Выбрать главу

—¡Tanis! ¡Emboscada!

—¡Maldita sea! —imprecó Caramon cuando la voz del kender llegó hasta ellos flotando entre la niebla.

Todos se apresuraron hacia donde había sonado la voz, maldiciendo a las ramas y enredaderas que les dificultaban el paso. Abriéndose camino ruidosamente por el bosque, llegaron al «garra de hierro» caído donde habían desaparecido sus amigos. De las sombras salieron cuatro draconianos que les bloquearon el camino.

De pronto los compañeros se vieron sumergidos en una oscuridad tan densa que les era imposible ver sus propias manos y menos aún a sus camaradas.

—¡Magia! —Tanis oyó el siseo de Raistlin—. Utilizan magia. ¡Apartaos! ¡No podemos luchar contra ellos!

Un segundo después, Tanis oyó que el mago gritaba de dolor.

—¡Raistlin! —llamó Caramon—. ¿Dónde...? Ugh... —Se oyó un gruñido y el golpe seco de un cuerpo pesado cayendo al suelo.

Tanis sólo podía oír la voz de los draconianos, y cuando buscaba a tientas su espada, una espesa y pegajosa sustancia lo cubrió de pies a cabeza, obstruyéndole la nariz y la boca. Forcejeando para liberarse, lo único que consiguió fue que se le enganchara aún más. Cerca escuchó maldecir a Sturm; Goldmoon gritaba y algo ahogaba la voz de Riverwind. Le entró un extraño sopor y cuando aún luchaba por liberarse de aquella especie de telaraña que mantenía pegadas sus manos a su cuerpo, se le doblaron las rodillas. Cayó de cabeza y se sumió en un extraño sueño.

14

Prisioneros de los draconianos

Cuerpo a tierra y resollando, Tasslehoff vio cómo los draconianos se disponían a llevarse a sus amigos que yacían inconscientes. Estaba bien escondido tras un arbusto cerca de la ciénaga y Flint estaba tendido a su lado, totalmente fuera de combate. Tas lo miró con remordimientos. No le había quedado otra salida; atemorizado al caer en aquel agua helada, el enano se le había agarrado con fuerza, sumergiéndolo, y Tas se había visto obligado a golpearle en la cabeza con su vara jupak; si no lo hubiese hecho, ninguno de los dos hubiese sobrevivido. Luego había arrastrado al desvanecido enano fuera del agua y lo había escondido tras un arbusto.

Después, Tas observó con impotencia cómo los draconianos, mágicamente, apresaban a sus amigos en una especie de recias telarañas. Evidentemente estaban todos inconscientes —o muertos—, pues ninguno de ellos se movió o forcejeó para liberarse.

El kender se divirtió lo suyo observando cómo los draconianos intentaban agarrar la Vara de Goldmoon. Aparentemente la habían reconocido, pues graznaban en su idioma gutural y hacían gestos de regocijo. Uno de ellos —seguramente el jefe— alargó el brazo para alcanzarla, pero tras un resplandor de luz azulada, la soltó ululando y comenzó a caminar por la orilla arriba y abajo, musitando palabras que Tas imaginó insultantes, a juzgar por el tono. Finalmente, a la criatura se le ocurrió una ingeniosa idea; sacando una manta de piel de uno de los fardos de Goldmoon, la extendió sobre el suelo y con un palo, hizo rodar la Vara sobre la manta. Después, cautelosamente, envolvió la Vara en la manta y la levantó victorioso. Los draconianos alzaron los cuerpos de los amigos del kender y se los llevaron, , cargando también con los fardos y las armas de los compañeros.

En el preciso momento en que los draconianos se acercaban donde estaban escondidos el kender y el enano, éste último gruñó y se movió. Tas le tapó la boca con la mano, las criaturas no oyeron nada y siguieron caminando. Cuando pasaron ante ellos, Tasslehoff pudo ver claramente a sus amigos. Parecían estar profundamente dormidos, Caramon incluso roncaba. El kender recordó que uno de los hechizos de Raistlin producía el sueño, e imaginó que ésa debía ser la causa del estado de sus amigos.

