– Totalmente de acuerdo.
Román, junto con Chase, se encaminó a los ascensores que conducían al aparcamiento.
– No me extraña que el senador Carlisle se presente a las elecciones a vicepresidente -comentó Chase sobre la noticia que lo había llevado a la capital. Román asintió.
– A mí tampoco. Ese hombre es un modelo de perfección política, incluso estando casado en segundas nupcias.
Afortunadamente para Chase, Jacqueline Carlisle, la difunta esposa del senador, había nacido y crecido en Yorkshire Falls, lo cual le daba a Chase un pretexto para ir a Washington.
– Dado que el actual vicepresidente es demasiado viejo y no tiene ganas de presentarse a las elecciones, nuestro presidente puede aprovechar para el modelo. Alguien con carisma y refinamiento.
– El senador Michael Carlisle, de Nueva York -declaró Román.
– Sí. Me he informado sobre él. Después de la muerte de Jacqueline, su primera esposa, Carlisle se casó con su compañera de piso y mejor amiga de la universidad. Madeline Carlisle crió a la primera hija del senador, Sloane, y luego ella y el senador tuvieron gemelas, Edén y Dawne. -La perfección política, como había dicho Román.
– ¿Has visto alguna foto de la hija mayor del senador?
Chase negó con la cabeza.
– Sólo un vistazo fugaz de las gemelas o alguna mala foto tomada de lejos. ¿Por qué? Román se echó a reír.
– Porque me parece que te gustará lo que vas a ver. El ascensor está por aquí. -Señaló a la izquierda.
– Desde el punto de vista profesional, todo lo relacionado con los Carlisle me gusta. -Porque, salvo que se produjera algún escándalo o cometiese alguna estupidez, el apuesto y destacado senador iba camino de la presidencia, y Chase pensaba utilizar su vinculación a Yorkshire Falls para llevar a cabo un buen trabajo periodístico.
Román se echó a reír.
– ¿Eres consciente de que al preguntarte por la hija de Carlisle no te estaba hablando de trabajo? -Entornó los ojos. -Por supuesto que no. Siempre tan por encima de todo, siempre tan profesional. -Se puso serio. -Fuiste mi modelo, ¿sabes?
El orgullo que destilaba su voz hizo que Chase se sintiera como un farsante. Román había conseguido más en la vida que Chase.
– Y tienes razón -continuó su hermano pequeño, ajeno a los pensamientos de Chase. -Esta noticia te brinda la oportunidad perfecta de ir más allá del periodismo de provincias. Con el enfoque adecuado, alguno de los grandes periódicos podría fijarse en ti.
Al oír las palabras de su hermano, a Chase empezó a subirle la adrenalina de una forma que no recordaba desde que asistió al funeral de su padre y enterró sus sueños. Pero la paciencia y la lealtad familiar habían dado sus frutos. Por fin le había llegado la hora.
Las puertas del ascensor se abrieron y entraron en él.
– Y resulta que yo tengo el enfoque adecuado. El que hará que te adelantes a quienes siguen el rastro de Carlisle. ¿Quieres saber lo que no te conté por teléfono? -preguntó Román.
– Claro. -Chase dejó su bolsa en el suelo y miró a su hermano, expectante.
– Charlotte es amiga de Madeline Carlisle. Es dienta de su tienda de lencería aquí en Washington, y acabaron haciéndose amigas. Buenas amigas. Madeline no concede muchas entrevistas, pero puedo conseguirte una exclusiva cara a cara con la esposa del senador.
A Román le brillaban los ojos de emoción, incrementando con ello la de Chase, cuyos instintos se agudizaban ante la perspectiva de un gran artículo.
– Román.
Su hermano alzó la mirada.
– ¿Sí?
A Chase no se le daba bien expresar sus sentimientos ni se sentía cómodo haciéndolo. Sus hermanos estaban acostumbrados a sus largos silencios. Lo comprendían mejor que nadie. Ladeó la cabeza.
– Gracias.
Román lo observó con los ojos empañados.
– Yo diría que te lo debía, pero probablemente no estuvieras de acuerdo. Así pues, digamos que eres muy bueno y que te lo mereces, y dejémoslo así.
Chase asintió.
