Выбрать главу

—¿Quién lo ha construido? —preguntó Tanis.

—No lo sé. Pero los encontraréis a lo largo de todo el camino cada vez que éste se vuelva intransitable.

—Os dije que Xak Tsaroth no permanecía abandonada —susurró Raistlin.

—Bueno..., supongo que no estaría bien que despreciáramos una dávida de los dioses—contestó Tanis —. ¡Por lo menos no tenemos que nadar!

Cruzar el puente de enredadera no fue agradable. La parra estaba cubierta de un musgo viscoso que hacía que caminar resultase muy difícil, la estructura se balanceaba alarmantemente bajo el peso, y el meneo resultaba impredecible. Consiguieron atravesarlo sin incidentes, pero unos metros más allá se vieron obligados a utilizar otro puente. Luego cruzaron varios más, todos rodeados por la oscura ciénaga, llena de extraños ojos que los observaban hambrientos. Al final llegaron a un punto en el que no había más tierra firme ni más puentes de enredadera. Sólo agua pantanosa.

—No es muy profunda —musitó Riverwind—. Seguidme. Pisad sólo donde yo pise.

El bárbaro avanzó paso a paso, tanteando el camino. Los demás se mantuvieron detrás suyo, mirando fijamente el agua, asustados y asqueados, pues seres invisibles y desconocidos se deslizaban entre sus piernas. Cuando llegaron de nuevo a tierra firme, tenían las piernas cubiertas de légamo; todos sintieron náuseas por el pestilente olor. Pero, al parecer, el último tramo que habían recorrido debía ser el peor de todos. Ahora los matorrales eran menos espesos e incluso se podía ver el sol brillando débilmente a través de una verde calina.

Cuanto más hacia el norte viajaban, más firme se hacía el terreno. Al mediodía, Tanis vio un retazo de hierba seca bajo un viejo roble y decidió hacer un alto en el camino. Los compañeros se sentaron a comer, charlando animados por haber dejado la ciénaga atrás. Sólo Goldmoon y Riverwind no abrieron la boca.

Las ropas de Flint estaban totalmente empapadas, temblaba de frío y se quejaba de que le dolían los huesos. Tanis comenzó a preocuparse, pues sabía que el enano sufría de reuma y recordaba que le había dicho que temía retrasarlos. Dándole unos golpecillos al kender, el semielfo le hizo una señal para que se apartasen unos metros.

—Sé que en una de tus bolsas tienes algo que aliviará el dolor de huesos del enano. ¿Sabes a lo que me refiero?

—Oh Tanis, por supuesto —el rostro se le iluminó. Rebuscó en sus bolsas y al final encontró una reluciente petaca de plata—. Brandy, el mejor brandy de Otik.

—¿Supongo que lo pagaste?

—Oh, lo haré la próxima vez que vaya.

—Ya. Podrías compartir un poco con Flint, lo justo para que entre en calor.

—De acuerdo. Tomaremos la delantera... nosotros, poderosos guerreros...

Tasslehoff se rió, deslizándose hacia el enano mientras Tanis regresaba con los demás, que estaban recogiendo los restos de comida y preparándose para seguir el viaje. Todos deberíamos beber un poco del mejor brandy de Otik, pensó Tanis. Goldmoon y Riverwind no se habían dirigido la palabra en toda la mañana y su mal humor les estaba afectando a todos. A Tanis no se le ocurría nada que pudiese disipar su dolor. Tan sólo cabía esperar que el tiempo aliviara las heridas.

Después de comer, el grupo continuó avanzando por el sendero durante varias leguas. Caminaban más rápido, pues la parte más frondosa de la maleza había quedado atrás. No obstante, justo cuando creían que ya habían superado la ciénaga, la tierra firme se acabó abruptamente; agotados, mareados por el olor y desanimados, los compañeros se encontraron de nuevo caminando por el lodo.

A los únicos que no les afectó la vuelta al cenagal fue a Flint y a Tasslehoff, quienes caminaban delante, a bastante distancia de los demás. Tas pronto «olvidó» la recomendación de Tanis de beber sólo un poco de brandy. El líquido calentaba la sangre y paliaba el efecto de aquella atmósfera opresiva, por lo que el kender y el enano se fueron pasando la petaca de uno a otro hasta vaciarla. Siguieron caminando, bromeando sobre lo que harían si se encontraban con un draconiano.

—Yo lo convertiría en piedra —dijo el enano ondeando una imaginaria hacha de guerra—. ¡ah! ¡Justo en la tripa de la lagartija!

