—Me voy a la cama.
Uno por uno fueron retirándose hasta que sólo quedaron Tanis, Caramon y Sturm. Sintiéndose cansado, Tanis se volvió hacia ellos. Presentía lo que le iban a decir. El rostro de Caramon estaba encendido y el guerrero no levantaba la mirada del suelo. Sturm se atusaba los bigotes y contemplaba pensativo a Tanis.
—¿Y bien? —preguntó Tanis.
—Gilthanas —respondió Sturm.
Tanis frunció el ceño y se rascó la barba.
—Eso es asunto mío, no vuestro.
—Tanis, si va a guiarnos a Pax Tharkas, sí que es asunto nuestro —insistió Sturm—. No deseamos entrometernos, pero es evidente que entre vosotros dos hay algo pendiente. Me he fijado cómo te mira, y yo en tu lugar no iría a ninguna parte sin un amigo que me cubriese las espaldas.
Caramon miró seriamente a Tanis, con la frente arrugada.
—Sé que es un elfo, pero como dice Sturm, de tanto en tanto brilla en sus ojos una extraña mirada. ¿No podrías guiarnos tú al Sla-Mori? ¿No podríamos ir sin él? Ni Sturm, ni Raistlin, ni yo, confiamos en él.
—Escucha Tanis —dijo Sturm al ver que el rostro del semielfo enrojecía de rabia.
—Si Gilthanas hubiese corrido peligro en Solace, tal como dijo, ¿por qué entonces se hallaba tranquilamente sentado en la posada? ¡Y esa historia sobre sus guerreros topando casualmente con todo un ejército! No, Tanis... no lo niegues tan rápido. Puede que no sea un farsante y que estemos equivocados, pero ¿qué ocurrirá si Lord Verminaard tiene algún tipo de influjo sobre él? Tal vez el Señor del Dragón le prometió que respetaría a su gente si a cambio... ¡nos traicionaba! Tal vez por esto estaba en Solace, esperándonos...
—¡Eso es ridículo! ¿Cómo podía saber que íbamos a llegar?
—Tal vez nosotros éramos los únicos que pensábamos que nuestro viaje de Xak Tsaroth a Solace era un gran secreto —respondió Sturm con frialdad—. Cierto que no encontramos draconianos por el camino, pero a lo mejor éramos espiados, porque los que lograron escapar de Xak Tsaroth le comunicarían nuestras peripecias a Lord Verminaard y éste debió sospechar que estábamos interesados en los Discos.
—¡No! ¡No puedo creerlo! —exclamó Tanis furioso, mirando a Sturm y Caramon—. ¡Estáis equivocados! ¡Apostaría mi vida por ello! ¡Crecí con Gilthanas, lo conozco bien! Es cierto que entre nosotros dos hay algo pendiente, pero hemos hablado de ello y el asunto está zanjado. Creeré que ha traicionado a su gente el mismo día que crea que tú o Caramon sois unos traidores. Además, no conozco el camino a Pax Tharkas, nunca he estado allí y una cosa más —gritó Tanis furioso—, ¡si hay alguien en quien no confío, es en ese hermano tuyo y en ese anciano! —dijo mirando acusadoramente a Caramon.
El corpulento guerrero palideció y bajó los ojos. Cuando se disponía a marcharse, Tanis reaccionó, comprendiendo de pronto lo que había dicho.
—Lo siento, Caramon. No quería decir una cosa así. Raistlin ha salvado nuestras vidas en más de una ocasión durante este viaje. Pero... ¡es que no puedo creer que Gilthanas sea un traidor!
—Lo sabemos, Tanis —dijo Sturm bajando la voz.
—Y confiamos en tu opinión. Pero... como mi gente dice, la noche es demasiado oscura para caminar con los ojos cerrados.
Tanis suspiró y asintió. Comenzaron a andar en silencio en dirección a la Sala del Cielo. Aún podía oírse al Orador arengando a sus guerreros.
—¿Qué quiere decir Sla-Mori? —preguntó Caramon.
—Ruta Secreta —respondió Tanis.
Tanis despertó sobresaltado y se llevó la mano a la daga. Una forma oscura se inclinaba sobre él, ocultándole las estrellas. Reaccionando con rapidez, agarró a la persona, que cayó sobre él, lo que no le impidió ponerle la daga al cuello. Cuando el acero relució bajo la luz de las estrellas, se oyó un pequeño grito:
—¡Tanthalas!
