Esta última frase hizo reaccionar a Caramon; corriendo hacia el montón de armas agarró la Vara de Cristal Azul y el bastón de mago de Raistlin. Sturm y Riverwind recuperaron sus armas y el caballero le llevó a Tanis su espada.
—Y ahora, ¡preparaos para morir, humanos! —gritó el dragón y, sacudiendo repentinamente las alas, comenzó a revolotear en el aire. Los draconianos, alarmados, graznaron y chillaron; algunos de ellos salieron corriendo hacia los bosques, otros se arrojaron al suelo.
—¡Ahora! —gritó Tanis —. ¡Corre, Caramon!
El inmenso guerrero salió corriendo velozmente hacia los bosques, intentando localizar a Goldmoon y a Flint, que estaban esperándolo. Un draconiano le salió al paso, pero Caramon lo derribó de un solo golpe. Tras él, oía una gran conmoción; Sturm entonaba su grito de guerra solámnico y los draconianos gritaban. Le atacaron más draconianos, pero utilizó la Vara de Cristal Azul tal como se la había visto utilizar a Goldmoon, sosteniéndola en la mano derecha y balanceándola en forma de arco. La Vara despedía llamas azuladas y los draconianos caían desplomados.
Llegó a los bosques y encontró a Raistlin casi sin respiración, tendido a los pies de Goldmoon. Esta sujetó la Vara que Caramon le tendía y la posó sobre el cuerpo inerte del mago. Flint la observaba moviendo de un lado a otro la cabeza.
—No funcionará. Se ha gastado.
—Tiene que funcionar. Por favor —murmuró Goldmoon—, quienquiera que seáis, Señor de la Vara, curad a este hombre, os lo ruego —lo repitió una y otra vez. Caramon observaba la escena con los ojos entornados cuando, de repente, el bosque se iluminó con una tremenda explosión de luz.
—¡En nombre de los Abismos! —suspiró Flint—. ¡Mirad esto!
Caramon se giró en el preciso momento en que el inmenso dragón de mimbre se estrellaba de cabeza en la llameante hoguera. Troncos incandescentes volaron por el aire, dispersando chispas por el campamento. Las cabañas de bambú de los draconianos que aún no estaban chamuscadas comenzaron a arder con fuerza y el dragón de mimbre, tras un horripilante aullido final, también prendió fuego.
—¡Tasslehoff! —exclamó Flint—. ¡El maldito kender está .., ahí dentro!— Antes de que Caramon pudiese detenerlo, el enano corrió hacia el llameante campamento de draconianos.
—Caramon... —murmuró Raistlin. El guerrero se arrodilló junto a su hermano, quien, aún pálido, había abierto los ojos e iba volviendo en sí.
Una vez más la Vara de destellos azulados había demostrado su poder contra la enfermedad. Goldmoon sintió una íntima satisfacción porque sus ruegos habían sido escuchados y su insistencia y perseverancia habían conseguido su propósito.
Incorporándose con debilidad, el mago se apoyó en su hermano y contempló las llamas.
—¿Qué está sucediendo?
—No estoy seguro. Tasslehoff se ha convertido en dragón y luego todo ha sido muy confuso. Descansa. —El guerrero observaba el campamento a través del humo, con la espada desenvainada y preparada por si los draconianos venían en su busca.
Pero los draconianos habían perdido el interés por sus prisioneros. Los de linaje guerrero, una vez producido el pánico, habían huido a los bosques mientras su dios-dragón se quemaba. Algunos de los draconianos vestidos con túnicas, que eran, en apariencia, más inteligentes que los otros, intentaban desesperadamente poner orden en aquel espantoso caos que se había creado.
Sturm se abrió camino entre los draconianos sin encontrar ninguna resistencia. Cuando llegó a un espacio despejado cerca de la jaula de bambú, se cruzó con Flint que volvía corriendo al campamento.
—¡Eh! ¿Dónde...? —le gritó Sturm al enano.
—¡Tas... en el dragón! —el enano no se detuvo.
