Gilthanas no había sido tan delicado. Él y Tanis habían intercambiado amargas palabras sobre su relación con Laurana. Muchos años después, aún no había olvidado el veneno de aquellas palabras, e incluso ahora, se preguntaba si, realmente, las había perdonado u olvidado. Por lo visto Gilthanas no lo había conseguido.
El viaje fue muy largo para ambos. Tanis intentó conversar con él en varias ocasiones, pero finalmente comprendió que Gilthanas había cambiado. El joven elfo siempre había sido abierto, honesto, divertido y alegre. Nunca había sentido envidia de su hermano mayor, ni de sus responsabilidades inherentes a la herencia del trono. Gilthanas era un erudito, un aficionado a las artes mágicas, aunque nunca se las había tomado tan en serio como Raistlin. Era un excelente guerrero, a pesar de que, como a todos los elfos, le desagradaba luchar. Además, estaba totalmente dedicado a su familia, especialmente a su hermana. Pero ahora, en cambio, estaba triste y silencioso, un estado de ánimo poco común en un elfo. En el único momento en que demostró algún interés fue cuando Caramon comenzó a planear una huida. Gilthanas le dijo secamente que lo olvidara, que lo echaría todo a perder. Cuando le pidieron que se explicara, el elfo guardó silencio, murmurando únicamente algo sobre «circunstancias poderosas».
Al amanecer del tercer día, el ejército de draconianos estaba exhausto por la larga marcha de la noche y anhelaban descansar. Los compañeros habían pasado otra noche en vela. De pronto los carromatos se detuvieron de golpe. Tanis alzó la mirada, asombrado por el cambio en la rutina habitual. Los demás prisioneros se levantaron y miraron a través de los barrotes. Vieron a un anciano, vestido con largas túnicas, que en su día debían haber sido de color blanco, y con un arrugado sombrero de forma puntiaguda. Parecía que estaba hablando con un árbol.
—¿Es qué no me has oído? —El anciano golpeaba el roble con un viejo y gastado bastón—. ¡Te he dicho que te muevas, e insisto! ¡Yo estaba tranquilamente sentado sobre esa roca —dijo señalando un guijarro—, disfrutando del sol naciente que calentaba mis viejos huesos, cuando tuviste la desfachatez de proyectar tu sombra para enfriarme! ¡Te digo que te muevas!
El árbol no respondió, ni se movió...
—¡No aguantaré ni una insolencia más! —El anciano siguió golpeando el árbol con su bastón—. Muévete o te... Te tronch...
—¡Que alguien encierre a ese loco en una jaula! —gritó Fewmaster Toede.
—¡Sacadme las manos de encima! —espetó el anciano al draconiano que intentaba prenderlo. Lo golpeó débilmente con su bastón hasta que se lo quitaron—. ¡Arresten al árbol! —insistió—. ¡Obstrucción de la luz del sol! ¡Ese es su delito!
Los draconianos arrojaron al anciano en la jaula en la que se hallaban los compañeros. Tropezando con sus túnicas, cayó al suelo.
—¿Te encuentras bien, anciano? —preguntó Riverwind mientras lo ayudaba a sentarse.
Goldmoon se acercó a él.
—Anciano, ¿estás herido? Soy sacerdotisa de...
—¡Mishakal! —dijo él, observando el amuleto que Goldmoon llevaba alrededor del cuello—. Qué interesante. ¡Caramba! —exclamó mirándola sorprendido—. ¡No aparentas tener trescientos años!
Goldmoon parpadeó, sin saber cómo reaccionar.
—¿Cómo lo supiste? ¿Acaso reconociste...? Yo no tengo trescientos...
—Claro que no los tienes. Lo siento, querida. —El anciano le dio unos golpecillos en la mano—. Nunca hay que revelar en público la edad de las damas. Discúlpame, no volverá a suceder. Será nuestro pequeño secreto. Tas y Tika comenzaron a reírse. —El anciano miró a su alrededor—. Muy amable por vuestra parte el deteneros y ofreceros a llevarme. El camino a Qualinost es largo.
—No nos dirigimos a Qualinost —dijo Gilthanas con acritud—. Somos prisioneros, nos llevan a las minas de esclavos de Pax Tharkas.
