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—¡Que los dioses te oigan! —asintió el caballero, suspirando.

Tasslehoff, encantado con la nueva experiencia de gatear por el tubo, vio, de pronto, unas sombras en el otro extremo; intentó encontrar algo donde agarrarse y consiguió detenerse.

—Raistlin —susurró el kender—. ¡Alguien sube por la tubería!

—¿Quién? —preguntó el mago comenzando a toser al respirar aquella atmósfera húmeda y fétida. Intentando recuperarse, iluminó la tubería con su bastón para ver quién se aproximaba.

Bupu echó una mirada y pegó un respingo.

—¡Son Gulps! —murmuró. Moviendo una mano de un lado a otro, chilló—: ¡Bajar! ¡Bajar!

—¡No! Ir arriba, al mecanismo. Jefes enojarse —gritó uno.

—Nosotros ir abajo. ¡A ver Gran Bulp! —dijo Bupu dándose importancia.

Al oír esto, los Gulps comenzaron a retroceder, protestando y maldiciendo.

Pero Raistlin no podía moverse. Se llevó las manos al pecho, tosiendo con una tos seca y profunda que resonaba alarmantemente en la estrechez del tubo metálico. Bupu le miró preocupada y, metiendo su pequeña mano en su bolsa, revolvió unos segundos y sacó un objeto que sostuvo bajo la luz. Lo miró, suspiró y negó con la cabeza.

—Esto no ser lo que quería —musitó.

Tasslehoff al ver un reflejo de brillantes colores se acercó a ella.

—¿Qué es eso? —preguntó, aunque conocía la respuesta. Raistlin también observaba el objeto con ojos brillantes.

Bupu se encogió de hombros.

—Piedra bonita —dijo sin interés volviendo a rebuscar en la bolsa.

—¡Una esmeralda! —exclamó Raistlin. Bupu levantó la mirada.

—¿Tú gustar?

—¡Mucho!

—Tú guardar —Bupu depositó la joya en manos del mago y, con un grito de triunfo, sacó lo que había estado buscando. Tas, acercándose a ver la nueva maravilla, se apartó asqueado. Era una lagartija muerta —absolutamente muerta. Alrededor de la cola tiesa de la lagartija había atado un cordón de cuero. Bupu se lo acercó a Raistlin.

—Llevarlo alrededor del cuello —le dijo—. Cura tos.

El mago, acostumbrado a manejar objetos mucho más repugnantes que éste, sonrió a Bupu agradeciéndoselo, pero rehusó el remedio asegurándole que se sentía mucho mejor. Ella le miró poco convencida, aunque por lo que parecía, el mago realmente se encontraba mejor; el espasmo había pasado. Encogiéndose de hombros Bupu guardó la lagartija en la bolsa. Raistlin, examinando la esmeralda con ojos de experto, miró fríamente a Tasslehoff. El kender, suspirando, se volvió y continuó gateando por el tubo. El mago deslizó la piedra en uno de los bolsillos secretos de su túnica.

De pronto la tubería se bifurcó en dos. Tas miró interrogativamente a la enana gully. Bupu, dudosa, le señaló hacia el sur. Tas tomó esa dirección, lentamente.

—Esto es muy empin... —No pudo acabar la frase pues comenzó a deslizarse hacia abajo a gran velocidad. Intentó frenar un poco pero el lodo era demasiado espeso. Al oír una maldición de Caramon resonando a lo largo del tubo, Tasslehoff comprendió que sus compañeros tenían el mismo problema. De pronto vio una luz a cierta distancia. El túnel se estaba acabando, pero, ¿adónde iría a parar? Tas tenía la sensación de caer al vacío desde una altura de quinientos pies. La luz se hizo más brillante y Tasslehoff, dando un gritito, salió despedido de la tubería.

Cuando Raistlin hizo lo propio, casi cayó encima de Bupu. El mago, mirando a su alrededor, pensó por un instante que se había precipitado en una hoguera. En la habitación flotaban unas nubes blancas, grandes y ondeantes. Comenzó a toser y a jadear, pues le costaba respirar.