Sturm se volvió y vio que el dragón negro ardía con unas llamaradas que se alargaban hasta el cielo. Un humo denso cubría el campamento, pues el aire húmedo y pesado de la ciénaga evitaba que la humareda ascendiese y se dispersase. Una parte del llameante dragón explotó y una lluvia de chispas cayó sobre el campamento. Sturm se agachó y se sacudió las partículas que ,caían sobre su capa, luego corrió tras el enano, alcanzándolo con facilidad debido a la longitud de sus piernas.
—¡Flint! —dijo jadeante, agarrando al enano por el brazo—. Es inútil. ¡Nadie podría resistir en esa hornaza! Hemos de regresar con los demás...
—¡Suéltame! —rugió el enano con tanta furia que Sturm le obedeció sorprendido. Flint siguió corriendo en dirección al incandescente dragón. Sturm lanzó un suspiro y corrió tras él con los ojos llorosos a causa del humo.
—¡Tasslehoff Burrfoot! —gritó Flint—. ¡Eh, estúpido kender! ¿Dónde estás?
No hubo respuesta.
—¡Tasslehoff! Si esta huida fracasa por tu culpa, ¡te asesinaré! ¡Ayúdame...! —por sus mejillas corrían lágrimas de frustración, pena y rabia.
El calor era irresistible, secaba los pulmones. Sturm sabía que no podían respirar ese aire mucho tiempo más o perecerían. Agarró al enano con firmeza, pensando en dejarlo sin sentido si era necesario, cuando, de repente, vio que algo se movía en un extremo de la fogata. Se frotó los ojos y miró de nuevo.
El dragón estaba tendido en el suelo con la cabeza aún unida al llameante cuerpo por un largo cuello de mimbre. La cabeza no había prendido, pero las llamas estaban comenzando a devorar el cuello y pronto ardería por completo. Sturm volvió a ver que algo se movía.
—¡Flint, mira! —Sturm, seguido torpemente por el enano, corrió hacia la cabeza de la criatura. De la boca del dragón salían dos pequeñas piernas, enfundadas en unas medias de lana de color azul brillante, que pataleaban débilmente.
—¡Es Tas! ¡Sal de ahí! ¡La cabeza va a comenzar a arder de un momento a otro!
—¡No puedo, estoy atascado! —dijo una voz ahogada.
Sturm, desesperado, examinaba la cabeza del dragón, intentando encontrar una forma de liberar al kender, mientras que Flint agarraba al kender por las piernas y comenzaba a tirar de él.
—¡Aayyyy! ¡Detente! —gritó Tas.
—Es inútil—. Está totalmente atascado.
Las llamas comenzaban a subir por el cuello del dragón. Sturm desenvainó su espada.
—Puede que le corte la cabeza —murmuró—, pero es su única oportunidad. Calculando la estatura del kender, imaginando por donde estaría su cabeza y esperando que no tuviese los brazos extendidos, Sturm colocó la espada sobre el pescuezo del dragón. Flint cerró los ojos. El caballero respiró profundamente y cercenó la cabeza del dragón con la espada. Se oyó un alarido del kender proveniente del interior; Sturm no sabía si era de dolor o de sorpresa.
—¡Estira! —le gritó al enano.
Flint agarró la cabeza de mimbre y comenzó a tirar para separarla del cuello. De pronto, en medio de una nube de humo, apareció una figura alta y oscura. Sturm se volvió con la espada desenvainada y vio que se trataba de Riverwind.
—¿Qué estáis hacien...? —el hombre de las llanuras contempló la cabeza del dragón pensando que Flint y Sturm se habían vuelto locos.
—¡El kender está ahí dentro, atascado! —gritó Sturm—. No podemos sacar la cabeza de aquí, rodeados de draconianos. Tenemos que...
Sus palabras se perdieron entre los rugidos de las llamas, pero Riverwind, finalmente, vio que de la boca del dragón colgaban unas piernas azules. Metiendo las manos en una de las cuencas de los ojos, agarró la cabeza del dragón por un extremo. Sturm la agarró por el otro y ambos levantaron la cabeza —con el kender dentro— y echaron a correr por el campamento. Los pocos draconianos que se les cruzaban, echaban un vistazo a la terrorífica aparición y huían despavoridos.
—Vamos, Raistlin —dijo solícitamente Caramon poniéndole el brazo sobre los hombros a su hermano—. Debes intentar mantenerte en pie, hemos de seguir adelante. ¿Cómo te encuentras?