Dirigió su mirada a Gilthanas, quien se encontraba acurrucado en un rincón. Durante la noche el elfo no había hablado con nadie, se había disculpado, alegando que le dolía la cabeza y se sentía fatigado. Pero Tanis, que se había mantenido en guardia durante toda la noche, se había percatado de que Gilthanas no había pegado ojo, ni siquiera había fingido dormir. Mordiéndose el labio superior, se había pasado la noche con la mirada perdida en la oscuridad. La imagen le recordó a Tanis que tenía, si decidía recuperarlo, otro lugar al que podía llamar hogar: Qualinesti.
«No, pensó Tanis apoyándose en los barrotes, Qualinesti nunca será mi hogar. Es sólo un lugar en el que he vivido...»
Fewmaster Toede apareció entre la niebla, frotándose sus rechonchas manos y sonriendo satisfecho, tras contemplar con orgullo la caravana de esclavos; probablemente le ascenderían. Esta última era una buena «cosecha», considerando que en aquella asolada ciudad, la recolección ya estaba hecha. Lord Verminaard estaría contento con este último lote. Especialmente con aquel corpulento guerrero —un excelente espécimen que seguramente podría realizar en las minas el trabajo de tres hombres—. El bárbaro alto también era un buen ejemplar. En cambio, al caballero, probablemente, habría que matarlo; los solámnicos no solían cooperar. A Lord Verminaard le encantarían también las mujeres —muy diferentes, pero muy bellas las dos—. Al propio Toede siempre le había atraído la camarera pelirroja; sus ojos eran seductores, y su escotada blusa blanca revelaba lo suficiente de su piel —ligeramente pecosa— para despertar en él curiosidad por lo que habría debajo.
Las ensoñaciones de Toede fueron bruscamente interrumpidas por el sonido del batir de las espadas y unos gritos roncos que flotaban en la niebla. Los gritos fueron aumentando de volumen. Al poco rato, todas las personas que integraban la caravana estaban despiertas y oteando a través de la niebla para intentar ver algo.
El gran goblin lanzó una inquieta mirada a los prisioneros y deseó haber conservado a su lado unos cuantos guardias más. Los goblins, viendo que los prisioneros se desperezaban, se pusieron en pie y los apuntaron con sus arcos y flechas.
—¿Qué sucede? —refunfuñó Toede en voz alta—. ¿Es que esos imbéciles no pueden hacer prisioneros sin organizar todo este barullo?
De repente, por encima de los gritos se oyó un bramido. Era el aullido de agonía y de dolor de un hombre, pero la rabia que se desprendía de él superaba a todo lo demás.
Gilthanas se levantó con la tez pálida.
—Conozco esa voz. Es Theros Ironfield. Me lo temía. Desde el incendio de la ciudad ha estado ayudando a escapar a las gentes que habitaban en Solace, a los enanos, a los kenders, a los elfos... Ese Lord Verminaard ha jurado exterminar a todos los elfos —Gilthanas observó la reacción de Tanis.
—¿O no lo sabías?
—¡No!, claro que no lo sabía. No tenía ni idea. ¿Cómo iba a saberlo?
Gilthanas se calló, examinando a Tanis durante un largo instante.
—Perdóname. Creo que te he juzgado mal. Pensé que quizás ésa era la razón por la que te habías dejado crecer la barba.
—¡Nunca! —Tanis saltó hacia delante—. ¿Cómo te atreves a acusarme...?
—Tanis —le avisó Sturm.
El semielfo se volvió y vio que los guardias goblins avanzaban en dirección a la jaula, apuntándole al corazón con sus flechas. Con las manos en alto, retrocedió hacia su lugar en el preciso momento en que un grupo de goblins aparecía arrastrando a un hombre alto y corpulento.
—Me enteré que Theros había sido traicionado —dijo en voz baja Gilthanas—. Regresé para advertírselo. Si no hubiese sido por él, nunca hubiese conseguido escapar vivo de Solace. Anoche habíamos quedado en encontramos en la Posada. Cuando vi que no venía, temí que...
Fewmaster Toede abrió la puerta de la jaula en la que estaban los compañeros, chillándoles a los goblins para que se apresuraran a meter dentro al prisionero. Algunos apuntaron con sus armas a los cautivos, mientras otros arrojaban a Theros al interior de la misma.
