—¡Por el Gran Reorx! —exclamó Flint señalando—. ¡Un dragón!
Tas estaba demasiado estupefacto para hablar. Ambos observaron petrificados cómo los draconianos danzaban y se postraban ante un gigantesco dragón negro. El monstruo se ocultaba en el interior de una media concha abovedada formada por unas ruinas destruidas. Su cabeza sobrepasaba las copas de los árboles y la extensión de sus alas parecía ser inmensa. Uno de los draconianos, que llevaba una túnica, se inclinó ante el dragón mientras señalaba hacia la Vara y la depositaba en el suelo junto al resto de las armas confiscadas.
—Hay algo extraño en ese dragón —susurró Tas después de observarlo durante unos instantes.
—Desde luego..., se suponía que la estirpe de los dragones: había desaparecido.
—Eso es. Obsérvalo, no se mueve ni reacciona ante nada, simplemente está ahí sentado. Siempre pensé que los dragones eran más vitales, ¿no crees?
—Acércate a él y hazle cosquillas en los pies. ¡Verás cómo se anima!
—Sí, creo que lo haré —dijo el kender y, antes de que el enano pudiese abrir la boca, Tasslehoff salió de la maleza y se deslizó de sombra en sombra hasta aproximarse al campamento. A Flint le dio rabia no haber actuado con más rapidez, pero era absurdo intentar detenerlo ahora. Lo único que el enano podía hacer era seguirlo.
—¡Tanis!
El semielfo oyó que alguien le llamaba. Intentó contestar pero su boca estaba llena de una sustancia pegajosa. Movió la cabeza, sintió que alguien lo levantaba por los hombros, ayudándolo a incorporarse. Abrió los ojos. Era de noche pero a juzgar por la titilante luz, en algún lugar ardía un fuego enorme. Al ver cerca suyo el preocupado rostro de Sturm, suspiró y alargó la mano para tocar el hombro del caballero. Intentó hablar, pero antes se vio obligado a quitarse de la boca pedazos de aquella sustancia pegajosa que le colgaba por el rostro como si fuese una telaraña.
—Estoy bien —dijo cuando pudo hablar—. ¿Dónde nos encontramos? ¿Estamos todos? —
Miró a su alrededor—. ¿Hay alguien herido?
—Estamos en un campamento de draconianos —dijo Sturm ayudando al semielfo a ponerse en pie —. No sé dónde están Flint y Tasslehoff, y Raistlin está herido.
—¿Malherido? —preguntó Tanis, alarmado por la expresión preocupada de Sturm.
—Está bastante mal.
—Un dardo envenenado —dijo Riverwind.
Tanis se volvió hacia el bárbaro y por primera vez vio claramente el lugar donde estaban encerrados. Era una jaula hecha de bambú, custodiada por guardias draconianos con sus largas y curvas espadas desenvainadas y preparadas. Más allá de la jaula, cientos de draconianos daban vueltas alrededor de una hoguera y sobre la hoguera...
—Sí, un dragón —dijo Sturm al ver la expresión de asombro de Tanis. Raistlin se sentiría satisfecho.
—¡Raistlin...!
Tanis se dirigió hacia el rincón de la jaula donde el mago estaba tendido, cubierto con una capa. El joven hechicero tenía fiebre y se agitaba con escalofríos. Goldmoon, arrodillada a su lado, le acariciaba la frente y le tiraba hacia atrás los canosos cabellos. Raistlin se hallaba inconsciente; de tanto en tanto movía la cabeza y murmuraba extrañas palabras o gritaba dando órdenes incoherentes. Caramon estaba sentado a su lado y tenía el rostro casi tan pálido como el de su gemelo. La mirada de Goldmoon se cruzó con la de Tanis, movió la cabeza apenada, y sus grandes ojos brillaron bajo la luz del fuego. Riverwind se situó junto a Tanis.
—Hemos encontrado esto en su cuello —dijo el bárbaro, sosteniendo cuidadosamente entre el pulgar y el índice un dardo con una pluma en el extremo. Miraba al mago sin estima, pero apenado—. No hay forma de saber qué clase de veneno corre por sus venas.
—Si tuviésemos la Vara —se lamentó Goldmoon.
—Claro —dijo Tanis —. ¿Dónde está?
—Allí —respondió Sturm torciendo la boca y señalándola. Tanis miró y, a través de cientos de draconianos, vio la Vara en el suelo, sobre la manta de pieles de Goldmoon, frente al dragón negro.
