– Mierda. -Como sabía que no podía evitarla, abrió la puerta y la dejó entrar.
Antes de que tuviera tiempo de hablar, ella lo abrazó con fuerza.
– Oh, Dios mío, ¿te encuentras bien? Me he enterado de lo que ha pasado en casa de Samson y estaba muy preocupada. -Dio un paso atrás y Chase vio una genuina alarma reflejada en su bello rostro, mientras le pasaba las manos por los brazos como si quisiera cerciorarse de que estaba entero.
– Las noticias vuelan que da gusto -declaró Chase, intentando quitarle hierro a un asunto muy serio. En realidad, Raina no sufría del corazón, pero se hacía mayor, y adoraba a sus hijos. No quería que se preocupara innecesariamente.
– ¿Desde cuándo hay secretos en este pueblo? -Apoyó una mano en la cadera y le blandió un dedo delante de su cara, regañándolo cariñosamente, aunque tenía los ojos empañados en lágrimas y una expresión de claro alivio. -Venga, ahora ayúdame a entrar las bolsas. -Hizo un gesto exagerado con la mano para señalar detrás de ella.
En ese momento, Chase vio las grandes bolsas marrones, todas rebosantes.
– ¿Qué es esto? -preguntó, mientras las recogía.
– Pues la cena, qué va a ser. Después de un día tan estresante, necesitas recuperar fuerzas. Norman te ha preparado tu plato preferido, qué encanto de hombre. -Se metió dentro sin dejar de parlotear.
Chase consiguió llevar las bolsas a la cocina sin que se rompiera ninguna asa y el contenido se desparramara por el suelo. Bajó la vista pero todo parecía intacto. Fuera como fuese, las bolsas pesaban lo suyo, y una mujer como su madre, con una supuesta enfermedad coronaria, no debería haber cargado con ellas.
Estaba muy enfadado por toda aquella farsa, pero teniendo en cuenta que Sloane debía de estar a punto de salir del baño, no era momento para enfrentamientos. De hecho, era el momento idóneo para librarse de Raina antes de que le echara el ojo a Sloane y se le ocurrieran disparatadas ideas para emparejarlos. Más valía que no se enterara de que él y Sloane tenían un pasado común, ni siquiera de que ella le gustaba.
– ¿Has traído las bolsas tú sola? -preguntó, adoptando un grave tono reprobatorio.
– No, se las ha traído su chófer. -Chase reconoció la voz del doctor Eric Fallón desde la puerta abierta.
– Adelante, Eric -invitó Chase al médico del pueblo y «novio» de su madre. ¿De qué otra manera podía llamar a la media naranja de su madre en la vejez?
Chase apreciaba al hombre por la felicidad que había aportado a la vida de Raina y por ser la voz de la razón en medio del caos que ella representaba. Eric la mantenía ocupada, la hacía reír y tomaba las riendas de la situación cuando a Raina se le ocurrían ideas disparatadas.
– Ésta es la última bolsa -dijo Eric, mientras dejaba una de la que sobresalían dos botellas en la encimera.
– ¿Vino? -preguntó Chase.
– Champán -repuso Raina. -Para brindar por la vida.
O sea que tenían previsto celebrar una fiesta. Miró hacia el pasillo y se preguntó qué pensaría Sloane cuando saliera del baño y descubriera que tenía público.
Raina alzó la cara botella de Dom Perignon y la miró con anhelo. No bebía a menudo, pero cuando había algún motivo para ello, le encantaba tomar una copa de champán con su familia. Qué lástima que Chase estuviera a punto de aguarle la fiesta. Era la única solución que se le ocurría como venganza por su ardid para tener nietos.
Le rodeó los hombros con el brazo y la apretó cariñosamente.
– No deberías beber, mamá. No le conviene a tu pobre corazón.
– El chico tiene razón, Raina. -Eric le quitó el champán de la mano y dejó la botella en la encimera.
– Aguafiestas -farfulló ella sin mirarlo a la cara. Chase miró a Eric y él le guiñó un ojo.
Dos hombres cuyo nexo de unión era Raina. Con su pelo entrecano, el médico tenía un aspecto distinguido y hacía buena pareja con su guapa madre. Chase pensó que ambos eran atractivos.
