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—Espera un momento —Raistlin se desembarazó del agarrón de la enana gully—. Debo hablar con mis amigos— Caminó hacia Tanis y Sturm—. El Gran Bulp debe ser el jefe del clan, tal vez sea el jefe de varios clanes.

—Si es tan inteligente como toda esta pandilla, no sabrá ni dónde tiene la cabeza. Será mejor que no le hablemos del dragón —dijo Sturm malhumorado.

—Lo más seguro es que lo sepa —dijo Flint de mala gana—. Los enanos gully no tienen muchas luces, pero recuerdan cualquier cosa que hayan visto u oído, aunque lo difícil es conseguir que lo expresen con palabras de más de una silaba.

—Entonces será mejor que vayamos a ver al Gran Bulp —dijo Tanis apesadumbrado—. Si pudiésemos saber qué significa toda esta historia del arriba y abajo, y ese chirrido...

—¡Yo lo sé! —exclamó una voz.

Tanis miró a su alrededor. Había olvidado totalmente a Tasslehoff. El kender llegó corriendo desde la esquina, su coleta danzaba de un lado a otro, y sus ojos brillaban de regocijo

—Es un mecanismo elevador, Tanis —dijo—. Como en las minas de enanos. Una vez estuve en una mina, fue maravilloso. Tenían un elevador que trasladaba las piedras arriba y abajo. Bueno, pues éste es exactamente igual. Bueno, casi igual. ¿Sabes...? —De repente le entraron unas risitas y no pudo continuar. Los demás se le quedaron mirando mientras el kender hacía un esfuerzo para controlarse.

—¡Utilizan una gigantesca marmita de cocina! Cuando una de esas cosas, esos monstruos draco-algo, chasquea su inmenso látigo, los enanos gully, que están en la fila esperando su turno, corren hacia allí y saltan todos dentro de la marmita, la cual está enganchada a una inmensa cadena enrollada a una rueda dentada. Los dientes encajan con los eslabones de la cadena... ¡eso es lo que chirría! La rueda comienza a girar y la marmita desciende, y al poco tiempo sube otra marmita..!

—Grandes jefes. Olla llena de grandes jefes —dijo Bupu.

—¡Llena de draconianos! —exclamó Tanis alarmado.

—No venir aquí —dijo Bupu—. Ir hacia allá... —señaló con un vago movimiento.

Tanis se sentía inquieto.

—O sea que esos son los jefes. ¿Cuántos draconianos hay junto a la marmita?

—Dos —dijo Bupu agarrándose firmemente a la túnica de Raistlin—. No más de dos.

—En realidad hay cuatro —dijo Tas con una mirada de disculpa por contradecir a la enana gully—. Son de los pequeños, no aquellos grandes que formulaban encantamientos.

—Cuatro —Caramon flexionó los brazos—. Creo que podremos manejar a cuatro.

—Sí, pero hemos de hacerlo de forma que no se presenten quince más —opinó Tanis.

Volvió a sonar el restallido del látigo.

—¡Venir! —Bupu tiró de Raistlin con impaciencia—. Nosotros ir. Jefes enfadarse mucho.

—Supongo que tanto da que vayamos ahora como que vayamos más tarde —dijo Sturm encogiéndose de hombros—. Dejemos que los enanos gully actúen como de costumbre. Los seguiremos y sorprenderemos a los draconianos. Si una de las marmitas está aquí arriba esperando para ser cargada de enanos, la otra deberá estar en el nivel inferior.

—Sospecho que sí —dijo Tanis volviéndose hacia los enanos gully—. Cuando lleguéis al elevador, eh..., a la olla, no subáis a ella. Simplemente apartaos a un lado y no os metáis en medio, ¿de acuerdo?

Los enanos gully observaron a Tanis con suspicacia. El semielfo suspiró y miró a Raistlin. Sonriendo levemente, el mago repitió las instrucciones de Tanis. Al momento, los enanos gully comenzaron a sonreír y a asentir entusiasmados.

El látigo restalló de nuevo y se oyó una voz severa:

—¡Dejad de haraganear, escoria, o cercenaré vuestros asquerosos pies para que tengáis una excusa para ser tan lentos!

—Bien, veamos quien acaba con los pies cercenados —dijo Caramon.

—¡Esto ser divertido! —exclamó con solemnidad uno de los enanos gully.

Los Aghar trotaron por el corredor.

18

Lucha en la marmita. El remedio de Bupu para la tos.

