Tas les sonrió burlón, apoyado en su vara jupak, que era la que había producido aquel horripilante sonido que Tanis debería haber reconocido al momento, pues había presenciado en anteriores ocasiones cómo el kender ahuyentaba a posibles atacantes blandiéndola en el aire y produciendo así ese alarido quejumbroso. Esa vara era un invento de los kenders: la parte inferior estaba revestida de madera de barril y acababa en una punta afilada y el extremo superior se bifurcaba en dos y sostenía una honda de cuero.
Había sido tallada de una sola pieza en flexible madera de sauce. Aunque el resto de las razas de Krynn odiaban ese tipo de vara, para un kender era algo más que un arma o herramienta: era su símbolo. «Las nuevas sendas requieren un jupak», era un dicho popular entre los kenders. A continuación siempre agregaban: «Una senda nunca es vieja».
De pronto Tasslehoff corrió hacia delante con los brazos abiertos.
—¡Flint!.
El kender tomó al enano en sus brazos. Flint, avergonzado, le devolvió el abrazo sin entusiasmo alguno y, rápidamente, retrocedió unos pasos. Tas sonrió socarronamente y miró al semielfo.
—¿Quién es ése? —preguntó bruscamente—. ¡Tanis! ¡No te había reconocido con esa barba! —Extendió hacia él sus cortos brazos.
—No, gracias —le dijo Tanis sarcásticamente mientras se apartaba de él—. Quiero conservar mi dinero.
Flint, alarmado, rebuscó en su túnica. —¡Eres un bribón! —gruñó y se lanzó contra el kender que se hallaba agachado, doblado por la risa. Ambos rodaron por el suelo.
Riendo. Tanis intentó separar a Flint del kender. De pronto se detuvo y se giró sobresaltado. Demasiado tarde. Escuchó el metálico tintineo de bridas y arreos y el relincho de un caballo. El semielfo se llevó la mano a la empuñadura de la espada, pero ya era tarde, había perdido toda posible ventaja.
Maldiciendo interiormente. Tanis contempló aquella figura que emergía de las sombras, montando un poney de peludas patas que caminaba con la cabeza baja. como si se sintiese avergonzado de su jinete. La piel gris y manchada del rostro del jinete caía en numerosos pliegues. Dos ojos porcinos de color rosado les miraban bajo un casco de aspecto militar. Entre las brillantes y llamativas piezas de la armadura se adivinaba un cuerpo gordo y flácido.
Tanis sintió un extraño olor y arrugó la nariz asqueado.
—¡Un goblin!
—Soltando la espada le pegó una patada a Flint, pero en ese momento el enano estornudó estruendosamente y se quedó sentado sobre el kender.
—¡Un caballo! —exclamó Flint estornudando de nuevo.
—Detrás tuyo —le susurró Tanis.
Flint percibió un tono de alarma en las palabras de su amigo y se puso en pie. Tasslehoff hizo rápidamente lo mismo.
El goblin, sentado a horcajadas sobre el poney, los miraba de forma arrogante y despreciativa. En sus ojos rosados se reflejaban los últimos y rezagados rayos de sol.
—Mirad, soldados, con qué locos hemos de tratar aquí, en Solace —declaró el goblin hablando el idioma común de Solace con pesado acento.
Se oyó una risa animada que venía de los árboles detrás del goblin. De ahí salieron caminando cinco guardias goblins vestidos de uniforme raso que tomaron posiciones a ambos lados del caballo que montaba su jefe.
—Ahora... —El goblin se inclinó sobre la silla de montar. Tanis observó fascinado cómo la inmensa barriga de aquel ser sepultaba por completo el pomo de la silla—. Soy Fewmaster Toede, jefe de los ejércitos que protegen Solace de elementos indeseables. No tenéis derecho a caminar en los límites de la ciudad después de que oscurezca. Estáis arrestados. —Fewmaster Toede se agachó para hablarle a un goblin que estaba a su lado—. Mira si tienen la Vara de Cristal Azul y me la traes —le dijo en el lenguaje graznante de los goblins.
Tanis, Flint y Tasslehoff se miraron interrogativamente. Los tres conocían un poco el idioma de los goblins —Tas mejor que los otros dos. ¿Habían oído bien? ¿Una vara de cristal azul?
—Si se resisten matadlos —añadió Fewmaster Toede volviendo a hablar el idioma común para darle más fuerza a sus palabras.
Tras decir esto, tiró de las riendas, golpeó su cabalgadura con la fusta y salió galopando hacia la ciudad.
—¡Goblins! ¡En Solace! ¡Este nuevo Teócrata tendrá que rendimos cuentas! —profirió Flint. Sacó el hacha de guerra de la funda y, con los pies bien firmes sobre la tierra, se balanceó hacia delante y hacia atrás hasta que consiguió mantener el equilibrio—. Muy bien, ya podéis venir.
—Os aconsejo que retrocedáis —les dijo Tanis apartándose la capa de los hombros y desenvainando la espada—. Llegamos de un largo viaje y el día de hoy ha sido agotador. Estamos hambrientos, cansados y llegamos tarde a una cita con amigos a los que hace mucho tiempo que no vemos. No estamos dispuestos a ser arrestados.
—Ni a que nos maten —añadió Tasslehoff. El no había desenfundado arma alguna, pero observaba a los goblins con gran interés.
Un tanto amedrentados, éstos se miraban nerviosos unos a otros. Uno de ellos lanzó una siniestra mirada hacia el camino por el que había desaparecido su jefe. Los goblins estaban acostumbrados a encontrarse con comerciantes fanfarrones o con granjeros que viajaban a la pequeña ciudad —no con diestros luchadores fenomenalmente armados. Pero como hacía ya mucho tiempo que odiaban a todas las razas que habitaban Krynn, desenvainaron sus largas y curvas espadas.
Flint, agarrando con firmeza la empuñadura de su hacha, dio un salto hacia delante.
—Sólo existe una criatura en este mundo a la que odie más que a un enano gully —refunfuñó—, ¡un goblin!
El goblin saltó sobre Flint confiando en derribarlo. Flint balanceó su hacha con absoluta precisión y exactitud. La cabeza del goblin rodó por el camino, mientras su cuerpo se desplomaba sobre el suelo.
—¿Qué hace una chusma como vosotros en Solace? —preguntó Tanis a la vez que detenía habilidosamente el torpe ataque de otro goblin. Sus espadas se cruzaron, trabándose en el aire unos segundos. Tanis empujó al goblin hacia atrás—. ¿Trabajáis para el Sumo Teócrata?
—¿Teócrata? —el goblin gorjeó de risa. Blandiendo salvajemente su espada le respondió——: ¿Para ese loco? Nuestro jefe, Fewmaster, trabaja para... iug! —El pequeño ser se precipitó él mismo hacia la espada de Tanis. Rugiendo, cayó al suelo.
—¡Maldición! —exclamó Tanis mirando con frustración al goblin muerto; ¡El muy idiota! No quería matarlo, tan sólo averiguar quién le pagaba.
—¡Te enterarás de quién nos paga antes de lo que quisieras! —gritó otro goblin precipitándose hacia el distraído semielfo. Tanis se giró rápidamente y lo desarmó. Le propinó una patada en el estómago y la criatura se dobló hacia delante.
Otro de los goblins se abalanzó sobre Flint antes de que éste tuviese tiempo de recuperarse del anterior ataque. El enano retrocedió intentando mantener el equilibrio.
Entonces se oyó la estridente voz de Tasslehoff.
—Tanis, esta escoria se vendería a cualquiera. Échales de tanto en tanto un poco de carne de perro y serán tuyos para siempre...