—¡Laurana, eres tú! —exclamó Tanis atónito.
El cuerpo de la mujer estaba tendido sobre el suyo. Tanis podía sentir como temblaba y, ahora que estaba completamente despierto, podía ver su larga cabellera cubriéndole los hombros. Sólo llevaba un ligero camisón pues su capa había caído al suelo en el pequeño forcejeo.
Actuando impulsivamente, Laurana se había levantado de la cama y, cubriéndose con una capa para protegerse del frío, había escapado de sus habitaciones. Ahora estaba demasiado asustada para moverse. No había previsto la rápida reacción de Tanis. De pronto comprendió que si ella hubiese sido un enemigo, en estos momentos estaría muerta, con la garganta atravesada por una daga.
—Laurana... —repitió Tanis guardando con mano temblorosa la daga en el cinturón. Apartando a la muchacha a un lado, se incorporó, enojado consigo mismo por haberla asustado y enfadado con ella por haber despertado en él algo muy profundo. Por un instante, cuando ella había estado encima suyo, había sentido el perfume de su cabello, el calor que emanaba de su esbelto cuerpo y la suavidad de sus pequeños pechos. Cuando Tanis había abandonado Qualinesti, Laurana era una niña. Al regresar, se había encontrado con una mujer... una mujer bella y atractiva.
—¡En nombre de los Abismos! ¿Qué estás haciendo a estas horas de la noche?
—Tanthalas, he venido a pedirte que cambies de opinión. Deja que tus amigos vayan a Pax Tharkas a liberar a los humanos. ¡Tú debes venir con nosotros! No eches tu vida a perder. Mi padre está desesperado; no tiene mucha confianza en que el plan funcione... sé que no la tiene. ¡Pero no puede hacer otra cosa! Ya llora por Gilthanas como si hubiese muerto. Voy a perder a mi hermano... ¡No puedo perderte a ti también!
Comenzó a sollozar y Tanis miró a su alrededor inquieto. Seguramente habría guardias elfos vigilando. Si lo sorprendían en una situación tan comprometedora...
—Laurana, ya no eres una niña. Tienes que crecer y debes hacerlo rápido. ¡No permitiría que mis amigos corrieran peligro sin estar yo presente! Sé perfectamente el riesgo que corremos; ¡no estoy ciego! Llega un momento, Laurana, en que uno tiene que arriesgar su vida por algo en lo que cree firmemente... algo que vale más que la propia vida. ¿Comprendes?
Ella levantó la mirada. Dejó de sollozar y de temblar y le miró intensamente.
—¿Comprendes, Laurana?
—Sí, Tanthalas, comprendo.
—¡Bien! Ahora vuelve a la cama. Rápido. Me estás poniendo en un compromiso, si Gilthanas nos sorprendiera así...
Laurana se puso en pie y salió rápidamente de la arboleda, deslizándose entre las calles como el viento entre los álamos. Escabullirse de los guardias para regresar a la residencia de su padre fue fácil; ella y Gilthanas habían estado haciéndolo desde niños. Regresó silenciosamente a su cuarto y se quedó escuchando tras la puerta de la habitación de sus padres durante unos segundos. Dentro había luz. Pudo oír un crujido de papeles y percibir un olor acre. Su padre estaba quemando documentos. Oyó a su madre, llamando a su padre para que se acostara. Laurana cerró los ojos un segundo, sintiendo una punzada de aflicción, luego apretó los labios, como si hubiese tomado una decisión, y echó a correr por el oscuro corredor en dirección a su habitación.
8
Dudas. ¡Emboscada! Un nuevo amigo
Poco antes del amanecer los elfos despertaron al grupo. En el norte se divisaban nubes bajas de tormenta, alargadas como dedos que quisieran apoderarse de Qualinesti. Gilthanas llegó después del desayuno, vestido con una túnica azul y cota de mallas.
—Dispondremos de provisiones —dijo señalando a unos guerreros que se acercaban con unas bolsas.
—Si lo necesitáis, también podemos suministraros armas.
—Tika necesita una cota de mallas, un escudo y una espada —dijo Caramon.
—Le facilitaremos lo que podamos, aunque dudo que dispongamos de una cota de mallas tan pequeña.
—¿Cómo se encuentra Theros Ironfield? —preguntó Goldmoon.
—Está descansando apaciblemente, sacerdotisa de Mishakal—dijo Gilthanas bajando respetuosamente la cabeza para saludar a Goldmoon.