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Los ojos de Tika se abrieron ante la imagen de las inmensas torres gemelas elevándose hacia el cielo.

—¡Nunca había visto algo tan grande! ¿Quién lo construyó? Deben haber sido hombres poderosos.

—No fueron hombres —dijo Flint con tristeza. La barba del enano temblaba mientras observaba Pax Tharkas con expresión melancólica..

—Fueron enanos y elfos trabajando juntos. Lo hicieron hace mucho tiempo, cuando la vida era más tranquila y reinaba la paz.

—El enano dice la verdad —dijo Gilthanas.

—Hace muchos, muchos años atrás Kith-Kanan abandonó su antiguo hogar en Silvanesti, causándole a su padre una inmensa pena. Él y su gente llegaron a los bellos bosques que les cedió el Emperador de Ergoth, según el pacto del Pergamino de la Espada de Brezo que acabó con las guerras Kinslayer. Desde la muerte de Kith-Kanan los elfos han vivido en Qualinesti durante siglos. De todas formas, su mayor logro fue la construcción de Pax Tharkas. Está situada entre el reino de los elfos y el de los enanos, y fue construida por ambos con un espíritu de amistad que desde entonces no ha vuelto a verse en Krynn. Me duele verla, ahora, como baluarte de una inmensa maquinaria de guerra.

Mientras Gilthanas hablaba, los demás vieron que la inmensa verja de Pax Tharkas se abría. Un ejército, largas hileras de draconianos y goblins, desfilaban por la pradera. El sonido bronco producido por el soplar de los cuernos, resonaba en los picos de las montañas. Un inmenso dragón rojo los observaba desde arriba. Los compañeros se escondieron entre los arbustos y la maleza. Aunque el dragón se hallaba demasiado lejos para verles, incluso a esa distancia, se sentían afectados por el temor hacia aquel monstruoso animal.

—¡Se dirigen a Qualinesti! —dijo Gilthanas con la voz empañada.

—Debemos entrar y liberar a los prisioneros para que Verminaard se vea obligado a hacer regresar a su ejército.

—¡Pretendéis entrar en Pax Tharkas! —exclamó Eben dando un respingo.

—Sí —respondió Gilthanas a regañadientes, lamentando haber hablado tanto.

—¡Por todos los dioses! —Eben suspiró profundamente.

—¡Desde luego sois valerosos, de eso no hay duda! Pero... ¿cómo planeáis entrar? ¿Aguardaréis a que salga el ejército?

Probablemente sólo quedará una pequeña guarnición en la entrada principal. No nos será difícil acabar con ellos antes de que puedan dar la voz de alarma, ¿no crees, gran hombre? —dijo dándole un codazo a Caramon.

—Claro que no.

—Ese no es nuestro plan —dijo Gilthanas con frialdad. El elfo señaló en dirección a las montañas, hacia un estrecho valle que aún se podía ver a pesar de la poca luz.

—Debemos ir por ahí. Lo atravesaremos protegidos por la oscuridad.

Cuando comenzaron a caminar, Tanis se situó junto a Gilthanas.

—¿Qué sabes de este tal Eben? —le preguntó en elfo, mirando hacia el humano que caminaba charlando con Tika.

Gilthanas se encogió de hombros.

—Estaba con el grupo de humanos que luchó con nosotros en la hondonada. Los que sobrevivieron fueron llevados a Solace y allí murieron. Supongo que pudo haber escapado. Después de todo, yo lo hice —dijo Gilthanas mirando a Tanis de reojo—. Viene de Gateway, donde su padre y el padre de su padre fueron unos ricos comerciantes. Cuando él no podía oírnos, los otros me contaron que su familia se había arruinado y que desde entonces se ganaba la vida con la espada.

—Me lo imaginaba —dijo Tanis.

—Sus ropas son elegantes pero han visto mejores épocas. Creo que tomaste la decisión correcta al decirle que viniese con nosotros.

—No quería arriesgarme a dejarle solo. Alguien no debería perderlo de vista.

—Sí.

—Y estarás pensando que a mí tampoco —dijo Gilthanas con cierta tensión.

