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—Nada, gracias —contestó en voz baja con un extraño acento.

—¿Está permitido sentarse aquí y descansar? Debo encontrarme con alguien.

—Claro que os podéis quedar. ¿No os apetecería una jarra de cerveza mientras esperáis? —Tika le sonrió.

El hombre alzó la mirada y ella vio que unos ojos marrones y relucientes la observaban desde el fondo de la capucha.

—Muy bien. Tráeme cerveza.

Tika se dirigió hacia la barra. Mientras estaba sirviendo la cerveza oyó unos ruidos extraños en la cocina. Llevó rápidamente la bebida al extraño personaje encapuchado de ojos castaños y se encaminó hacia allá. En un ángulo de la estancia, procurando mantenerse en silencio, se hallaban siete personajes, que habían accedido por el hueco que había en la parte trasera de la cocina. Tika vio a cuatro hombres, una mujer, un enano y un kender. Los hombres llevaban las ropas y las botas manchadas de barro. Uno era excepcionalmente alto y otro tremendamente corpulento. La mujer iba ataviada con una capa de pieles y se sostenía en el brazo del hombre alto.

Parecían cansados y abatidos, y uno de ellos tosía con frecuencia y se apoyaba pesadamente sobre un raro bastón.

A Tika de poco se le cayó la bandeja que llevaba en las manos, ahogó un grito a punto de salir de su garganta, y procuró recuperar el control de sí misma. ¡No debo traicionarlos! —pensó para sí.

Uno de los recién llegados estuvo a punto de hablar a Tika, pero ésta, mirándolo fijamente, frunció el ceño y negó con la cabeza. Sus ojos se desviaron hacia los draconianos que se hallaban sentados en el centro de la sala contigua. Estaban bebiendo sin parar. Frente a cada uno de ellos había ya varias jarras vacías.

Tika dio gracias al cielo de que aquella noche Otik se hubiera retirado temprano a descansar.

—Itrum, ocúpate de las mesas —ordenó a su ayudante señalando a los goblins y a los draconianos—. Después de comprobar que éstos estaban entretenidos bebiendo y charlando, se dirigió rápidamente hacia la cocina. Tika rodeó con sus brazos al hombre corpulento, y le dio un beso que le hizo enrojecer.

—Oh, Caramon —le susurró —. ¡Sabía que regresarías a buscarme! ¡Llévame contigo! ¡Te lo ruego, por lo que más quieras!

—Bueno, bueno —dijo Caramon dándole con torpeza unos golpecillos en la espalda y mirando a Tanis suplicante. El semielfo, observando a los draconianos por el quicio de la puerta que daba a la sala principal de la posada, intervino con rapidez.

—Tika, cálmate. Pueden oírnos.

—Tienes razón. —Inmediatamente Tika se serenó, se alisó el delantal y ofreció a los recién llegados que se sentaran en una desvencijada mesa que había en la cocina. Presurosa, les sirvió una bandeja de patatas, cerveza y agua caliente para el hombre que tosía.

—Cuéntanos lo que ha ocurrido en Solace Tika —dijo con voz ahogada.

Tika les explicó en pocas palabras lo sucedido mientras iba llenando los platos; a Caramon le sirvió doble ración. Los compañeros la escucharon en silencio.

—Desde entonces —concluyó Tika—, cada semana, las caravanas de esclavos se dirigen a Pax Tharkas, aunque ahora salen con menos frecuencia pues ya se han llevado a casi todo el mundo. Sólo han dejado a unos pocos, a los que necesitan, como a Theros Ironfield. Temo por él. Anoche me juró que no trabajaría más para ellos. Todo empezó con ese grupo de elfos capturados...

—¿Elfos? ¿Qué hacía un grupo de elfos en esta zona? —le preguntó Tanis hablando demasiado alto a causa de la sorpresa.

Los compañeros le hicieron gestos para que hablara en voz más baja y no pudiera ser oído por los draconianos. Entonces siguió preguntándole a Tika sobre los elfos. En ese momento, uno de los draconianos gritó pidiendo una cerveza.

Tika suspiró.

—Será mejor que me vaya —dijo depositando la sartén sobre la mesa—. Podéis acabároslo todo.

