Izzy frunció el cejo.
– ¿Por qué le has dicho eso? -regañó a su marido antes de dirigirse a Sloane. -Ni se te ocurra ir a ese antro sola. No es lugar para una señorita.
Sloane asintió y notó que la atenazaba el miedo ante la perspectiva de conocer a ese hombre con el que la unía el vínculo más profundo posible. A pesar de las vueltas que le había dado al asunto todo el día, todavía no se había hecho a la idea de que fuera su padre verdadero. Y seguía sin hacérsela.
No necesitaba más cafeína en las venas que la pusiera aún más nerviosa. Dio otro sorbo a su bebida para contentar a Izzy e introdujo la mano en el bolso para sacar la cartera.
Izzy le dio una palmada en la mano.
– ¿No he dicho que invitaba yo?
Sloane se rió ante su actitud descarada y franca.
– Gracias.
– Considéralo tu regalo de bienvenida al pueblo. Seguro que te vuelvo a ver por aquí.
Sloane no estaba tan segura, dado que en cuanto encontrara a Samson pensaba regresar a Washington. Durante el largo trayecto hasta allí y la noche pasada en un pequeño motel situado a una hora de Yorkshire Falls, había tenido mucho tiempo para pensar. Desconocía qué tipo de amenaza suponía Samson más allá de su mera existencia. Pero después de veintiocho años, era obvio que había decidido que quería algo. Sloane tenía que descubrir el qué y disipar esa amenaza. Esperaba que si su única intención era conocer a su hija, cuando lo consiguiera no haría pública su paternidad, destrozando así la campaña de Michael Carlisle.
Antes de que Sloane tuviera tiempo de responder, Izzy prosiguió:
– Ya verás cuando los solteros te vean. -Soltó un buen silbido, de forma que algunos clientes volvieron la cabeza. -¿No crees, Norman? Una cara nueva y tan hermosa como ésta los volverá locos.
Pero, por suerte, Norman ya había desaparecido en el interior de la cocina, y así Sloane se ahorró el bochorno. De todos modos, se sonrojó.
– Gracias. -No era capaz de decirle a la mujer que a lo mejor no volvía por allí. -Encantada de conocerla. -Lo mismo digo.
Se despidieron y Sloane volvió por fin a la calle. Echó un vistazo a los bonitos jardines que encontró por el camino y al estanque del centro. También había una pérgola que invitaba al romanticismo, y que sobresalía entre los arbustos circundantes. Durante unos instantes, lamentó no estar allí de visita, para conocer el lugar donde su madre se había criado.
Se preguntó si a Jacqueline le habría gustado vivir allí. Si habría tenido muchos amigos. ¿Lo sabría Samson? ¿Tendría cosas que contarle sobre los años que su madre pasó allí antes de dejarle?
Se llevó una mano al estómago revuelto.
– No me queda más que subir al coche y salir del pueblo -se dijo.
Al cabo de unos minutos, Sloane giró por la Carretera Vieja, siguiendo las instrucciones de Norman. En seguida, los grupos de casas dieron paso a una larga hilera de árboles que flanqueaban la vía a ambos lados. Todos los alrededores estaban cubiertos por un montón de hojas caídas de distintos tonos de rojo, amarillo y marrón, espectáculo del que habría disfrutado en otras circunstancias.
Pero ahora se sentía apremiada. No había tenido esa sensación antes. Cuando había entrado en Norman's para preguntar por Samson se sentía ansiosa, pero ahora el miedo acompañaba a la energía nerviosa que la había impelido hasta allí. Y no era miedo por ella o por el hombre que era su padre; sino un temor mucho más difuso, rayano en el pánico, sensación que era incapaz de definir pero que de todos modos la atenazaba.
De repente, los árboles se acabaron y se encontró frente a un campo abierto. Justo en el medio, aislada en un terreno yermo, había una casa destartalada que daba pena. Cuanto más se acercaba, más evidente resultaba su mal estado. El tejado era viejo y le faltaban tejas, mientras que la pintura exterior se había agrietado y desportillado.
Nunca se había planteado cómo o dónde viviría Samson. Y en cuanto paró el coche delante de la casa, la embargó una sensación de tristeza ante lo que parecía una existencia solitaria y patética.