—¿Qué es...? —Flint salió volando del tubo, cayendo de cabeza. Intentó distinguir algo a través de la nube—. ¿Es venenosa? —preguntó deslizándose hasta Raistlin. Este negó con la cabeza pero no pudo responderle. Bupu arrastró al mago hacia la puerta. Goldmoon salió del tubo tendida sobre su estómago, casi sin respiración. Ahora le tocaba el turno a Riverwind, que se precipitó fuera de la tubería con el cuerpo encogido para evitar golpear a Goldmoon. Segundos más tarde, salía despedido el escudo de Caramon, produciendo un ruido estruendoso. La cota de mallas del guerrero, guarnecida de puntas de hierro, y su amplia cintura, le frenaron lo suficiente para que pudiera deslizarse tranquilamente fuera de la tubería, aunque magullado y cubierto de lodo verde. El mismo aspecto ofrecía Sturm cuando consiguió alcanzar a sus compañeros. Finalmente, cuando Tanis aterrizó, todos tosían y se sentían mareados debido a la polvorienta atmósfera.

—¿Qué es esto? ¡En nombre del Abismo! —exclamó Tanis atónito. Al inhalar la blanca sustancia se atragantó—. ¡Salgamos de aquí! —graznó—. ¿Dónde está la enana gully?

Bupu apareció por la puerta. Había sacado a Raistlin de la habitación y regresaba a buscar a los demás. Salieron agradecidos y se derrumbaron en el suelo, entre las ruinas de una calle, para descansar. Tanis esperaba que no fueran sorprendidos por un ejército de draconianos. De pronto miró a su alrededor.

—¿Dónde está Tas? —preguntó alarmado, poniéndose en pie.

—Aquí estoy —respondió una voz ahogada y lastimosa. Tanis se giró bruscamente.

Tasslehoff —o al menos Tanis creyó que aquella cosa debía ser Tasslehoff— estaba ante él. El kender estaba cubierto de pies a cabeza con una espesa sustancia blanca y pastosa. Lo único que Tanis podía ver de él era un par de ojos castaños que parpadeaban tras una máscara blanca.

—¿Qué te ha ocurrido? —le preguntó el semielfo. Nunca había visto a nadie en un estado tan lamentable.

Tasslehoff no respondió, solo señaló hacia el interior de la habitación.

Tanis, temiendo que hubiese sucedido algo desastroso, corrió hacia allá y miró cautelosamente a través de la puerta destruida. La nube blanca se había despejado, dejando ver la sala. En una esquina había apilados varios sacos abultados. Dos de ellos estaban reventados y una masa blanquecina se esparcía por el suelo.

Tanis comprendió lo sucedido. Se llevó la mano al rostro para ocultar una sonrisa.

—¡Pero si es harina! —murmuró.

19

La ciudad destruida. El Gran Bulp Fudge I, el Grande.

La noche del Cataclismo había sido una noche de verdadero terror en la ciudad de Xak Tsaroth. Cuando la montaña de fuego asoló Krynn, la tierra se resquebrajó. La bella y antigua ciudad de Xak Tsaroth se derrumbó por el acantilado cayendo en una inmensa grieta. Al quedar sepultada dentro de una enorme gruta, los hombres creyeron que la ciudad había desaparecido por completo devorada por el Nuevo Mar. Varios edificios en ruinas quedaron sostenidos por las toscas paredes de la gruta, distribuidos en diferentes niveles.

El edificio al que había ido a parar el grupo —Tanis opinó que debió haber sido una panadería—, estaba en el nivel medio. Proveniente de corrientes subterráneas, un arroyuelo bañaba la calle, arremolinándose entre las ruinas.

Tanis siguió el recorrido del agua con la mirada. Fluía en medio de la resquebrajada calle de guijarros, pasando entre pequeñas tiendas y casas donde la gente había vivido e instalado sus negocios. Cuando la ciudad se derrumbó, los altos edificios alineados en la calle se habían ladeado, apoyándose unos contra otros, formando sobre el empedrado de guijarros un pasaje abovedado de losas de mármol resquebrajadas. Había trozos de puertas y vidrieras esparcidos por doquier. A excepción del rumor del agua, reinaba un silencio absoluto. Se respiraba una atmósfera rancia y pesada, y a pesar de que el aire era más cálido en aquel nivel que en el superior, todo era tan lúgubre que helaba la sangre. Nadie habló. Aprovecharon el agua para lavarse lo mejor que pudieron y luego llenaron sus cantimploras. Sturm y Caramon examinaron la zona y afortunadamente no encontraron draconianos. Tras un rato de descanso, los compañeros se pusieron en marcha.