Toede cerró la puerta de golpe.
—¡Ya está! —chilló—. Enganchad a las bestias , nos vamos. .
Escuadrones de goblins llevaron inmensos alces a la plaza y comenzaron a engancharlos a las carretas. Tanis sólo oía, como ruido de fondo, el alboroto y los chillidos de los goblins, pues por el momento su atención estaba centrada en el herrero.
Theros Ironfield yacía inconsciente en el suelo de la jaula, que estaba cubierto de paja. En el lugar donde debería haber estado su fuerte brazo derecho, sólo había un muñón. Le habían cercenado el brazo por debajo del hombro, con un arma afiladísima. De la horrible herida no dejaba de manar sangre, derramándose sobre el suelo de la jaula.
—¡Qué esto les sirva de lección a aquellos que ayudan a los elfos! — gritó Fewmaster.
—¡Nunca volverá a forjar nada... a menos que se forje un brazo nuevo! Yo... ¡eh! —Un alce inmenso casi lo arrolla, obligándolo a ponerse a salvo.
Toede se volvió hacia la criatura que guiaba el alce.
—¡Sestun, eres un asno! —exclamó dándole un empujón y derribándolo.
Tasslehoff contempló a la criatura, creyendo que era un goblin muy pequeño. A los pocos segundos se dio cuenta de que se trataba de un enano gully vestido con una armadura de goblin. El enano se levantó, enderezó su ladeado casco y se quedó mirando a Fewmaster, quien andaba torpemente hacia el principio de la caravana. Frunciendo el ceño, el gully comenzó a patear barro en esa dirección. Aparentemente, esto lo tranquilizó, pues a los pocos segundos volvía a azuzar al alce para situarlo en su lugar.
—Mi leal amigo —murmuró Gilthanas arrodillándose junto a Theros y tomando la mano fuerte y negra del herrero entre las suyas —. Has pagado la lealtad con tu vida.
Theros lo miró con los ojos en blanco, sin oírle. Gilthanas intentaba detener la hemorragia, pero la sangre seguía fluyendo por el suelo de la carreta. La vida del herrero se estaba evaporando ante sus ojos.
—No —dijo Goldmoon arrodillándose junto a Theros—. No tiene por qué morir. Tengo el poder de la curación.
—Señora —le replicó Gilthanas con impaciencia—, no existe nadie en Krynn capaz de ayudar a este hombre . Ha perdido mucha sangre. Sus pulsaciones son tan débiles que casi no puedo sentirlas. Lo mejor que podemos hacer es dejarlo morir en paz, sin molestarlo con uno de esos rituales bárbaros.
Goldmoon no hizo caso de sus palabras y posó su mano sobre la frente de Theros, cerrando los ojos.
—Mishakal, amada diosa de la curación, bendice a este hombre. Si su destino no se ha cumplido, sánalo, que viva para poder servir a la causa de la verdad.
Gilthanas protestó una vez más, e intentó apartarla del herido, pero de pronto se detuvo, mirando atónito lo que sucedía. La sangre había dejado de manar y la carne comenzaba a cerrarse sobre la herida. La piel ennegrecida del herrero recuperó su color, su respiración se hizo constante y tranquila; Theros se sumió en un sueño saludable y relajado. Los prisioneros de las jaulas vecinas comenzaron a murmurar de admiración. Tanis miró a su alrededor, temeroso de que los goblins o los draconianos se hubiesen percatado, pero éstos, aparentemente, se hallaban todos enfrascados en la tarea de enganchar a los ariscos alces en los carromatos. Gilthanas se dejó caer de nuevo en su rincón, mirando a Goldmoon con expresión pensativa.
—Tasslehoff, reúne un montón de paja —ordenó Tanis —. Caramon y Sturm, ayudadme a trasladarlo a este rincón.
—Toma —Sturm le ofreció su capa—. Ponle esto para que no pase frío.
Goldmoon se aseguró de que Theros estuviese cómodo y luego regresó a su lugar junto a Riverwind. Su rostro irradiaba tanta paz y serenidad, que parecía como si las criaturas que se hallaban fuera de la jaula fuesen los verdaderos prisioneros.