—Todos los extraños deben ser llevados ante el Señor del Dragón para ser interrogados —gritó uno.
—Os recomendamos que nos acompañéis sin oponer resistencia.
—Se supone que nadie más conocía este camino al Sla-Mori —le susurró Sturm a Tanis mientras le dirigía una intencionada mirada a Gilthanas.
—¡Al menos, eso es lo que dijo el elfo!
—¡No obedecemos órdenes de Lord Verminaard! —chilló Tanis haciendo caso omiso de Sturm.
—¡Pues no tardaréis en hacerlo! —Las criaturas se dispusieron para el ataque.
Fizban, que se encontraba cerca del bosque, sacó algo de una bolsa y comenzó a murmurar unas palabras.
—¡No, no se te ocurra lanzar una bola de fuego! —exclamó Raistlin agarrándolo por el brazo.
—¡Los incinerarías a todos!
—¿Tú crees? Puede que sí, supongo que tienes razón —el viejo mago suspiró desilusionado, pero un instante después, su rostro se iluminó.
—Espera... pensaré alguna otra cosa.
—Mejor será que no te muevas, quédate aquí, a cubierto. Voy junto a mi hermano.
—Veamos, ¿cómo era el encantamiento de la tela de araña? —cavilaba el anciano.
Tika, con su nueva espada en mano, temblaba de temor y de ansiedad. Cuando uno de los draconianos se precipitó hacia ella, la muchacha blandió su espada con fuerza. La hoja pasó a una milla del draconiano y a pocas pulgadas de la cabeza de Caramon. El guerrero, situándose delante de Tika, golpeó al draconiano con la empuñadura de la espada, derribándolo, y antes de que pudiera levantarse, le pisoteó la garganta partiéndole el cuello.
—Mantente detrás mío —le dijo. Pero al mirarla, vio que la muchacha agitaba aún furiosamente su espada—. Pensándolo bien, será mejor que te refugies tras aquellos árboles junto a Goldmoon y el anciano. Anda, sé buena chica.
—¡No, no lo haré! ¡Se lo demostraré! —Murmuró para sí. La empuñadura de la espada resbalaba entre las sudadas palmas de sus manos. Otros dos draconianos atacaron a Caramon, pero ahora su hermano ya se hallaba junto a él, y entre los dos combinaron magia y acero para acabar con el enemigo. Tika comprendió que sólo sería un estorbo, y por otra parte, temía más la furia de Raistlin que a los draconianos. Miró a su alrededor para ver si alguien necesitaba ayuda. Sturm y Tanis peleaban lado a lado. Gilthanas formaba un extraño equipo con Flint, mientras Tasslehoff, Con su vara jupak sólidamente clavada en tierra, lanzaba una buena lluvia de piedras que pasaban silbando junto a los draconianos. Goldmoon estaba junto a los árboles y Riverwind se encontraba cerca suyo. El viejo mago había sacado un libro de encantamientos e iba pasando páginas.
—Tela de araña... tela de araña... ¿dónde estará? —murmuraba.
—¡Aaarrgghh! —Tika oyó un terrible alarido que casi le hizo caer de espaldas. Girándose rápidamente, la espada se le cayó del susto al ver que un draconiano, riendo escabrosamente, se abalanzaba hacia ella. Sintiendo un miedo cerval, y agarrando su escudo con ambas manos, golpeó al draconiano en su escamosa cabeza de reptil. El impacto hizo vibrar el escudo en sus manos y derribó a la criatura, que se desplomó inconsciente. Tika recogió su espada y haciendo una mueca de asco, apuñaló a la criatura en el pecho. El cuerpo se transformó en piedra inmediatamente, aprisionando el arma de la muchacha. Esta tiró de la espada, pero le fue imposible sacarla.
—¡Tika, a tu izquierda! —chilló Tasslehoff con su aguda voz.
Ella se volvió y vio otro draconiano. Balanceando su escudo, detuvo la estocada de la criatura. Entonces, con una fuerza nacida del terror, comenzó a golpear a la criatura con su escudo una y otra vez, pensando únicamente que debía matarla. Continuó golpeando hasta sentir que una mano le oprimía el brazo. Se giró con el escudo empapado de sangre, preparada para un nuevo ataque, pero se encontró a Caramon.
—¡Todo ha ido bien! —dijo el guerrero con dulzura.
—¡Todo ha terminado, Tika! Están todos muertos. Lo has hecho muy bien, has estado fantástica.