—¡Apostaría a que Raistlin lo convertiría en piedra sólo con mirarlo! —Tas imitó la mirada fría y severa del mago y ambos rieron ruidosamente. Después se callaron y soltaron unas risitas, mirando hacia atrás inquietos por si Tanis los había oído.

—¡Apostaría a que Caramon le clavaría el cuchillo y lo devoraría! —dijo Flint.

Tas se atragantó de la risa y se secó las lágrimas que rodaban por sus mejillas. El enano reía a carcajadas. De pronto llegaron a un punto en el que la tierra esponjosa finalizaba; Tasslehoff agarró al enano cuando éste casi estaba a punto de caer de cabeza en una piscina de agua lodosa; ésta era tan grande, que ningún puente de enredadera hubiera podido cruzarla. Un inmenso árbol «garra de hierro» estaba tumbado sobre el agua. Su grueso tronco era como un puente, lo suficientemente amplio para que dos personas cruzaran de lado a lado.

—¡Esto sí que es un puente! —dijo Flint dando un paso atrás e intentando enfocar el tronco—. Nada de arañas arrastrándose sobre esas estúpidas telarañas verdes. ¡Vamos allá!

—¿No crees que deberíamos esperar a los demás? A Tanis no le gustará que nos separemos.

—¿Tanis? ¡Bah! Le haremos una demostración.

—De acuerdo —asintió alegremente Tasslehoff subiéndose sobre el árbol caído—. Cuidado —dijo resbalando ligeramente y recuperando rápidamente el equilibrio—. Es resbaladizo —dio unos pasos rápidos, con los brazos en cruz, y colocó los pies como un volatinero al que había visto actuar una vez en un circo ambulante.

El enano se encaramó sobre el tronco tras el kender, caminando torpemente con sus pesadas botas. Una voz proveniente de la parte sobria del enano le decía que estando sereno nunca hubiese hecho una cosa así y que era un loco por cruzar el puente sin aguardar al resto, pero Flint ignoró la voz. Se sentía completamente joven de nuevo.

Tasslehoff, encantado de simular que era Mirgo el Magnífico, alzó la mirada y descubrió que había público observándolo: subido al tronco, frente a él se hallaba... ¡un draconiano! La imagen le desemborrachó de golpe y aunque el kender no era propenso al miedo, se llevó una auténtica sorpresa. Tuvo suficiente ánimo para hacer dos cosas: primero pegó un gran chillido:

—¡Tanis, emboscada!

Y luego blandió su vara jupak y la hizo girar formando un amplio arco.

Esto sorprendió al draconiano, que saltó del leño hacia la orilla. Tas, que había perdido el equilibrio, lo recuperó y se preguntó qué debía hacer. Miró a su alrededor y, viendo que en la orilla había otro draconiano, se quedó atónito al comprobar que ninguno de los dos iban armados. Antes de que pudiese reflexionar sobre ello, escuchó unas carcajadas detrás suyo. Se había olvidado del enano.

—¿Qué sucede? —gritó Flint.

—¡Esas cosas..., los draconia... son mag...! —exclamó Tas, agarrando su vara y oteando a través de la neblina—. ¡Hay dos delante nuestro! ¡Aquí vienen!

—¡Malditos sean! ¡Apártate de mi camino! —gruñó Flint llevándose la mano a la espalda para alcanzar el hacha.

—¿Dónde se supone que debo meterme?

—¡Agáchate!

El kender se agachó, agazapándose sobre el leño en el preciso momento en que uno de los draconianos se acercaba a él con sus garrudas manos extendidas. Flint ondeó el hacha dispuesto a asestarle al draconiano un golpe mortal. Desafortunadamente, el enano calculó mal y la hoja pasó silbando ante la criatura, que agitaba sus manos murmurando extrañas palabras.

El impulso del balanceo hizo que el enano girase sobre sí mismo, sus pies resbalaron y dando un agudo chillido, cayó al agua.

Tasslehoff, que sabía cómo Raistlin se preparaba para sus encantamientos, comprendió que el draconiano estaba formulando un hechizo. Estirado cabeza abajo sobre el leño y agarrado a su vara jupak, el kender calculó que, como mucho, disponía de un segundo y medio para decidir qué podía hacer. Bajo el tronco, el enano jadeaba y farfullaba en el agua. A pocos metros de distancia, el draconiano estaba llegando al drástico final de su encantamiento. Decidiendo que cualquier cosa era mejor que ser hechizado, Tas contuvo la respiración y se zambulló bajo el tronco.