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—¿Acaso quieres alertar a alguien antes de que consigamos entrar en Pax Tharkas?

—Caballero, si quisiera traicionaros, ¡podía haberlo hecho ya mil veces! Tras esa puerta percibo un poder superior al que haya sentido desde... —Se detuvo, temblando.

—¿Desde cuándo? —le preguntó suavemente Caramon.

—¡Desde las torres de la Alta Hechicería! Os aviso, ¡no abráis esa puerta!

—Comprueba adónde se dirige la puerta del sur —le dijo Tanis al enano.

Flint se dirigió a ella y la empujó.

—Da a un pasaje exactamente igual a los anteriores —informó.

—El camino a Pax Tharkas debe atravesar una puerta secreta —repitió Gilthanas y, antes de que nadie pudiese detenerlo, tiró de la cerradura de piedra. La puerta tembló y comenzó a abrirse lentamente hacia dentro.

—¡Te arrepentirás de esto! —exclamó Raistlin.

Cuando la puerta terminó de abrirse pudieron ver una amplia sala, llena de relucientes y brillantes objetos. A través de una espesa capa de polvo, se entreveía una masa amarillenta.

—¡La cámara del tesoro! —gritó Eben.

—Hemos encontrado el tesoro de Kith-Kanan!

—Puro oro —dijo fríamente Sturm.

—No tiene ningún valor en estos tiempos que corren y en los que sólo el acero vale algo... —El tono de su voz fue bajando y, de pronto, los ojos se le salieron de las órbitas.

—¿Qué ocurre? —gritó Caramon, desenvainando la espada.

—¡No lo sé!

—¡Yo sí! —Raistlin dio un respingo cuando una misteriosa forma comenzó a materializarse ante sus ojos.

—¡Es el espíritu de un elfo oscuro! ¡Os dije que no abrierais esa puerta!

—¡Haced algo! —gritó Eben tambaleándose.

—¡Apartad vuestras armas, insensatos! —exclamó Raistlin en un agudo susurro.

—¡No podéis luchar contra él! Su toque es mortífero, y si gime mientras nos encontramos entre estas cuatro paredes, estamos perdidos. ¡Sólo con su afilada voz ya es capaz de matar! ¡Corred, corred todos! ¡Rápido! ¡Por la puerta sur!

Mientras retrocedían, vieron cómo la forma continuaba materializándose en la penumbra de la cámara del tesoro, tomando los rasgos gélidos y desfigurados de un drow, un ser maligno de eras pasadas, que había sido ejecutado como castigo por sus crímenes indecibles y cuyo espíritu habían encadenado, posteriormente, los poderosos hechiceros elfos, obligándolo a custodiar el tesoro del rey eternamente. Ante la presencia de seres vivos, extendió los brazos, anhelante del calor de la carne, y abrió la boca para gritar su odio hacia todos los vivientes.

Los compañeros se giraron rápidamente y huyeron hacia la puerta de bronce, tropezando los unos con los otros por la prisa. Caramon, sin quererlo, empujó a su hermano, haciendo que a Raistlin se le cayera el bastón, que no obstante siguió encendido, pues el cristal mágico sólo puede ser destruido por el fuego que expelen los dragones. De todas formas, ahora su luz dejó de iluminar la habitación, sumiéndola en la penumbra.

Al ver que sus presas escapaban, el espíritu voló a la Sala de la Cadena, rozando la mejilla de Eben con sus manos. El hombre, al sentir aquel roce horripilante y abrasador, cayó desmayado. Sturm lo recogió y lo arrastró fuera de la habitación, al tiempo que Raistlin recuperaba su bastón y, junto con Caramon, conseguían salir de la sala.

—¿Falta alguien? —preguntó Tanis, resistiéndose a cerrar la puerta. Pero en aquel momento oyó un áspero gemido, tan tenebroso, que sintió que el corazón le dejaba de latir. El terror lo paralizó. No podía respirar. El gemido cesó y el corazón le dio un vuelco. El espíritu aspiró profundamente, dispuesto a gemir de nuevo.

—¡No hay tiempo de asegurarnos! —exclamó Raistlin.

—¡Hermano, cierra la puerta!

Caramon apoyó todo su peso sobre la puerta de bronce, cerrándola de un portazo que resonó en toda la sala.

—¡Esto no le detendrá! —gritó Eben espantado.

