Sloane era distinta porque no era una de ellos. No sabía quién era, y esa noche le daba igual. Siempre había habido una mujer desinhibida en su interior, y ahora quería liberar a la Sloane tanto tiempo reprimida.
– Siempre he pensado que se le da demasiada importancia a las palabras -dijo el desconocido.
– Yo también. -Al día siguiente no estaría de acuerdo. Pero esa noche quería olvidar.
Sloane le rozó el brazo a propósito. La electricidad fue abrasadora y le llegó al fondo del estómago mientras las vibraciones de él la rodeaban tentándola. El hombre se acercó más a ella. A sólo un suspiro de distancia. Podían besarse fácilmente y ella sintió deseos de dejar atrás sus inhibiciones.
Sloane Carlisle nunca había sobrepasado los límites del decoro. Salía con hombres conocidos, hombres aceptados por su familia, y no se acostaba con extraños.
Sin embargo, siempre había querido nadar en aguas ignotas. Quedarse fuera después del toque de queda. Abordar a aquel hombre tan sexy y arriesgarse.
Y dado que su voz áspera y ronca enviaba flechas de fuego candente a su interior, estaba dispuesta a aprovechar el deseo que le recorría las venas. Estaba lista para esa aventura.
Inhaló su aroma viril y almizclado, que se mezclaba de forma embriagadora con el toque de alcohol de su aliento y Sloane se humedeció los labios, imaginando que saboreaba los de él.
A Chase se le oscurecieron los ojos por la excitación.
– ¿O sea que estamos en el mismo barco? -dijo él.
El significado de sus palabras estaba claro y ella no quería confundirlo. Colocó su mano encima de la de él, curtida, y entrelazó los dedos con los suyos, fuertes y largos.
– El mismito -reconoció ella con un tono de voz ronco que casi le resultaba desconocido.
Chase se levantó, pidió la cuenta de los dos y dejó un billete de veinte dólares para pagarla.
– Mi hotel está en la esquina.
O sea que era un turista. Mejor aún. Así no se arriesgaba a encontrárselo otra vez después de esa noche. Sloane se levantó y dejó la bebida tal como estaba.
No necesitaba el alcohol para darse ánimo. Independientemente de cuál fuera su verdadero apellido, estaba convencida de la decisión que tomaba. Había llegado el momento de seguir su instinto y de rebelarse contra todas las cosas de su vida que la habían constreñido. Lo cogió de la mano. Al día siguiente volvería al mundo real, pero esa noche se trataba de materializar lo que había soñado cuando creía ser la primogénita del senador Carlisle.
CAPÍTULO 02
Sloane tuvo tiempo más que suficiente para echarse atrás mientras se dirigían al hotel, pero no había llegado hasta ahí para cambiar de opinión. El la cogía de la mano con fuerza y, cuando entraron en el vestíbulo, se dio cuenta de que nadie los miraba. Sin sus famosos padres al lado, en Washington nadie se fijaba en ella.
Chase se paró y la miró. Sloane advirtió en sus ojos el mismo deseo que la consumía.
– Tengo que pasar por recepción. -La dejó un momento para hablar con el recepcionista y se reunió con ella en seguida.
A Sloane el corazón le latía con fuerza en el pecho cuando entraron en el ascensor y las puertas se cerraron detrás de ellos.
Él le dedicó una intensa mirada.
– No he salido esta noche con esta intención, pero… -se encogió de hombros como si no supiera qué decir a continuación- me alegro de haberte encontrado.
Sloane sonrió porque lo entendía. Ella tampoco había ido al bar a buscar un rollo de una noche, sino para beber y aturdirse, para olvidar un rato su pena. Pero lo había mirado a los ojos una sola vez y se había quedado embelesada.
Para ella, la noche no podía acabar de otra manera.
– Yo tampoco iba a por un hombre. -Soltó una tímida carcajada. -Pero también me alegro de haberte encontrado.