—Sé lo que dicen los otros, especialmente el caballero. Pero, te lo juro, Tanis: ¡No soy un traidor! ¡Sólo deseo una cosa, destrozar a ese Verminaard! ¡Si le hubieses visto cuando el dragón destruyó a mi gente! No me importaría sacrificar mi vida... —Gilthanas se detuvo de golpe.

—¿Ni tampoco las nuestras?

El elfo se volvió a mirarle con sus ojos almendrados, carentes de emoción alguna.

—Debes saberlo, Tanthalas, para mí tu vida significa esto... —chasqueó los dedos—, las vidas de mi gente es lo único que me importa. Por el momento, es todo lo que me preocupa.

—Seguían caminando cuando Sturm los alcanzó.

—Tanis, el anciano tenía razón. Alguien nos sigue.

9

Aumentan las sospechas. El Sla-Mori.

Siguieron un estrecho y empinado sendero que desembocaba en un boscoso valle al pie de las colinas. Las sombras del anochecer se cernieron sobre ellos. Cuando sólo habían caminado un corto trecho, Gilthanas abandonó el sendero y desapareció entre la maleza. Los compañeros se detuvieron, mirándose unos a otros con desconfianza.

—Esto es una locura —le susurró Eben a Tanis.

—Este valle está habitado por los trolls, ¿quién sino crees que ha despejado este camino? —El hombre de cabello oscuro tomó el brazo de Tanis con una familiaridad que el semielfo encontró desconcertante.

—Desde luego sé que soy el que menos derecho tiene a decir algo, y los dioses saben que no hay motivo alguno para que confiéis en mí, pero, ¿qué sabes de ese Gilthanas?

—Le conozco... —comenzó a decir Tanis, pero Eben no lo escuchó.

—Casi todos nosotros creímos que aquel encuentro con el ejército de draconianos no fue una casualidad, no sé si entiendes lo que quiero decir. Mis muchachos y yo habíamos estado ocultándonos en las colinas, luchando contra los ejércitos del Dragón desde que Gateway fuera invadido. La semana pasada, de pronto, salidos de nadie sabe dónde, aparecieron los elfos. Nos dijeron que pensaban atacar por sorpresa una de las fortalezas del Señor del Dragón y nos ofrecieron unirnos a ellos. Nuestra respuesta fue afirmativa, haríamos cualquier cosa para destruir al Gran Hombre del Dragón.

—A medida que avanzábamos, comenzamos a inquietarnos. ¡Había huellas de draconianos por todas partes! Pero aquello no parecía preocupar a los elfos. Gilthanas dijo que las huellas no eran recientes. Aquella noche acampamos y montamos guardia. No nos sirvió de mucho, el aviso del vigía sólo nos dio un margen de veinte segundos antes de ser atacados por los draconianos. Y... —Eben miró a su alrededor, acercándose más a Tanis —, mientras nos levantábamos y recogíamos nuestras armas para luchar contra esas repugnantes criaturas, oí a los elfos gritar, gritar como si alguien se hubiese perdido, y... ¿a quién supones que estaban llamando?

Eben miró a Tanis fijamente. El semielfo frunció el ceño y sacudió los hombros, irritado por el tono que utilizaba aquel hombre.

—¡A Gilthanas! ¡Se había ido! Gritaron y gritaron llamando a su jefe. Nunca supe si llegó a aparecer. Yo fui capturado. Nos llevaron a Solace, de donde conseguí huir. De todas formas, me lo pensaría dos veces antes de seguir a ese elfo. Puede que tuviese buenos motivos para no estar allí cuando los draconianos atacaron, pero...

—Hace mucho que conozco a Gilthanas —interrumpió Tanis bruscamente, más afectado de lo que quería admitir.

—Claro. Sólo creí que debías saberlo. Dándole unas palmadas en la espalda a Tanis, regresó al lado de Tika.

A Tanis no le hizo falta mirar a su alrededor para saber que Caramon y Sturm habían oído cada una de las palabras. No obstante, ninguno de los dos dijo nada, y antes de que Tanis pudiese hablarles, Gilthanas apareció de repente entre los arbustos.

—Estamos cerca —dijo el elfo.

—Más adelante la maleza es menos frondosa y es más fácil avanzar.

—Yo propongo entrar por la verja delantera —dijo Eben.