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—¿De qué debe tratarse? ¿Una espada, o monedas, como dijo Caramon?

—Mi hermano es torpe. Tú no crees eso, ni yo tampoco.

—Entonces,¿qué?

Los ojos de Raistlin empequeñecieron.

—Te he dado mi consejo, ahora haz lo que te parezca oportuno. Yo tengo mis propios motivos para ir. Dejémoslo así, semielfo. De todas formas será peligroso; Xak Tsaroth fue abandonada hace trescientos años, aunque no creo que permaneciera realmente abandonada durante tanto tiempo.

—Es verdad... —musitó Tanis. El mago tosió una vez, débilmente—. Raistlin, ¿crees que hemos sido elegidos?

El mago no dudó la respuesta.

—Sí. Así me lo hicieron saber en las Torres de la Hechicería. Me lo comunicó Par-Salian, el gran Maestro de los Magos.

—Pero, ¿por qué? No tenemos condición de héroes; bueno, tal vez Sturm...

—Ah, ¿pero quién nos eligió? ¿Y para qué? ¡Piensa en ello, Tanis!

El mago le hizo una burlona reverencia, se volvió y caminó por la maleza en dirección al resto del grupo.

12

Sueño alado. Humo en el este. Recuerdos oscuros.

—Xak Tsaroth —dijo Tanis —. Esta es mi decisión.

—¿Es eso lo que aconseja el mago? —preguntó Sturm hoscamente.

—Así es, y creo que su consejo es sensato. Si no llegamos a Xak Tsaroth en dos jornadas, otros lo harán, y el «gran don» puede perderse para siempre.

—¡El gran don! —exclamó Tasslehoff con ojos brillantes o ¡imagínatelo Flint! ¡Joyas! o quizás...

—Un barril de cerveza o la comida de Otik —refunfuñó el enano—. O una chimenea cálida y acogedora. Pero no... ¡Xak Tsaroth!

—Creo que estamos todos de acuerdo —dijo Tanis —. Sturm, si crees que te necesitan en el norte, por supuesto puedes...

—Iré con vosotros a Xak Tsaroth. No tengo nada que hacer en el norte, me he estado engañando a mí mismo. Los Caballeros de mi orden se han dispersado, algunos se han refugiado en fortalezas derruidas, otros están luchando contra bandas de saqueadores y...

El caballero contrajo el rostro con dolor y bajó la cabeza. De pronto, Tanis se sintió cansado, le dolían el cuello, los hombros y la espalda, y tenía entumecidos los músculos de las piernas. Cuando se disponía a hablar, una mano suave le rozó el hombro; alzó la mirada y vio el rostro calmo y sereno de Goldmoon iluminado por la luna.

—Estás fatigado, amigo mío. Todos lo estamos, pero tanto Riverwind como yo estamos contentos de que vengas, nos alegramos de que todos vengáis con nosotros.

Tanis miró a Riverwind, dudando que el bárbaro estuviese de acuerdo con ella.

—Un viaje peligroso —dijo Caramon—. ¿Eh, Raistlin?

El mago, ignorando a su gemelo, miró al Señor del Bosque.

—Debemos partir inmediatamente —dijo fríamente—. Mencionaste algo sobre ayudamos a cruzar las montañas.

—Desde luego. A mí también me alegra que hayáis tomado esta decisión. Espero que mi ayuda os favorezca.

El Señor del Bosque miró al cielo, los compañeros siguieron su mirada. Visto a través de la bóveda formada por los inmensos árboles, el cielo relucía inundado de brillantes estrellas; al aguzar la mirada, los amigos vieron que algo revoloteaba allá arriba, algo, que al pasar ante las estrellas, las eclipsaba por un instante.

—Sólo me falta convertirme en un enano gully, esa subespecie de enanos pestilente y estúpida —dijo Flint con solemnidad—. ¡Caballos voladores! ¿Qué vendrá después?

—¡Oh!

Tasslehoff contuvo la respiración y, maravillado, contempló a aquellos bellos animales que volando cada vez más bajo, describían círculos sobre ellos. Bajo la luz de la luna, la piel de los caballos brillaba con destellos blancos y azules. Tas no había soñado en poder volar; ni en sus fantasías más peregrinas. Sólo esto ya compensaba la lucha contra todos los draconianos de Krynn.