—¡Oh! —el anciano miró vagamente a su alrededor—. Entonces tiene que haber otro grupo que pase por aquí. Hubiera jurado que era éste.
—¿Cuál es tu nombre, anciano? —le preguntó Tika.
—¿Mi nombre? —El hombre frunció el ceño, dubitativo—. ¿Fizban? Sí, eso es. Fizban.
—¡Fizban! —repitió Tasslehoff mientras el carromato se ponía en marcha una vez más—¡Ese no es un nombre!
—¿No? ¡Qué desastre! Me sentía bastante orgulloso de él.
—Yo creo que es un nombre espléndido —dijo Tika mirando a Tas fijamente. El kender se acurrucó en un rincón sin dejar de observar las bolsas que colgaban del hombro del anciano.
De pronto Raistlin comenzó a toser, llamando la atención de todos. Sus espasmos habían ido empeorando progresivamente. Estaba exhausto y tenía muchos dolores; su piel quemaba al tacto. Algo estaba abrasando al mago por dentro, y Goldmoon no podía curarlo. Caramon se arrodilló junto a él, limpiándole la sangrienta saliva que se escurría entre sus labios.
—¡Debería tomar esa pócima suya! —Caramon los miró angustiado—. ¡Nunca lo había visto tan mal! Si no atienden a razones... —el guerrero frunció el ceño— ¡les partiré la cabeza! ¡No me importa cuántos sean!
—Les hablaremos cuando nos detengamos por la noche —le prometió Tanis, a pesar de que ya se imaginaba la respuesta de Fewmaster.
—Perdonad —dijo el anciano—. ¿Me permitís? —Fizban se sentó junto a Raistlin. Posó su mano sobre la frente del mago y lentamente, dijo unas palabras. Caramon, que se hallaba a su lado, oyó «Fistandan...» y «no es el momento...». Desde luego no era una plegaria de curación como las que había probado Goldmoon, pero su hermano respondía a ella de manera sorprendente. Los ojos de Raistlin se abrieron de par en par y agarrando al anciano por la muñeca, lo miró con expresión de auténtico terror. Por un instante, les pareció que Raistlin conocía al anciano. Este pasó sus manos por los ojos del mago, y la mirada de terror se trocó en una expresión de perplejidad.
—Hola —Fizban le sonrió alegremente—. Mi nombre es... um... Fizban, —le dirigió a Tasslehoff una adusta mirada, desafiándolo a reírse.
—¿Eres un... mago? —susurró Raistlin. Su tos había cesado.
—¿Por qué me lo preguntas? Sí, supongo que lo soy.
—¡Yo sí soy mago! —dijo Raistlin haciendo un esfuerzo por incorporarse.
—¡No me digas! —Fizban parecía divertirse inmensamente—. ¡Qué pequeño es Krynn! Tendré que enseñarte algunos de mis hechizos. Conozco uno... uno de una bola de fuego... veamos, ¿cómo se hacía?
El anciano continuó divagando durante muchas horas. La caravana siguió su marcha a lo largo de todo aquel día y su noche correspondiente. Los prisioneros comían mendrugos de pan y alguno, demasiado hambriento para soportar el inacabable ayuno, engullía pequeños trozos de carne pestilente. Al amanecer del cuarto día la caravana se detuvo.
4
¡Rescatados! La magia de Fizban.
Todos sufrían intensamente el cautiverio, pero el que más lo acusaba era Tasslehoff.
La forma de tortura más cruel que uno pueda infligir a un kender es encerrarlo. Aunque también es verdad que el suplicio más cruel que uno pueda infligir a un ser de cualquier otra especie es encerrarlo con un kender. Después de tres días de parloteo incesante, de travesuras y bromas, los compañeros casi hubieran preferido una hora de tortura a cambio de liberarse del incansable Tasslehoff —al menos eso es lo que Flint decía. Al final, después de que, incluso, Goldmoon perdiera los estribos, Tanis envió a Tasslehoff al fondo de la carreta. Con las piernas colgando fuera y creyendo que iba a morir de desdicha, el kender apoyó su cara contra los barrotes. Nunca en toda su vida, se había sentido tan desgraciado.