Tika parpadeó. Por un instante no reconoció al guerrero. Pero luego, tras un escalofrío, bajó el escudo.
—No, no me fue muy bien con la espada —dijo comenzando a temblar, nerviosa aún por el miedo que había pasado y por el recuerdo de aquella terrible criatura abalanzándose sobre ella.
Caramon la rodeó con sus brazos, acariciando sus rizos pelirrojos.
—Has sido más valiente que muchos de los habilidosos guerreros que he visto en combate...
Tika miró a Caramon directamente a los ojos. Su miedo desapareció, y la muchacha se enardeció. Se abrazó a Caramon. El contacto con sus firmes músculos, el olor a sudor mezclado con el del cuero de sus ropas, aumentaban su deseo. Le rodeó el cuello con los brazos y lo besó.
Caramon se sintió abrumado por la pasión. Deseaba a esta mujer más que a cualquier otra en toda su vida —y había conocido muchas. Se olvidó de dónde estaba, y de quiénes estaban a su alrededor. Su mente y su sangre estaban encendidas, y también sentía punzadas de pasión. Estrujando a Tika contra su pecho, la abrazó y la besó con ardiente intensidad.
La muchacha ansiaba que aquel abrazo no acabara nunca pero al mismo tiempo, de repente, se sintió fría y temerosa. Comenzó a recordar historias contadas por otras camareras de la Posada sobre las relaciones amorosas entre hombres y mujeres, y empezó a sentir pánico.
Caramon había perdido absolutamente el sentido de la realidad. Alzó a Tika en sus brazos y se encaminaba hacia el bosque, cuando, de pronto, notó sobre su hombro una mano fría.
El corpulento guerrero se volvió y al ver a su hermano recuperó su serenidad. Depositó suavemente a Tika en el suelo. Aturdida y desorientada, la muchacha abrió los ojos y vio a Raistlin mirándola con sus extraños y brillantes ojos.
Tika enrojeció violentamente. Dándose la vuelta, se agachó sobre el cadáver del draconiano que había matado, recogió su escudo y salió corriendo.
Caramon tragó saliva, se aclaró la garganta y se dispuso a hablar, pero Raistlin, mirándole con una mueca de desprecio, se giró y se dirigió a reunirse con Fizban. Caramon, temblando como un potro recién nacido, suspiró y caminó hacia donde Sturm, Tanis y Gilthanas hablaban con Eben.
—Me encuentro bien —les aseguró el hombre—. Tan sólo me desmayé cuando vi a esas criaturas, eso es todo. ¿De verdad hay una sacerdotisa entre vosotros? Eso es maravilloso, pero no gastéis conmigo sus poderes curativos. Es sólo un rasguño. Hay más sangre de ellos que mía. Mi grupo y yo estábamos siguiendo a esos draconianos por los bosques cuando fuimos atacados por una patrulla de al menos cuarenta goblins.
—Y sólo tú estás vivo para explicarlo —dijo Gilthanas.
—Sí —respondió Eben devolviéndole al elfo la mirada de sospecha.
—Como bien sabes, soy un experto espadachín. Yo maté a estos... —dijo señalando los cadáveres de seis goblins que yacían a sus pies —, aunque después cayera aplastado por la evidente superioridad numérica de su ejército. Los demás debieron suponer que había muerto y me dejaron. Pero ya os he contado suficientes proezas. Vosotros también sois hábiles con la espada. ¿Hacia dónde os dirigís?
—Hacia un lugar llamad... —comenzó a decir Caramon, pero Gilthanas lo interrumpió.
—Nuestro viaje es secreto, pero no nos iría mal un experto espadachín.
—Si lucháis contra los draconianos, vuestra lucha es mi lucha —dijo Eben alegremente. Sacó su bolsa de debajo de un cadáver de goblin y se la colgó al hombro.
—Mi nombre es Eben Shatterstone. Soy de Gateway. Seguramente habréis oído hablar de mi familia, teníamos una de las casas más impresionantes al oeste de...
—¡Ya lo tengo! ¡Lo recuerdo! —gritó Fizban.
De pronto, el aire comenzó a llenarse de hilos de una pegajosa y densa tela de araña.
El sol acababa de ponerse cuando el grupo llegó a una extensa pradera rodeada de altas montañas. Rivalizando con ellas por el dominio de aquellas tierras se erigía la gigantesca fortaleza de Pax Tharkas, que protegía el paso entre las montañas. Los compañeros contemplaron el panorama sobrecogidos