Alargando el brazo, Tanis sacudió una de las barras de la jaula.
—Podríamos romperlas —le dijo a Sturm—. Caramon podría convertirlas en virutas.
—Hasta Tasslehoff lo haría si estuviese aquí. Después sólo tendríamos que ocupamos de unos cientos de esas criaturas... para no mencionar al dragón.
—De acuerdo, no insisto. ¿Tenéis idea de lo que les ha ocurrido a Flint y a Tas?
—Riverwind dice que oyó un golpe sordo justo después de que Tasslehoff gritara avisando que habían caído en una emboscada. Con suerte se habrán sumergido bajo el tronco y habrán escapado hacia la ciénaga. De lo contrario... —Sturm no acabó la frase.
Tanis cerró los ojos para dejar de ver el titilante fuego. Se sentía cansado; cansado de luchar, cansado de avanzar con esfuerzo por el barro. Deseó intensamente volver a tenderse en el suelo y dormir, pero en vez de ello, abrió los ojos, cruzó la jaula y sacudió las barras. Uno de los guardias draconianos se volvió hacia él con la espada en alto.
—¿Hablas en común? —le preguntó Tanis en el más burdo y tosco estilo de idioma común utilizado en Krynn.
—Por supuesto, hablo el común mejor que tú, escoria de elfo —le dijo despreciativo el draconiano—. ¿Qué quieres? '
—Uno de los nuestros está herido. Os pedimos que le atendáis, que le deis un antídoto contra el dardo envenenado.
—¿Envenenado? —el draconiano observó el interior de la jaula—. Ah, sí, el hechicero —la criatura emitió un gorgoteo, un sonido que por lo visto era su forma de reír.
—¿Está enfermo, verdad?
—Sí, el veneno actúa rápidamente. Pero no os preocupéis, no estará solo. El resto de vosotros os reuniréis con él dentro de poco. En realidad deberíais envidiarlo, vuestra muerte será mucho más lenta.
El draconiano le dio la espalda y le dijo algo a su compañero, agitando su garrudo pulgar en dirección a la jaula. .., Ambos graznaron con sus risas gorgoteantes y Tanis, sintiendo que su asco y su rabia iban en aumento, miró de nuevo hacia Raistlin.
El mago empeoraba rápidamente. Goldmoon le puso la mano sobre el cuello, intentando sentir sus pulsaciones, y movió la cabeza con preocupación. Gimiendo, Caramon dirigió la mirada hacia los draconianos que estaban fuera riendo y hablando entre ellos.
—¡Detente, Caramon! —gritó Tanis, pero fue demasiado tarde.
Lanzando un rugido como el de un animal herido, el inmenso guerrero se abalanzó sobre los draconianos. El bambú cedió a su paso, las barras se astillaron y se clavaron en su piel. Enloquecido por el deseo de matar, Caramon ni siquiera se dio cuenta. Cuando el guerrero pasaba delante suyo, Tanis se colgó de su cuello intentando detenerlo, pero Caramon se lo sacudió con la facilidad con que un oso se saca de encima a un insecto molesto.
—Caramon, no seas loco... —gruñó Sturm mientras él y Riverwind se lanzaban sobre el guerrero, pero Caramon estaba tan furioso que se deshizo también de ellos.
Uno de los draconianos se giró con la espada en alto pero; Caramon la hizo volar de un solo empellón. La criatura cayó al suelo sin sentido después de que el gran hombre lo golpeara. En pocos segundos, seis draconianos armados con arcos y flechas rodearon al guerrero. Sturm y Riverwind consiguieron tumbarlo en el suelo y Sturm se sentó sobre él, presionando su cara contra el suelo, hasta que notó que Caramon se relajaba y emitía un ahogado sollozo.
En ese instante, una voz aguda y estridente resonó en el campamento.
—¡Traedme al guerrero! —dijo el dragón.
A Tanis se le erizó el cabello. Los draconianos bajaron las armas y se volvieron hacia el dragón, mirándolo atónitos y murmurando entre ellos. Riverwind y Sturm se pusieron en pie. Caramon seguía tendido en el suelo ahogado en sollozos. Los guardias draconianos se miraron unos a otros inquietos, mientras que los que se hallaban cerca del dragón retrocedieron rápidamente unos pasos y formaron un gran semicírculo a su alrededor .