– Me parece bien.
– Una cosa más -añadió Román mientras la puerta del ascensor se abría al oscuro aparcamiento. -Washington no sólo es bueno para las intrigas políticas. También tiene una buena cantidad de mujeres disponibles.
Chase frunció el cejo.
– Pensaba que estabas felizmente casado.
– Yo sí, pero tú no, hermano.
Sloane Carlisle intentó combinar su precioso minivestido color fucsia con una chaqueta negra formal, pero el resultado le pareció horrible. Las prendas de Betsey Johnson eran para lucirlas, no para ocultarlas. Decepcionada, relegó el modelo al fondo del armario, junto con el resto de su ropa retro. No podía ponerse un vestido de un color tan cantón, con una falda tan corta y con la espalda al aire. No el día en que su padre, el senador, anunciaría su decisión de aceptar la oferta de presentarse a candidato a la vicepresidencia en las siguientes elecciones.
Exhaló un suspiro, cogió un traje chaqueta azul pastel de Chanel y lo colocó encima de la cama. Aunque no era su estilo preferido, esa opción conservadora resultaba mucho más adecuada para la hija mayor del senador Carlisle. Aunque Sloane solía considerarse el bicho raro de una familia de políticos que siempre estaba en el candelero, comprendía la necesidad de pensar antes de vestirse, hablar o actuar, por si la prensa iba a la caza de noticias. Y Sloane siempre se comportaba como su familia esperaba de ella.
Al cabo de veinte minutos y con media hora de antelación, llegó a la suite de su padre. Sus padres se habían establecido temporalmente en un hotel de Washington y habían dejado su casa del estado de Nueva York. Habían decidido organizar una última reunión familiar antes de que empezara el frenesí de los medios de comunicación.
Estaba a punto de llamar a la puerta cuando oyó una voz que susurraba enfadada.
– No pienso quedarme de brazos cruzados y tirar por la borda el trabajo de veinticinco años. -Reconoció la voz de Franklin Page, el jefe de campaña de su padre, su mano derecha y amigo desde hacía mucho tiempo.
Frank solía reaccionar de forma exagerada ante las crisis, y sus bramidos no la asustaron. Levantó la mano para llamar a la puerta, que estaba ligeramente entreabierta, cuando el ayudante de Frank, Robert Stone, habló y evitó que ella entrara.
– ¿Dices que ese Samson afirma ser el padre de Sloane? -resopló con evidente incredulidad.
– Hace algo más que afirmarlo.
Sloane tomó aire sorprendida y apretó los puños. Eso era imposible. Jacqueline y Michael Carlisle eran sus padres biológicos. No tenía motivos para creer otra cosa. Sin embargo, se le encogió el estómago y sintió náuseas.
– ¿Tiene pruebas? -preguntó Robert en voz tan baja que Sloane tuvo que aguzar el oído, y aun así se perdió parte de la respuesta de Frank.
– No las necesita. Michael lo ha corroborado -declaró Frank, esta vez lo suficientemente alto como para que ella lo oyera. -Pero se niega a actuar en su propio beneficio y hacer algo con ese tal Samson. -Se produjo un breve silencio. -Maldita sea, ¿no se te ocurre nada mejor que dejar la puerta abierta? Michael y Madeline están al caer. Ya habrán acabado sus compras. No puede enterarse de lo que hemos planeado.
– ¿De qué se trata?
– Busquemos un poco de intimidad y te lo contaré todo. Ese tal Samson es una amenaza para la campaña. Y hay que eliminar todas las amenazas.
Frank era un gritón, pero nunca profería amenazas porque sí. Sloane tragó saliva justo cuando los otros le cerraban la puerta en las narices, dejándola fuera de la suite de su padre y, si las palabras de Frank eran ciertas, fuera de su propia vida.
Cuando acabaron de cenar, Chase había sido testigo de más felicidad conyugal por parte de su hermano y cuñada de la que era capaz de soportar de una sentada, de modo que, mientras Román se marchaba a casa con Charlotte, que estaba cansada, Chase decidió investigar la vida nocturna de Washington y el ambiente de los solteros. Tras preguntar por ahí, encontró el local perfecto donde relajarse y desconectar.