Chase se sentó en el sofá al lado del sillón de ella y se le acercó. Tanto, que ella olió un resto de humo mezclado con la loción para después del afeitado que identificaba con Chase. Era una fragancia conocida y reconfortante en un momento de caos absoluto, y le costaba mantener la distancia que sabía que era necesaria entre ellos.
– Sabía que estabas aquí. Parece ser que tu madrastra y mi cuñada Charlotte son buenas amigas.
Parpadeó al enterarse del vínculo familiar.
– ¿La Charlotte que tiene la tienda de lencería aquí y en Washington?
Chase asintió.
– Está casada con mi hermano Román.
– Cielo santo, ¿hay otro más?
Chase se rió entre dientes y dejó entrever su blanca dentadura.
– Tú lo has dicho, nena. Por aquí nos llaman «los chicos Chandler». Los tres juntos. Siempre hemos estado unidos.
– Izzy os ha mencionado -recordó. -Pero tú y yo no nos habíamos dicho el apellido, así que no he podido atar cabos. -Notó que el calor le subía a las mejillas al recordar cómo le había tirado los tejos en el bar. Un desconocido al que había permitido que se la llevara a la cama. Sólo que entonces no le había parecido un desconocido, como tampoco se lo parecía ahora.
Sin previo aviso, Chase le acarició la mejilla.
– No te sientas avergonzada conmigo. No lamento nada y me niego a que tú lo lamentes.
Suaves pero curtidos, sus dedos le produjeron un hormigueo erótico por todo el cuerpo y notó que los pezones se le erizaban bajo la camiseta.
– No puedo decir que lo lamente -reconoció. Ni siquiera ahora, sabiendo quién y qué era él.
Su condición de reportero le pesaba. Le había salvado la vida, pero probablemente tuviera alguna intención oculta. Se obligó a recostarse en el asiento, apenada al caer en la cuenta de que no podía ser su príncipe azul.
– Pero aunque no tengamos remordimientos, tenemos mucho más de lo que ocuparnos aparte de una aventura de una noche que ya pasó.
Chase se estremeció, porque parecía que ahora ella sí lo lamentaba. Sloane no había querido herir sus sentimientos, sólo pretendía erigir una barrera que mantuviese a salvo a su familia.
Suspiró y se obligó a enfrentarse a las preguntas que seguían sin respuesta.
– O sea que te viste con mi madrastra y… ¿qué te contó? -preguntó Sloane, porque no le parecía normal que Madeline hiciera que un periodista le siguiera los pasos.
– Me dijo que tenías ciertos asuntos problemáticos, que necesitabas estar sola v que venías aquí a buscar las raíces de tu madre. -Habló con frialdad, sin emoción ni cariño, desde el otro lado del muro que ella había erigido.
Sloane se recordó que, aunque lo lamentase un poco, era por su bien.
– Es decir, te pidió que cuidaras de mí -aventuró Sloane. Habría sido una reacción típica de Madeline, que había cedido con demasiada facilidad a la petición de Sloane de viajar sola, sin protección. O sea que había planeado una contra-misión.
– En resumen, sí. Y créeme, en cuanto até cabos y descubrí quién eras en realidad, no me supuso un gran sacrificio verte otra vez. -No obstante, Chase ni siquiera esbozó una sonrisa. Teniendo en cuenta cómo había despachado ella la única noche que habían pasado juntos, obviamente odiaba reconocer que le apetecía volver a verla. -Madeline no mencionó a Samson para nada -prosiguió, -pero dado que su casa ha explotado y casi te pilla dentro, tengo una serie de preguntas pendientes. Para empezar, ¿qué relación tienes con Samson Humphrey?
Sloane deseó poder acurrucarse en sus brazos y contárselo todo, pero por supuesto no podía. Sólo podía confiar en sí misma. A no ser que…
– ¿Quién lo pregunta, el Chase hombre o el Chase periodista? -inquirió ella.
Le tembló un músculo de la mandíbula y se pasó una mano por el pelo en señal de frustración.
– Bueno, ya está bien -farfulló.