Miró alrededor de la cocina, que ahora presentaba un aspecto caótico. Aunque ya no tenía que preocuparse por qué iba a darle de cenar a Sloane, prefería que estuvieran solos.
– Muchas gracias por traer la comida. -Le faltó muy poco para añadir «ya os podéis marchar».
– De nada. -Raina se agachó para coger una de las bolsas menos pesadas y empezó a vaciarla en la encimera. -He supuesto que un soltero como tú no tendría nada en la nevera para agasajar a una invitada, y mucho menos si es guapa.
O sea, que sabía lo de Sloane. Echó un vistazo a las bolsas rebosantes de comida y champán. Tema que haberse dado cuenta de sus intenciones ocultas. Lo positivo de la situación era que, si pretendía hacer de casamentera, no se quedaría a cenar. La presencia de una madre no propiciaba demasiado romanticismo, pensó con ironía.
Aunque Sloane no parecía estar en plan romántico precisamente. Había dejado claro que su única noche había acabado.
– La belleza no tiene nada que ver con la alimentación -dijo Chase, centrándose en la conversación con su madre. -Además, ¿quién te ha dicho que tengo compañía?
Eric rió entre dientes.
– Tu madre tiene línea directa con la Central de Cotilleos. No habían pasado ni cinco minutos después de que la bella pelirroja se marchara de Norman's, e Izzy ya estaba llamando a Raina.
Raina chasqueó la lengua para regañarlo.
– No lo pintes tan sórdido, Eric. La joven ha tenido un día muy duro. Igual que mi hijo mayor. Sólo quería asegurarme de que estaban bien alimentados.
– ¿Y el champán lo necesitamos para…? -preguntó Chase.
Raina entornó los ojos.
– Para mejorar el ambiente, por supuesto.
Chase apretó los puños porque odiaba que lo manipularan.
– Ni siquiera sabes si hay química entre Sloane y yo. Ni siquiera sabes si me interesa y te presentas aquí con una cena de lujo y una botella de champán caro.
– Yo no calificaría lo que cocina Norman como comida de lujo -replicó Raina, -y no es propio de d ser tan arisco.
– Cuando te metes donde no te llaman, no me queda más remedio -farfulló.
– Chitón. -Raina le selló los labios con un dedo. -A lo mejor no le gustan los hombres groseros. -Miró a su alrededor, buscando a la invitada. -Por cierto, ¿dónde está?
– Duchándose. -Señaló hacia el cuarto de baño del final del pasillo. -Y ha tenido un día duro. Dudo que tenga ganas de compañía.
La risa profunda de Eric resonó en la estancia.
– Creo que te está diciendo que te marches, Raina, querida.
La sujetó por el codo suavemente.
– Que «nos» marchemos -rectificó ella. -Nos está diciendo que nos marchemos.
– Chase sabe que yo ya tengo un pie fuera, mientras que tú preferirías quedarte.
Su madre hizo un mohín, pero a juzgar por la resignación de su mirada, aceptaba que estaba acorralada.
– No he acabado de sacar la comida.
Chase se echó a reír mientras la conducía hacia la puerta, seguido de Eric.
– No me importa guardar la compra. Además, tú necesitas descansar.
– Tú también, después del día que has tenido. Tú y esa pobre chica. ¡Y Samson! -Pronunció el nombre del hombre como si acabara de enterarse de la situación.
Teniendo en cuenta lo que tenía en mente -la seguridad de su hijo y una mujer nueva en el pueblo a la que abordar- Chase comprendía su lapsus mental. Su madre era la persona más amable y cariñosa del mundo y, a pesar de la actitud casi siempre belicosa de Samson, a Raina le caía bien. Incluso le llevaba sándwiches cuando lo veía por los jardines cercanos al local de Norman's. Aunque él no le mostraba ningún aprecio, Raina lo trataba como a un amigo.
Su madre se paró antes de llegar a la puerta y se volvió hacia Chase.
– ¿Cómo está el pobre Samson? ¿Se sabe algo de él? -Había abierto unos ojos como platos y se la veía realmente tan preocupada que a Chase casi se le partió el corazón.