Por dos grandes agujeros subía un espeso vapor que inundaba toda la sala. Entre ambas aberturas había una gran rueda dentada que arrastraba una inmensa cadena de la que pendía una gigantesca marmita de hierro negro; el otro extremo de la cadena desaparecía por la segunda abertura. Rodeando la marmita había cuatro draconianos ataviados con armaduras, dos de los cuales empuñaban látigos de cuero e iban armados con espadas curvas. Sólo pudieron verlos un instante, pues la niebla los envolvía. Tanis oyó el chasquido de un látigo y el bramido de una voz gutural.

—¡Tú, enano, parásito, sabandija! ¿Qué estás haciendo ahí parado? ¡Métete en la marmita antes de que desolle tu asquerosa piel y la separe de tu nauseabunda carne! ¡Te voy a...!

El draconiano se detuvo a media frase. Los ojos se le salieron de las órbitas al ver que Caramon, lanzando su grito de guerra, aparecía entre la niebla. El draconiano lanzó un alarido que fue convirtiéndose en un sofocado gorgoteo cuando Caramon lo agarró por el cuello, lo levantó del suelo y lo lanzó contra la pared. Se oyó un crujir de huesos estremecedor que, incluso, asustó a los enanos gully.

Mientras Caramon atacaba, Sturm, balanceando su gran espada de doble puño y vociferando el saludo de los caballeros, cercenó la cabeza de un draconiano. La cabeza rodó por el suelo, convirtiéndose en piedra.

A diferencia de los goblins, que atacan todo lo que se mueve sin detenerse a pensar y sin estrategia alguna, los draconianos eran rápidos e inteligentes. Los dos que se hallaban junto a la marmita sabían que poco podían hacer enfrentándose a cinco guerreros diestros y bien armados. Uno de ellos saltó con rapidez dentro de la marmita, gritándole instrucciones a su compañero en su lenguaje gutural. Otro, corrió hacia la rueda y destrabó el mecanismo. La marmita comenzó a descender por el agujero.

—¡Detenedla! ——chilló Tanis —. ¡Va a buscar refuerzos!

—¡Te equivocas! —gritó Tasslehoff asomándose por el borde de la abertura —. Los refuerzos ya están en camino en la otra marmita. ¡Deben haber unos veinte!

Caramon se apresuró a detener al draconiano que manejaba el mecanismo pero llegó demasiado tarde. La criatura dejó el elevador en marcha y corrió hacia la marmita, saltando con decisión tras su compañero. Caramon, siguiendo el principio de no dejar nunca huir al enemigo, saltó a la marmita tras ellos. Los enanos gully silbaban y abucheaban, y algunos se acercaron al borde para poder ver mejor.

—¡Ese maldito idiota! —maldijo Sturm, mientras apartaba a los enanos gully para poder ver mejor; todo lo que podía divisar de la pelea que Caramon mantenía con los draconianos era las relucientes armaduras. El peso de Caramon contribuyó a que la marmita descendiese a más velocidad.

—Allá abajo lo destrozarán —murmuró Sturm—. ¡Voy tras él! —le gritó a Tanis. Lanzándose al vacío, se agarró de la cadena y se deslizó hasta la marmita.

—¡Ahora los hemos perdido a ambos! —exclamó Tanis —. Flint, ven conmigo. Riverwind, quédate aquí con Goldmoon y con Raistlin. Intenta parar esa maldita rueda. ¡No, Tas, tu no

Demasiado tarde. El kender, gritando con entusiasmo, saltó por el agujero para alcanzar la cadena y comenzó a deslizarse por ella. Tanis y Flint hicieron lo mismo. El semielfo se abrazó a la cadena justo por encima del kender. Pero el enano no pudo agarrarse y cayó, yendo a parar al fondo de la marmita, recibiendo un pisotón de Caramon.

Los draconianos sujetaban al guerrero contra una de las paredes del gran recipiente. Caramon golpeó a uno de ellos, lanzándole contra el lado opuesto. Al otro —que estaba intentando desenvainar la espada—, intentó apuñalarlo antes de que consiguiera su propósito. Pero la daga rebotó sobre la armadura de la criatura y el golpe obligó al guerrero a soltarla. El draconiano se lanzó hacia su cara, intentando arrancarle los ojos con sus garrudas manos. Con un esfuerzo abrumador, Caramon agarró al draconiano por las muñecas y consiguió alejar las garras de su rostro. Ambos continuaron luchando ferozmente en uno de los lados de la marmita.