Los pegasos aterrizaron batiendo sus plumosas alas, originando un viento que agitó las ramas de los árboles y alisó la hierba. Un inmenso pegaso de porte noble y orgulloso, cuyas alas llegaban hasta el suelo, saludó al Señor del Bosque con una reverencia. Una tras otra, las bellas criaturas fueron saludando.

—¿Nos has llamado, Señor?

—Sí, amigos. Os he hecho venir porque estos valientes tienen que resolver unos asuntos urgentes en el este. Os ruego que los llevéis allí a la velocidad del viento, a través de las montañas de la Muralla del Este.

El pegaso observó con asombro al grupo y, caminando con paso majestuoso, fue examinándolos uno por uno. Cuando Tas alzó la mano para acariciar al corcel en el hocico, el animal movió las dos orejas hacia delante y apartó la cabeza. Al llegar ante Flint, resopló horrorizado y se giró hacia el Señor del Bosque: un kender, humanos ¡Y un enano!

—¡A mí no tienes que hacerme ningún favor, caballo! —le gritó Flint.

El Señor del Bosque hizo un leve gesto de asentimiento y sonrió. El pegaso bajó la cabeza.

—Muy bien, Señor.

Con aire majestuoso, caminó hacia Goldmoon y comenzó a doblar las patas delanteras, inclinándose ante ella para ayudarla a montar.

—No, no te arrodilles, noble animal —le dijo ella—. Aprendí a montar a caballo antes que a andar, no necesito ayuda.

Pasándole la Vara a Riverwind, Goldmoon rodeó con sus brazos el cuello del pegaso y de un salto montó en su amplio lomo. Su cabello de oro y plata relucía bajo la luz de la luna, enmarcando su rostro, tan puro y frío como el mármol. Ahora sí que parecía la princesa de una tribu bárbara.

Volviendo a asir la Vara que Riverwind le había sostenido y alzándola en el aire, comenzó a cantar una canción. Riverwind, con los ojos centelleantes de admiración, se subió también sobre la espalda del gran caballo alado y, rodeándola con sus brazos, unió su voz a la de su amada.

Tanis no conocía la canción, parecía un himno de triunfo y victoria que le hizo bullir la sangre; gustosamente hubiese cantado con ellos. Uno de los pegasos galopó hacia él; saltando sobre el animal, se instaló sobre su lomo, entre las poderosas alas.

Cuando todos los compañeros estuvieron sobre las cabalgaduras, pidieron a sus corceles que los aproximasen al Señor del Bosque.

—Señor —empezó a decir Tanis —, intentaremos hacernos dignos de tu confianza y de tu ayuda, y siempre procuraremos llevar el Bien con nosotros.

El Unicornio sonrió complacido:

—Os deseo mucha suerte. El futuro de Krynn depende de vosotros.

Cada uno de los compañeros agitó su mano derecha en señal de despedida, e inmediatamente los pegasos desplegaron sus inmensas alas y levantaron el vuelo. Se elevaron cada vez más, volando en círculos alrededor del bosque. Solinari y Lunitari —las dos lunas que iluminaban el cielo del mundo de Krynn— salpicaban el valle y las nubes de un maravilloso rojo violáceo que poco a poco se fue intensificando, dando paso a una noche profundamente púrpura. A medida que se alejaban, lo último que vieron los compañeros fue al Señor del Bosque, titilando como una estrella caída de los cielos, reluciente, solo y perdido en aquella tierra oscura.

Uno por uno, los compañeros fueron cayendo en un ligero sopor.

Tasslehoff fue el que más se resistió a esta somnolencia mágica. Encantado de sentir el viento contra su rostro, fascinado por la distante imagen de los inmensos árboles que habitualmente lo amenazaban y lo reducían al tamaño de un insecto, Tasslehoff luchaba por mantenerse despierto mientras los demás dormían. La cabeza de Flint reposaba sobre su espalda, el enano roncaba ruidosamente. Goldmoon estaba acurrucada entre los brazos de Riverwind y éste apoyaba su cabeza sobre el hombro de ella, sosteniéndola, protector, incluso mientras dormía. Caramon descansaba sobre el pescuezo de su pegaso, respirando pesadamente, y su hermano se hallaba recostado sobre sus anchas espaldas. Sturm dormía pacíficamente, las huellas de dolor habían desaparecido de su rostro. Incluso la barbuda cara de Tanis parecía libre de preocupaciones y responsabilidades.