Tanis frunció el ceño y tomó el objeto. Era una pequeña caja de madera negra de forma cilíndrica. Lentamente, sacó de ella un pequeño pergamino y lo desenrolló. Al reconocer la enérgica escritura, su corazón dio un vuelco.
—Es de Kitiara —dijo al fin sabiendo que su voz sonaba tensa y poco natural—. No vendrá.
Hubo un momento de silencio.
—¡Ya está! El círculo se ha roto —dijo Flint—. No se ha cumplido el juramento. Esto nos traerá mala suerte. —Movió la cabeza de un lado a otro y repitió—: Mala suerte.
3
El caballero de Solamnia. La fiesta del anciano.
Raistlin se incorporó, intercambiando con Caramon una mirada de comprensión y sin cruzar una sola palabra. Fue un instante extraño en el que la estrecha relación que había entre los gemelos se hizo evidente. Kitiara era su hermanastra mayor.
—Kitiara no rompería el juramento a no ser que se hubiese comprometido con alguien más fuerte que nosotros —dijo Raistlin reflexionando en voz alta.
—¿Qué dice su mensaje?—preguntó Caramon.
Tanis dudó un momento. Se pasó la lengua por los secos labios.
—Sus obligaciones para con su nuevo señor la mantienen ocupada. Envía sus disculpas, sus mejores deseos para todos nosotros y todo su cariño —Tanis tenía un nudo en la garganta. Carraspeó—. Su amor para sus hermanos y para... —Hizo una pausa y enrolló el pergamino—. Eso es todo.
—¿Su amor para quién? —preguntó Tasslehoff muy oportunamente—. ¡Ay! —Miró a Flint que le había dado un pisotón. El kender vio que Tanis enrojecía—. Va-vaya — tartamudeó sintiéndose muy estúpido.
—¿Sabéis a quién se refiere? —preguntó Tanis a los hermanos—. ¿Quién es este nuevo señor?
—Tratándose de Kitiara, ¿quién sabe?—Raistlin encogió sus estrechos hombros—. La última vez que la vimos fue aquí en la posada, hace cinco años. Se dirigía hacia el norte con Sturm. Desde entonces no sabemos nada de ella. En cuanto a su nuevo señor, te diría que ahora ya sabemos por qué rompió la promesa: ha jurado fidelidad a otro. No hay que olvidar que ella es un mercenario.
—Claro —admitió Tanis. Volvió a colocar el pergamino en la caja y miró hacia Tika—. Dijiste que esto lo había traído un extraño personaje; ¿qué quisiste decir?
—Lo trajo un hombre a última hora de la mañana. Creo que era un hombre —Tika se estremeció— iba envuelto de la cabeza a los pies con todo tipo de ropas y trapos. No le pude ver ni la cara. Su voz era sibilante y hablaba con un extraño acento. «Entregadle esto a Tanis, el semielfo», dijo. Le expliqué que hacía años que no venías por aquí. «Vendrá», dijo él. Esto es todo lo que puedo decirte. El anciano también lo vio —dijo señalando al personaje que estaba sentado frente a la chimenea—. Si quieres, puedes preguntarle.
Tanis se giró y vio a un anciano contándole cuentos a un chiquillo que con ojos somnolientos observaba el fuego. De pronto Flint le tocó el brazo.
—Ahí viene alguien que podrá contarte algo más —dijo el enano.
—¡Sturm! —exclamó Tanis volviéndose hacia la puerta.
Todos se giraron excepto Raistlin. El mago, una vez más, volvió a hundirse entre las sombras.
En la puerta había un personaje de anchas espaldas, vestía cota de mallas y llevaba en el pecho el símbolo de la Orden de la Rosa. La mayoría de las personas que había en la posada, extrañados, se volvieron a mirarlo. Era un Caballero de Solamnia, miembro de una orden originaria del norte caída en desgracia debido a su corrupción. Las pocas personas que reconocieron a Sturm —había residido durante muchos años en Solace— se encogieron de hombros y siguieron bebiendo. Los que no le reconocieron continuaron mirando. En tiempos de paz era muy extraño ver entrar en la posada a un caballero ataviado con una cota de mallas, que como mínimo era de antes del Cataclismo.
Sturm interpretó las miradas como si fuesen debidas a su rango y se atusó los grandes y espesos bigotes que eran el símbolo más antiguo de los Caballeros, por lo que reforzaban el aspecto obsoleto que ya le daba la armadura. Vestía los atavíos de los Caballeros de Solamnia con un orgullo ostensible respaldado por su destreza con las armas. Al ver los ojos fríos y serenos del caballero, ninguno de los que lo observaban fijamente osó reírse o hacer un comentario despectivo.