Recorrió la senda de entrada. Si alguna vez había estado pavimentada, ahora ya no quedaba ni rastro. A medio camino de la casa, la sobresaltaron unos ladridos. Miró a su alrededor y vio que un perro pequeño parecido a un doguillo corría hacia ella con sus patas cortas y regordetas. No paraba de dar saltos sobre las patas traseras para pedir con descaro una caricia en la cabeza.
Sloane se agachó y le pasó la mano por el corto pelaje. Estaba sucio y necesitaba un baño tanto como atención y, a pesar de experimentar algún reparo, lo cogió en brazos.
Pesaba más de lo que parecía.
– Pues sí que estás gordito -le dijo mientras lo Llevaba a la casa. Era innegable que el hecho de tener los brazos ocupados le daba mayor sensación de seguridad y la hacía sentir más cómoda, y se apretó contra el pecho el cálido cuerpo del perro.
Nerviosa, se paró al llegar a la puerta delantera, y antes de que le entraran ganas de girar sobre sus talones y volver al coche, llamó al timbre. No le extrañó no oír ningún sonido y, tras un segundo intento, empezó a aporrear la puerta con fuerza. Entonces se llevó una buena sorpresa al ver que ésta se abría de par en par. El perro se retorció y saltó de sus brazos hacia el interior.
– ¿Hola? -saludó incómoda desde el umbral. Pero nadie respondió, por lo que entró con cautela. Era incapaz de controlar los nervios, pero estaba decidida a encontrar a Samson. Se halló en medio de un recibidor oscuro.
Notó en seguida el olor a huevos podridos. Aunque vivía en un apartamento, se había criado en una casa, y sabía perfectamente cómo olía un escape de gas. El olor que había asaltado sus sentidos era inconfundible.
Si hubiera sido sensata se habría ido de allí y habría llamado a la empresa de gas y electricidad, pero ¿y si Samson estaba dentro? Volvió a llamar.
– ¿Hola? ¿Samson?
No hubo respuesta.
Echó un vistazo a su alrededor, pero, a juzgar por las habitaciones vacías y el olor, era evidente que en la casa no había nadie. Cualquiera se habría ido pero no entendía por qué habían dejado al perro. Un perro que había decidido comportarse como un tipo duro, y se había ido corriendo a lo alto de la escalera del sótano y había empezado a ladrar como un loco.
– Venga, perrito. -Se dio unas palmadas en los muslos mientras lo llamaba animada, pero el animal no se dejó impresionar.
Sin embargo, Sloane no pensaba marcharse sin él.
Se acercó lentamente al perro. Cuanto más se acercaba, más penetrante era el olor a gas. «Márchate.» El mantra empezó a repetirse en su cabeza. Tenía intención de obedecerlo, pero antes tenía que coger al perro.
– Venga, perrito -repitió, -vamos. -Se arrodilló y, aunque el animal no dejó de ladrar, corrió hacia ella con sus patas regordetas.
«Márchate.» Esa idea se repetía en su mente mientras Sloane cogía al perro y se disponía a salir. Apenas había llegado afuera, al jardín delantero, cuando una fuerte explosión la derribó.
Chase supuso que se había perdido la visita de Sloane a Norman's por cuestión de minutos. Izzy no dejaba de parlotear sobre la nueva pelirroja que había llegado al pueblo, tan guapa como para hacer parar el tráfico de First Street y que encima buscaba al solitario y excéntrico del pueblo, a Samson Humphrey.
Este último detalle pilló a Chase desprevenido. Los muchachos de por allí llamaba a Samson «el hombre de los patos», porque se pasaba buena parte del día en los jardines del centro, dando de comer a los patos y ocas, y hablando con ellos. Nadie le hacía el menor caso, excepto la madre de Chase y Charlotte, dos mujeres con un gran corazón y que sentían debilidad por el viejo huraño.
No tenía idea de por qué Sloane podía estar buscando a Samson, pero pensaba averiguarlo. Según Izzy y Norman, le habían indicado dónde estaba la destartalada casa del viejo, en la otra punta del pueblo. No era un lugar al que una mujer debiera aventurarse sola. No porque Samson fuera peligroso. Qué va, el pobre hombre era tan inofensivo como huraño, pero la zona donde vivía estaba muy aislada y solían frecuentarla los moteros. En más de una ocasión, su hermano Rick, agente de policía, había arrestado a gente por vagabundear y merodear por allí con fines delictivos. Esa zona no era lugar para una señorita.