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Una de las criaturas, que por lo que dedujo Tanis debía ser uno de los capitanes, pues llevaba una insignia en la armadura, caminó majestuosamente hacia uno de los draconianos que vestía una túnica, y que se hallaba contemplando al dragón con la boca abierta de par en par.

—¿Qué sucede? —preguntó el capitán. El draconiano hablaba el idioma común y Tanis, que escuchaba atentamente, se dio cuenta de que pertenecían a dos clases diferentes; los draconianos vestidos con túnicas eran, por lo visto, sacerdotes y hechiceros, y al parecer, no podían comunicarse en su propio idioma, teniendo que recurrir al idioma común.

El draconiano guerrero estaba preocupado.

—¿Dónde está ese sacerdote vuestro, Bozak? ¡El debería decidir qué es lo que debemos hacer! ..

—El superior de la orden no está aquí —el draconiano de la túnica recuperó rápidamente su sangre fría—. Uno de «ellos» voló hasta aquí y se lo llevó para que tratara con Lord Verminaard sobre la Vara.

—Pero el dragón sólo habla cuando el superior está aquí —El capitán bajó el tono de voz—. Todo esto no me gusta nada. ¡Será mejor que hagáis algo rápidamente!

—¡Qué significa esta lentitud! —La voz del dragón era tan sibilante como el gemido del viento—. ¡Traedme al guerrero!

—Haced lo que dice el dragón. —El draconiano de la túnica hizo un gesto rápido con sus garras. Varios draconianos se movilizaron; empujaron a Sturm, Tanis y Riverwind dentro de la destruida jaula y alzaron al sangrante Caramon. Lo arrastraron hasta el dragón y lo dejaron allí, de pie, de espaldas al llameante fuego. Cerca del guerrero estaban la Vara de Cristal Azul, el bastón de Raistlin, sus armas y sus paquetes.

Caramon levantó la cabeza para enfrentarse al monstruo, sus ojos estaban llenos de lágrimas y de sangre debido a los múltiples cortes que se había hecho al escapar de la jaula. El dragón se erguía sobre él, podía verlo borrosamente a través del humo que salía de la hoguera.

—Aplicamos nuestra justicia rápida e implacablemente, escoria humana —rugió el dragón. Mientras hablaba desplegó sus inmensas alas, batiéndolas lentamente. Los draconianos dieron un respingo y comenzaron a retroceder, cayendo unos sobre otros al intentar apartarse del monstruo. Por lo visto sabían lo que se avecinaba.

Caramon miró a la criatura fijamente, sin miedo.

—Mi hermano se está muriendo —gritó—. Haz lo que quieras conmigo, sólo te pido una cosa: ¡Dame mi espada para que pueda morir luchando!

El dragón se rió estridentemente; los draconianos se unieron a él con gorgoteos y gruñidos. A medida que las alas del dragón batían el aire, la criatura se balanceaba hacia adelante y hacia atrás, preparándose aparentemente para lanzarse sobre el guerrero y devorarlo.

—Será divertido. Dejémosle que recoja su arma —ordenó.

Sus alas batientes originaron un remolino de aire que sacudió el campamento, levantando chispas del fuego y dispersándolas.

Caramon empujó a un lado a los guardias draconianos y restregándose los ojos con la mano, caminó hacia el montón de armas y recogió su espada. Después, con expresión de dolor y resignación, levantó el arma y se volvió para enfrentarse al dragón.

—¡No podemos dejarle morir ahí, solo! —dijo Sturm decididamente, dando un paso hacia delante y preparándose para intervenir.

De pronto, detrás de la jaula, surgió una voz entre las sombras.

—¡Eh... Tanis!

El semielfo se volvió.

—¡Flint! —exclamó, mirando con aprensión a los guardias draconianos, pero éstos estaban absortos contemplando el espectáculo de Caramon y el dragón. Tanis corrió hacia el fondo de la jaula de bambú donde estaba el enano.

—¡Vete de aquí! —le ordenó el semielfo—. No puedes hacer nada, Raistlin está muriéndose y el dragón...

—Es Tasslehoff.

—¿Cómo? —Tanis, atónito, miró al enano. —¿Qué quieres decir?

—El dragón es Tasslehoff —repitió Flint pacientemente.

Esta vez Tanis se quedó sin habla, mirando fijamente al enano.