Su pregunta había sido la gota que colmaba el vaso, y lo aisló completamente cimentando el muro que los separaba. Ésa había sido la intención de ella si es que Chase se lo había preguntado como periodista y no por interés personal.
Una de dos, o no sabía qué responder o no quería reconocer que el reportero que había en él quería respuestas con las que hacer carrera. Sloane se sintió decepcionada, pero tenía que evitar mostrar su juego.
– Rick ha hecho que un agente te traiga el coche y ha dejado tu maleta abajo. ¿Por qué no te duchas y te refrescas? Podemos seguir con el interrogatorio más tarde.
Como apestaba a humo y se sentía hecha un guiñapo, aceptó.
– Gracias. Una ducha me parece algo fantástico. -Con respecto a lo de volver a hablar, Sloane no tenía tiempo para intercambios de información.
Norman e Izzy le habían mencionado un lugar llamado Crazy Eights, un salón de billar al que solía ir Samson cuando tenía dinero. Sloane recordó la advertencia de Izzy y, aunque le daba más miedo conocer a su verdadero padre que ir a ese antro, tenía que encontrar a Samson fuera como fuese.
El sonido de unos pasos la distrajo. Chase regresó con su maleta en la mano. Vio un atisbo de calidez en su mirada que, a su vez, hizo que se le acelerara el corazón. Menos mal que él en seguida disimuló porque, de lo contrario, habría cometido alguna estupidez, como besarlo.
Después de la ducha y de comer algo rápido se largaría de allí. A buscar a su verdadero padre. Sin la ayuda del periodista ni de su mirada entrometida.
Los hombres solteros de Yorkshire Falls podían comer en Norman's, pedir comida a domicilio de Norman's o aprender a cocinar. Chase solía decantarse por pedir la comida a domicilio.
Abrió el congelador para ver si encontraba algo que descongelar y ofrecerle a su invitada, pero no encontró nada apetecible.
Se pasó una mano por el pelo y se dio cuenta de que lo tenía sucio de hollín y tierra. Necesitaba también una ducha, pero tendría que esperar su turno. Desde la cocina oía el agua de la ducha. O quizá sólo se lo imaginaba: Sloane en el baño, dejando que el agua se deslizara por su suave piel. Sólo los separaba un pasillo y una puerta. La idea bastaría para martirizar a cualquier hombre.
Igual que el hecho de que hubiese calificado aquella noche de aventura. O sea que eso es lo que había sido para ella. No es que él hubiera esperado volver a verla, y mucho menos implicarse en su vida, pero con esas palabras sin duda lo había herido en su orgullo. En realidad, lo había herido en algo más que en eso. Lo que ella pensaba le preocupaba mucho más de lo que debería para tratarse de alguien con quien había tenido un rollo. Y esos sentimientos podían evitar que cumpliera sus objetivos: un buen artículo publicado en los periódicos más importantes y la posibilidad de hacerse famoso. Una primicia sobre el candidato a la vicepresidencia Michael Carlisle.
Chase casi «tocaba» ese artículo con las yemas de los dedos, y el hecho de que Sloane quisiera distinguir entre el Chase hombre y el Chase periodista le hacía pensar que quizá estaba más cerca de lo que pensaba. Pero ¿más cerca de qué? ¿Qué ocultaba Sloane?
Dudaba que esos detalles se los proporcionara ella. Era de esperar que Madeline Carlisle fuera más comunicativa en cuanto viera que había cumplido su cometido y le había salvado el tipo a su hija. Y menudo tipo más delicioso, firme y suave bajo los desgastados vaqueros.
Apretó la mandíbula y cerró la puerta del congelador de golpe, incapaz de encontrar nada comestible. Lo más fácil era llamar a Izzy y pedirle algo.
Descolgó el auricular en el preciso instante en que sonaba el timbre. Chase había remodelado la vieja casa victoriana para vivir en ella y, aunque podía acceder a la redacción a través de una escalera interior privada, también tenía una entrada distinta para las visitas. Se dirigió a la puerta e inmediatamente vio el pelo rubio oscuro de su madre por la ventana.