos.
—De todas formas, ¿por qué ir a Xak Tsaroth? —gruñó Caramon—. El don más maravilloso... qué será? ¿Una espada poderosa? ¿Un cofre lleno de monedas de oro? Esto siempre viene bien, pero en el norte se está fraguando una batalla y odiaría perdérmela.
El Señor del Bosque asintió con seriedad.
—Entiendo vuestro dilema. Sólo puedo ofreceros la ayuda que mi poder me permite. Yo me ocuparé de que lleguéis a Xak Tsaroth en dos jornadas, pero... ¿queréis ir?
Tanis se volvió hacia los demás. El rostro de Sturm reflejaba indecisión, sus miradas se cruzaron y el caballero suspiró.
—El ciervo nos trajo hasta aquí —dijo lentamente— tal vez para que recibiéramos este consejo, pero mi corazón está en el norte, en mi tierra. Si los ejércitos de draconianos se están preparando para atacar, mi lugar está con los Caballeros que seguramente se reunirán para luchar contra este infierno. De todas formas no quiero dejaros, Tanis, ni a vos señora —se inclinó ante Goldmoon y luego se dejó caer, cubriéndose su dolorida cabeza con las manos.
Caramon se encogió de hombros.
—Iré a cualquier parte y lucharé contra cualquier cosa, ya lo sabes, Tanis. ¿Tú qué opinas, hermano?
Pero Raistlin, mirando fijamente hacia la oscuridad, no contestó.
Goldmoon y Riverwind hablaron entre ellos en voz baja, ambos asintieron y Goldmoon le dijo a Tanis:
—Nosotros iremos a Xak Tsaroth. Apreciamos todo lo que habéis hecho por nosotros...
—Pero ya no necesitamos vuestra ayuda —declaró con orgullo Riverwind—. Ya no os pediremos nada más, acabaremos solos, tal como comenzamos.
—¡Y solos moriréis! —susurró Raistlin. Tanis se estremeció.
—Raistlin, ¿puedo hablar a solas contigo?
El mago se dio la vuelta sumisamente y caminó con el semielfo hasta un pequeño soto de nudosos y raquíticos arbustos. La oscuridad los envolvió.
—Como en los viejos tiempos —dijo Caramon inquieto, siguiendo a su hermano con la mirada.
—Y recuerda los problemas en los que nos metimos entonces —dijo Flint dejándose caer al suelo ruidosamente.
—¿De qué estarán hablando? —dijo Tasslehoff. Tiempo atrás, el kender había intentado fisgonear esas conversaciones privadas que mantenían el mago y el semielfo, pero Tanis siempre lo descubría y lo ahuyentaba—. ¿y por qué no lo discuten con nosotros?
—Porque probablemente le arrancaríamos los ojos a Raistlin —respondió Sturm en voz baja—. No me importa lo que pienses Caramon, pero hay en tu hermano un lado oscuro. Tanis también lo ha percibido, y me alegro. A pesar de ello, él puede tratar con él y yo no podría.
Caramon no dijo nada. Sturm lo miró atónito, pues en otros tiempos, el guerrero hubiera saltado en defensa de su hermano y, en cambio, ahora permanecía sentado, callado y con cara de preocupación. O sea, que realmente Raistlin tenía un lado oscuro y Caramon sabía de qué se trataba. Sturm se estremeció, preguntándose qué suceso acaecido en esos cinco años era el que había ensombrecido el carácter alegre del guerrero.
—Raistlin caminaba junto a Tanis con expresión pensativa, los brazos cruzados bajo la túnica y la cabeza inclinada. A través de los rojizos ropajes del mago, Tanis podía percibir el calor que irradiaba su cuerpo, como si estuviese consumiéndose por un fuego interno. El semielfo, como de costumbre, se sentía incómodo en presencia del joven mago, pero en esos momentos no había nadie más a quien pudiera pedirle consejo.
—¿Qué sabes de Xak Tsaroth? —le preguntó.
—Había un templo..., un templo consagrado a los antiguos dioses —susurró Raistlin. Sus ojos relucían bajo la misteriosa luz de Lunitari— La ciudad quedó destruida por el Cataclismo y sus gentes huyeron, convencidas de que los dioses los habían abandonado. Se perdió en el recuerdo, no sabía que aún existiera.
—¿Qué has visto, Raistlin? —preguntó Tanis en voz baja después de una larga pausa—. Mirabas a lo lejos; ¿qué has visto?
—Soy un mago, Tanis, no un visionario.
—¡Esa no es una respuesta! Ha pasado mucho tiempo, pero no tanto. Sé que no tienes el don de la adivinación. Estabas pensando no adivinando, y has encontrado respuestas. Quiero conocerlas, eres mucho más inteligente que todos nosotros juntos a pesar de ser — el semielfo se calló.
—Sí, a pesar de ser retorcido y deformado soy más inteligente que tú, más inteligente que todos vosotros —el tono de Raistlin fue subiendo en arrogancia—. Y algún día ¡os lo demostraré! Algún día tú, con toda tu fuerza, tu encanto y tu buena apariencia, tú y todos vosotros ¡me llamaréis maestro! —Apretó los puños bajo la túnica y sus ojos relampaguearon rojizos a la luz de la luna escarlata. Tanis, que estaba acostumbrado a estas diatribas, esperó pacientemente. El mago se fue relajando y sus puños se aflojaron—. Pero, por esta vez, te daré un consejo. ¿Me preguntas qué es lo que he visto? Vi a esos ejércitos, Tanis, ejércitos de draconianos que asolaban Solace, Haven y todas las tierras de vuestros padres. Esta es la razón por la que debemos ir a Xak Tsaroth. Lo que allí encontremos supondrá la destrucción de esos ejércitos.
—¿Pero, por qué hay ejércitos? ¿Por qué querría alguien controlar Solace, Haven y las Llanuras del Este? ¿Se trata de los Buscadores?
—¿Los Buscadores? ¡Bah! Abre tus ojos, semielfo. Alguien o algo poderoso ha creado a esas criaturas, a esos draconianos, y no fueron los idiotas de los Buscadores. Además, nadie se toma todo este trabajo para conquistar dos ciudades granjeras o para encontrar una vara de cristal azul. Esta es la guerra de la conquista, Tanis. ¡Alguien quiere conquistar el continente de Ansalon! Dentro de dos jornadas, la vida en Krynn, tal como nosotros la hemos conocido, se habrá acabado. Este es el presagio de las estrellas caídas, la Reina de la Oscuridad ha regresado. Nos enfrentamos contra un adversario que quiere hacernos sus esclavos o, tal vez, destruirnos por completo.
—¿Cuál es tu consejo? —Sentía que se aproximaba un cambio y, como todos los elfos, temía y detestaba los cambios.
Raistlin esbozó una sonrisa amarga y gélida que resaltaba su momentánea superioridad.
—Opino que partamos inmediatamente hacia Xak Tsaroth, si es posible esta misma noche, sea cual fuere el plan del Señor del Bosque. Si no conseguimos ese don, los ejércitos de draconianos nos destruirán.