Chase apoyó una mano en la pared, pasándola por encima del hombro de ella. Era alto, tenía una presencia imponente, pero no obstante, su porte pausado y su actitud tranquila hacían que se sintiera cómoda. Segura. E hipnotizada por aquellos preciosos ojos azules; era capaz de olvidarse de todo menos de él. Y ése era precisamente su principal objetivo.
– Creo que ha llegado el momento de que nos digamos el nombre. -Chase esbozó una sonrisa persuasiva.
El nombre, no el apellido. Eso podía permitírselo, pensó ella, hasta que se dio cuenta de que Sloane era demasiado distintivo, demasiado fácil de reconocer en Washington, desde el momento en que su padre planeaba lanzarse al ruedo de la política de altos vuelos.
– Faith -respondió, dándole su segundo nombre.
– Es bonito -dijo él con voz ronca. Se enroscó un mechón del pelo de ella en el dedo, y ese simple gesto le resultó curiosamente excitante a Sloane.
– Yo me llamo Chase.
Ella sonrió.
– Te pega. No me preguntes por qué.
Riendo, él le rodeó la cintura con el brazo y la acercó. Su olor viril la embargó como un potente afrodisíaco. El hombre bajó la cabeza, pero antes de tener tiempo de nada más, las puertas del ascensor se abrieron y en los labios de Sloane quedó un cosquilleo, la espera del contacto con lo desconocido.
El la condujo a su habitación cogida de la mano y, tras introducir la tarjeta-llave, entraron en la suite. El dormitorio quedaba al otro lado de la puerta abierta, al fondo, y el salón, aunque tenía el aspecto y el olor de una habitación de hotel impersonal, cuando él dio un paso hacia ella, perdió toda la frialdad. Chase la estrechó entre sus brazos. Con su mirada profunda y su contundente presencia física, la envolvió en un calor intenso.
La miró a los ojos mientras bajaba la cabeza y la besaba por primera vez. Sus labios eran suaves pero decididos, sin vacilaciones ni inseguridad en su tacto masculino. Aunque no lo conocía, a Sloane le servía de áncora de salvación durante la tormenta de su vida. Le permitió relajarse y sentirse segura, aferrarse a él y aceptar todo lo que le ofrecía. Le devolvió el beso, entregada.
Chase le puso las manos en las mejillas, sujetándole la cabeza para poder devorarle los labios. Le dio mordisquitos, se introdujo el labio inferior de ella en la boca y luego la besó profundamente recorriendo su boca con la lengua. Momento a momento, Sloane sentía cómo el fuego crecía cada vez más en su interior, así como la necesidad imperiosa de tocarlo. Le sacó la camisa de la cinturilla de los vaqueros y colocó las manos contra su cálida piel.
Chase exhaló un gemido ahogado y le deslizó los dedos entre el pelo mientras dejaba un reguero de húmedos besos en la mejilla hasta detenerse en el cuello. Le estaba borrando todo de la mente, la incredulidad, el dolor, el daño y la angustia de la jornada, hasta que llegó un momento en que sólo fue capaz de pensar en él. Los pezones se le endurecieron y los pechos se le hincharon mientras, entre las piernas, sentía una humedad lúbrica.
Inclinó la cabeza hacia atrás para facilitarle el acceso a su garganta, para que lamiera con más fuerza esa piel sensible, como un preludio para pasar a otras partes de su cuerpo más excitadas. La embargó una oleada de sensaciones y lo abrazó por la cintura más fuerte en respuesta a sus caricias.
– Oh, sí. -Sloane oyó su propia voz como si viniera de lejos, baja, ronca y llena de deseo.
– ¿Te gusta? -preguntó él.
Ella se obligó a separar sus espesas pestañas para mirarlo.
– Supongo que es una pregunta retórica, ¿no?
Chase esbozó una seductora sonrisa y prosiguió acariciando con su lengua la piel sensible del cuello de ella.
– Humm. -Él sabía lo que hacía, pensó Sloane. -Faith.
Tardó unos instantes en darse cuenta de que le estaba hablando.
– ¿Sí?