El caballero sostuvo la puerta para que pasaran un hombre alto y una mujer envuelta en pesadas pieles. La mujer debió dirigirle a Sturm unas palabras de agradecimiento, pues él se inclinó cortésmente e hizo una reverencia totalmente anticuada y nada usual para las costumbres del momento.
—Mirad eso —Caramon movió la cabeza con admiración—. El caballero galante ayuda a la hermosa dama. ¿De dónde los habrá sacado?
—Son bárbaros de las Llanuras —dijo Tasslehoff poniéndose en pie sobre la silla y agitando los brazos para saludar a su amigo—. Van vestidos como los de la tribu de Que-shu.
Evidentemente, el hombre y la mujer de las Llanuras declinaron cualquier oferta que Sturm pudiera haberles hecho, pues el caballero saludó de nuevo y los dejó. Atravesó la posada con el porte noble y orgulloso que hubiese utilizado al atravesar una sala para ser ordenado caballero.
Tanis se puso en pie. Sturm se dirigió hacia él y le estrechó fuertemente en sus brazos. Fue un abrazo cálido y afectuoso. Se separaron y retrocedieron unos pasos para observarse mutuamente durante unos segundos.
Sturm no ha cambiado, pensó Tanis, aunque alrededor de sus ojos tristes haya arrugas y su cabello castaño tenga algunas canas. Su capa está más raída y la vieja armadura un poco más abollada. Pero los gruesos bigotes del caballero —de los cuales se sentía satisfecho y orgulloso— eran tan largos y gallardos como siempre, su escudo tenía el mismo brillo y sus ojos marrones conservaban su calidez.
—Te has dejado barba —le dijo alegremente Sturm.
El caballero se volvió para saludar a Caramon y a Flint. Tasslehoff corrió en busca de más cerveza, pues Tika les había dejado para atender a los nuevos clientes que seguían llegando a la posada.
—Saludos, Caballero —le susurró Raistlin desde su rincón.
Sturm lo saludó sin entusiasmo.
—Hola, Raistlin.
El mago se sacó la capucha dejando que la luz iluminara su rostro. Sturm era demasiado bien educado para permitirse cualquier exclamación o expresión de sorpresa, pero sus ojos se abrieron de par en par. Tanis notó que el joven mago observaba con cínico placer el desconcierto de su amigo.
—¿Quieres que te traiga algo, Raistlin? —preguntó Tanis.
—No, gracias.
—Casi no come nada —dijo Caramon con preocupación—. Parece que viva del aire.
—Algunas plantas viven del aire —declaró Tasslehoff regresando con la cerveza de Sturm—. Las he visto, viven suspendidas en el aire y sus raíces chupan agua y comida de la atmósfera.
—¿De verdad?
—No sé quién de los dos es más idiota —dijo Flint hastiado—.
Bueno, ya estamos todos aquí. ¿Qué noticias hay?
—¿Todos? —Sturm miró a Tanis interrogativamente—. ¿Y Kitiara?
—No vendrá —respondió Tanis escuetamente—. Creíamos que quizás tú podrías decirnos algo.
—No. —El caballero frunció el entrecejo—. Viajamos juntos hacia el norte y nos separamos poco después de cruzar el mar de los Estrechos, en la Antigua Solamnia. Dijo que iba a buscar a unos parientes de su padre. Esa fue la última vez que la vi. .
—Bien, supongo que eso es todo —suspiró Tanis —. ¿Qué pasó con tu familia, Sturm? ¿Encontraste a tu padre?
Sturm comenzó el relato de sus viajes por la ancestral tierra de Solamnia, pero Tanis no le prestó mucha atención. Pensaba en Kitiara. Había deseado tanto volverla a ver, mucho más que al resto de sus amigos. Después de pasarse cinco años intentando borrar de su mente aquellos ojos oscuros y aquella sonrisa sinuosa, había descubierto que su amor por ella era cada día más intenso. Salvaje, impetuosa, apasionada, Kitiara era todo lo que Tanis no era. Además, ella era humana y el amor entre humanos y elfos siempre acababa en tragedia. No obstante, Tanis no podía eliminar a Kitiara de su corazón ni renegar de la sangre humana que él mismo llevaba en su ser. Apartando esos recuerdos de su mente comenzó a prestarle atención a Sturm.