—El dragón está hecho de mimbre —susurró el enano—, Tasslehoff se deslizó detrás de él y lo observó por dentro. ¡Es falso! Cualquiera que se introduzca dentro de él puede hacer batir las alas y hablar a través de un tubo hueco. Supongo que así es como el sacerdote mantiene el orden aquí. De cualquier forma, Tas es el que está batiendo las alas y amenazando con devorar a Caramon.

Tanis dio un respingo.

—¿Pero cómo escaparemos? Esto está lleno de draconianos y tarde o temprano se darán cuenta de lo que sucede.

—Tú, Riverwind y Sturm id junto a Caramon, recoged vuestras armas, los paquetes y la Vara. Yo ayudaré a Goldmoon a llevar a Raistlin a los bosques. Tasslehoff tiene algo preparado, sólo tenéis que permanecer atentos.

Tanis gruñó.

—Tampoco a mí me gusta —refunfuñó el enano—. Confiar nuestras vidas a ese kender, pero bueno... al fin y al cabo él es el dragón.

—Sin duda alguna lo es —dijo Tanis mirando como la fiera se agitaba, gemía y batía las alas balanceándose. Los draconianos lo miraban estupefactos. Tanis reunió a Sturm y a Riverwind y se agachó junto a Goldmoon, que permanecía al lado de Raistlin. El semielfo les explicó rápidamente lo que estaba sucediendo. Sturm le miró como si estuviese tan loco como Raistlin, y Riverwind movió la cabeza incrédulo.

—¿Tenéis un plan mejor? —preguntó Tanis.

Ambos miraron primero al dragón, después a Tanis y luego se encogieron de hombros.

—Goldmoon irá con el enano —dijo Riverwind.

Goldmoon comenzó a protestar pero, cuando el bárbaro la miró fijamente con sus inexpresivos ojos, ella tragó saliva y guardó silencio.

—Sí —dijo Tanis —. Quedaos con Raistlin señora, por favor. Os traeremos la Vara.

—Entonces, apresuraos —dijo ella—. Está al borde de la muerte.

—Nos apresuraremos. Tengo la impresión de que una vez todo esto haya comenzado, tendremos que movernos muy rápido —le acarició la mano—. Vamos —poniéndose en pie, respiró profundamente.

Riverwind aún miraba a Goldmoon. Quiso hablar pero, moviendo la cabeza enojado, se volvió sin decir una sola palabra y se puso en pie al lado de Tanis. Sturm se unió a ellos y los tres se escurrieron por detrás de los guardias draconianos.

Caramon levantó la espada, que refulgió a la luz del fuego. Al dragón le entró un furioso frenesí y los draconianos cayeron hacia atrás, graznando y golpeándose entre sí. El aleteo del dragón levantó un viento que esparció chispas y cenizas, incendiando algunas chozas de bambú cercanas, pero los draconianos estaban tan impacientes de que se produjera la matanza, que ni se percataron. El dragón se movió y aulló, y Caramon notó que se le secaba la boca y los músculos del estómago se le contraían. Era la primera vez que libraba una batalla sin su hermano y ello hacía que su corazón palpitase dolorosamente. Cuando estaba a punto de lanzarse al ataque, aparecieron Tanis, Sturm y Riverwind a su lado.

—¡No dejaremos que nuestro amigo muera solo! —gritó provocadoramente Tanis, dirigiéndose al dragón. Los draconianos aullaron enfervorecidos.

—¡Sal de aquí, Tanis! —exclamó Caramon con el ceño fruncido y el rostro ensangrentado y cuajado de lágrimas—. Esta es mi batalla.

—¡Calla y escucha! Sturm, toma tu espada y la mía, Riverwind, recoge tus armas, los fardos y cualquier arma de los draconianos que puedas encontrar para reemplazar a las que hemos perdido. Caramon, tú ocúpate de la Vara y del bastón de mago de Raistlin.

Caramon le miró fijamente.

—¿Qué?

—Tasslehoff es el dragón. No hay tiempo para explicártelo. ¡Haz lo que te digo! Toma la Vara y llévala al bosque, Goldmoon está esperándola. —Posó la mano sobre el hombro del guerrero y lo zarandeó— ¡Corre! ¡Raistlin se está muriendo! ¡Tú eres su última oportunidad!