Flint gruñó de nuevo y uno de los draconianos, que caminaba en último lugar, se detuvo y observó la maleza. El kender asió su vara y la sostuvo sobre la cabeza del enano, por si acaso. Pero no fue necesario. El draconiano se encogió de hombros y, tras murmurar unas palabras, se apresuró a alcanzar a los demás. Suspirando aliviado, Tasslehoff dejó de taparle la boca al enano. Flint parpadeó y abrió los ojos.

—¿Qué ha sucedido? —masculló, llevándose la mano a la cabeza.

—Te caíste del puente y te golpeaste la cabeza con un tronco.

—¿Me caí? —Flint le miró con suspicacia—. No lo recuerdo, pero lo que sí recuerdo es que una de esas criaturas se estaba acercando a mí cuando caí al agua...

—Te golpeaste, o sea que no discutas. —Tas se puso en pie —. ¿Puedes caminar?

—Por supuesto que puedo caminar —le contestó bruscamente el enano mientras se ponía en pie, un poco vacilante pero erguido—. ¿Dónde está todo el mundo?

—Los draconianos los han capturado y se los han llevado.

—¿A todos? ¿Así, sencillamente?

—Esos draconianos tenían poderes mágicos. Supongo que formularon un hechizo, pero no les dañaron, excepto a Raistlin. Creo que a él le hicieron algo espantoso. Le vi cuando pasaron ante nosotros y tenía un aspecto horrible —el kender tiró de la empapada manga del enano—. Vamos, hemos de seguirlos.

—Sí, claro —musitó Flint mirando a su alrededor y llevándose la mano a la cabeza—. ¿Donde está mi casco?

—En el fondo de la ciénaga. ¿Quieres ir a buscarlo?

El enano miró horrorizado hacia el agua lodosa, tembló y se giró apresuradamente. Volvió a llevarse la mano a la cabeza y se palpó un enorme chichón.

—No recuerdo haberme golpeado —murmuró. De pronto tuvo un súbito presentimiento y, furioso, tanteó su espalda—. ¡Mi hacha!

—Shhhh —le regañó Tas—. Por lo menos estás vivo. Ahora tenemos que rescatar a los demás.

—¿Y cómo pretendes que lo hagamos sin armas, aparte de esa vara con forma de tirador?

—Ya se nos ocurrirá algo —dijo Tass aparentando seguridad, a pesar de que el alma se le caía a los pies.

Al kender no le resultó difícil seguir la pista a los draconianos. Caminaban por un viejo sendero muy transitado, pues había cientos de huellas. Tasslehoff, tras examinarlas, comprendió de pronto que podían estar internándose en un campamento de monstruos. Se encogió de hombros, no tenía sentido preocuparse por tan ínfimos detalles...

Desafortunadamente, Flint no pensaba lo mismo.

—¡Hay un maldito ejército en los alrededores! —exclamó pegando un respingo y sujetando al kender por el hombro.

—Sí, bueno... —Tas se detuvo para meditar la situación y de pronto se le iluminó el rostro—. Es muchísimo mejor, cuantos más sean, más posibilidades tenemos de que no nos vean.

Comenzó a caminar de nuevo y Flint frunció el ceño. Había algo en esa lógica que no le acababa de convencer, pero en ese momento no podía precisar qué era y estaba demasiado mojado y helado como para ponerse a discutir. Además, opinaba lo mismo que el kender: la otra salida que les quedaba era abandonar a sus amigos en manos de los draconianos y escaparse, volviendo a internarse en la ciénaga. Desde luego, no pensaba hacer una cosa así. Aunque se sentían cansados y conmocionados por las aventuras vividas, caminaron durante media hora más. El sol se zambulló en la neblina, tiñéndola de rojo sangre, y la noche cayó con rapidez sobre el lóbrego cenagal.

Al poco rato vieron ante ellos una luz resplandeciente. Dejaron el sendero y serpentearon hacia la maleza. El kender se movía en silencio, como un ratón; el enano pisoteaba las ramas que crujían bajo sus pies, se golpeaba con los árboles y tropezaba con la maleza. Afortunadamente, en el campamento de draconianos había una celebración y seguramente no hubiesen oído acercarse ni a un ejército de enanos. Flint y Tas se arrodillaron justo debajo de una antorcha y observaron. De pronto el enano agarró al kender con tal violencia que casi lo tumba.