—No —dijo Raistlin en voz baja.

Su magia es mucho más poderosa que la mía. Voy a intentar formular un hechizo, aunque me temo que me debilitará bastante; os sugiero que corráis mientras podáis. Aunque yo falle, tal vez pueda detenerlo.

—Riverwind, adelántate con los demás —ordenó Tanis. —Sturm y yo nos quedaremos con Raistlin y Caramon.

El resto se deslizó por el oscuro corredor, temerosos, volviendo la cabeza de tanto en tanto para observarlos. Raistlin, haciendo caso omiso de ellos, le pasó el bastón a su hermano. La luz del cristal relampagueó al quedar en manos de un extraño.

El mago apoyó las manos sobre la puerta, apretando las palmas contra ella. Cerrando los ojos, intentó concentrarse para olvidar todo lo que no fuese su magia.

—Kalis-an budrnnin... —Sintió un frío terrible y su concentración se rompió.

¡El elfo oscuro había reconocido su encantamiento e intentaba romperlo! Acudieron a su mente imágenes de otra batalla librada contra un elfo oscuro en las torres de la Alta Hechicería. Hizo un denodado esfuerzo para intentar apartar de su mente el terrorífico recuerdo de una lucha que había destrozado su cuerpo y que casi había conseguido destrozarle la mente, pero notó que estaba perdiendo el control. ¡Había olvidado las palabras! La puerta tembló. ¡El espíritu elfo iba a cruzarla!

Entonces, de su interior más recóndito surgió una fuerza que anteriormente sólo había sentido en dos ocasiones: en las torres, y en Xak Tsaroth, sobre el altar del dragón negro. Aquella conocida voz que su mente escuchaba claramente, pero que no conseguía identificar, le repetía las palabras del encantamiento. Raistlin las vociferó ahora con una voz grave y clara, que no era la suya.

—Kalis-an budrnnin kara-emarath.

Al otro lado de la puerta se oyó un gemido de derrota, de fracaso. La puerta permaneció cerrada y el mago se desmayó.

Caramon le pasó el bastón a Eben y, tomando a su hermano en brazos, fue en busca de los demás que, a tientas, buscaban la salida del oscuro pasadizo. Flint abrió fácilmente otra puerta secreta que los llevó a una nueva serie de túneles cortos y llenos de escombros. Temblando de miedo, los compañeros consiguieron seguir avanzando. Al final aparecieron en una amplia habitación, repleta de montones de cajas de madera desde el suelo hasta el techo. Riverwind prendió una antorcha que había en la pared. Las cajas estaban cerradas con clavos; algunas llevaban una etiqueta en la que se leía SOLACE, en otras decía GATEWAY.

—¡Lo hemos conseguido! Estamos dentro de la fortaleza, en las bodegas de Pax Tharkas —dijo Gilthanas sonriendo victorioso.

—¡Loados sean los verdaderos dioses! —suspiró Tanis dejándose caer en el suelo; los demás lo imitaron. Fue entonces cuando se percataron de que Fizban y Tasslehoff no estaban con ellos.

11

Perdidos. El plan. ¡Traicionados!

Tasslehoff nunca pudo recordar con exactitud aquellos últimos y terroríficos momentos en la Sala de la Cadena. Recordaba haber preguntado:

—¿Un elfo oscuro? ¿Dónde?

Recordaba también haberse puesto de puntillas desesperadamente para intentar ver algo, y haber oído cómo el bastón de Raistlin caía al suelo. Había oído gritar a Tanis, y por encima de todo, había escuchado un gemido que le hizo perder totalmente el sentido de la orientación. Unos segundos después, unas manos firmes le agarraron por la cintura, alzándolo en el aire.

—¡Trepa! —gritó una voz detrás suyo.

Tasslehoff extendió las manos, palpó el frío metal de la cadena y comenzó a trepar. A lo lejos oyó un portazo, y después el gélido gemido del elfo oscuro, aunque esta vez no sonaba amenazador sino más bien como un grito de rabia y enfado. Tas supuso que aquello significaba que sus amigos habían escapado.

—¿Cómo podré encontrarlos de nuevo? —se preguntó a sí mismo, sintiéndose súbitamente desanimado. Un segundo después percibió un murmullo detrás suyo. Era Fizban. Aquello le alegró, significaba que no estaba solo.