Los compañeros comieron sin mucho apetito; las patatas sabían a ceniza. Raistlin preparó su extraño brebaje de hierbas y se lo bebió. Su tos mejoró casi instantáneamente. Caramon, mientras comía, pensaba en Tika con inquietud. Aún podía sentir la sensación que le había producido el beso que la muchacha le había dado. Se preguntó si las historias que había oído acerca de Tika serían ciertas. Ese pensamiento lo entristeció y le produjo rabia.

Uno de los draconianos elevó el tono de su voz.

—Puede que no seamos hombres como los que tú frecuentas, querida —dijo con voz de borracho, rodeándola por la cintura con su brazo escamoso—, pero eso no quiere decir que no sepamos encontrar la manera de hacerte feliz.

Caramon gruñó en su interior. Sturm, que también lo había oído, miró con furia hacia la puerta que daba a la sala de la posada, de donde provenía la voz del draconiano, y se llevó la mano a la espada. Sujetando el brazo del caballero, Tanis dijo rápidamente en un susurro:

—Vosotros dos, ¡deteneos! ¡Estamos en una ciudad ocupada! Tened mucho cuidado. ¡No es momento para caballerosidades! Tika puede cuidar de sí misma.

En efecto, Tika se había escapado diestramente, y con aplomo, del brazo del draconiano y caminó hacia la cocina con expresión enojada.

—¿Y ahora qué hacemos? —gruñó Flint—. Hemos regresado a Solace en busca de provisiones y lo único que encontramos son draconianos. Mi casa es poco más que una carbonilla. Tanis se ha quedado sin hogar. Todo lo que tenemos son unos discos de platino de una antigua diosa y un mago enfermo con un nuevo libro de encantamientos —el enano hizo caso omiso de la furiosa mirada que Raistlin le lanzó—. No podemos comernos los Discos y el mago aún no ha aprendido a conjurar comida, por tanto, incluso aunque supiésemos adónde ir, nos moriríamos de hambre antes de llegar.

—¿Aún creéis que debemos ir a Raven? —preguntó Goldmoon mirando a Tanis —. ¿Qué sucederá si allí ha ocurrido lo mismo que aquí? ¿Cómo enterarnos si el Consejo de Sumos Buscadores sigue existiendo?

—No conozco las respuestas.

Tanis se frotó los ojos con la mano.

—Creo que deberíamos intentar llegar a Qualinesti.

Tasslehoff, aburrido por la conversación, bostezó y se recostó en la silla. A él no le importaba adónde se dirigieran. Tras examinar con gran interés la incendiada cocina, Tas se levantó para observar quién había en la sala de la posada. Imprudentemente se asomó por la puerta y vio cómo Tika volvía a dejar un plato de comida y más bebida frente a los draconianos, evitando, de nuevo, habilidosamente sus garrudas manos, y, de pronto, se dio cuenta de que un hombre encapuchado lo había descubierto. Al mismo tiempo, el tono de la conversación de los compañeros iba elevándose por momentos. La voz de Tanis aumentó de volumen y la palabra «Qualinesti» sonó otra vez. Tas vio cómo el forastero depositaba bruscamente su jarra de cerveza sobre la mesa, se levantaba y comenzaba a caminar hacia él y hacia las voces que, también imprudentemente, salían de la cocina. El kender, asustado, alertó a los demás:

—Tanis, me parece que vamos a tener visita.

En el preciso momento en que el forastero pasaba ante la mesa de los draconianos, uno de ellos alargó su garrudo pie. El encapuchado tropezó, cayendo de cabeza contra una mesa vecina. Las criaturas soltaron unas sonoras carcajadas. Un draconiano pudo entrever el rostro del extraño.

—¡Un elfo! —siseó el draconiano, sacándole la capucha para descubrir los ojos almendrados, las puntiagudas orejas y los masculinos pero delicados rasgos de un elfo.

—Dejadme pasar —dijo el elfo, retrocediendo con las manos en alto.

—Elfo, tendrás que presentarte ante Fewmaster Toede —gruñó el draconiano. Pegando un salto y agarrando al extraño por el cuello de la capa, la criatura lo empujó contra la barra. Los otros draconianos reían ruidosamente.

Tika, que al oír el alboroto había salido precipitadamente de la cocina con una sartén en la mano, se paró ante los draconianos.

—Deteneos! —gritó agarrando a uno de ellos por la muñeca—. Dejadlo en paz. Es un cliente que paga como vosotros.