– Cielo santo -musitó Chase. Ninguna mujer debería hacerle sentir tan bien. Sobre todo una a la que acababa de conocer, que desconocía lo que le gustaba y lo que no. Sin embargo, sabía perfectamente qué hacer para excitarlo. Cuánto veía en esos ojos verdes. Habían conectado y lo notaba en su cuerpo, en cada centímetro recorrido de su interior.
Sloane resultaba femenina y suave al tacto, tenía los pezones duros y se le excitaban al tocarle el pecho. Siguió todas sus embestidas, llevándole cada vez más allá mientras sus cuerpos se fundían y él ardía en deseos de explotar. Pero no quería hacerlo solo. Deseaba que alcanzaran juntos el clímax. Deslizó la mano entre sus cuerpos e introdujo el dedo entre sus pliegues húmedos para aumentar la presión y hacerla llegar al orgasmo.
Fue recompensado con un gemido de estremecimiento, y movió las caderas con la intención de profundizar la estimulante tensión. Ella tenía los muslos juntos, sus músculos lo envolvían con un calor húmedo. A cada embestida se situaban al límite, resistiendo por mera fuerza de voluntad.
– Chase.
Se sorprendió al oír su nombre en boca de ella. Porque, por mucho que hubieran intimado, por muy cercano que se sintiera, apenas habían hablado. Se obligó a abrir los párpados.
Se encontró con los grandes ojos verdes de ella.
– Date la vuelta.
Chase la miró boquiabierto.
– ¿Qué?
– Después de lo de hoy, necesito tener el control -le explicó, mientras lo apartaba ligeramente con el cuerpo y cambiaban de postura a la vez, hasta que él estuvo boca arriba y ella sentada a horcajadas encima. Sloane se estremeció al notar que ahora la penetraba mucho más hondo que antes. -Oh, Dios mío.
Chase tragó saliva, porque él también lo sintió, pero la sensación vino acompañada de conciencia. Para ella, esa noche era mucho más que sexo fácil. Huía de algo y lo utilizaba para olvidar. Pero su cuerpo no estaba para hacer preguntas.
Y con aquella preciosa cara y aquellos pechos exuberantes encima de él, no pensaba resistirse.
– Lo que tú prefieras -le dijo.
Un destello de agradecimiento se reflejó en sus rasgos y entonces, por fin, Sloane empezó a moverse, meciendo las caderas, estrechándolo lo máximo posible con sus músculos internos hasta que el maremoto se apoderó de ellos una vez más. Sin previo aviso, se tumbó encima de él y le besó en los labios mientras seguía describiendo un movimiento sistemático y giratorio con las caderas. Mantenía la tensión y la acrecentaba mientras su monte de Venus presionaba contra su entrepierna, proporcionándole sensaciones que él jamás había sentido antes.
A cada embestida descendente de la pelvis, Sloane emitía un gemido suave y excitante. Estaba a punto, igual que él, y mantenía la presión, acercándolo cada vez más al estallido. En esos momentos sólo tenía una cosa en mente: esa mujer y la intensidad de las sensaciones que le producía mientras seguía extrayéndole la savia, aun mucho después de que él hubiese eyaculado.
Incluso cuando inició la pausada vuelta a la realidad, ella seguía estremeciéndose encima de él, en un orgasmo largo y prolongado. Al cabo de unos minutos, la respiración de Chase recuperó un ritmo más lento. Lo mismo que sus pensamientos. Tenía treinta y siete años y nunca había experimentado una sesión de sexo tan increíble con ninguna mujer.
Nunca. Y necesitaba unos instantes para asimilar la sensación.
Pero antes de que se diera cuenta, ella se movió y se dispuso a levantarse, lo cual lo pilló totalmente por sorpresa.
– Espera. -Estiró el brazo, pero apenas consiguió rozarle la espalda. -¿A qué viene tanta prisa?
Ella se volvió, pero Chase sólo le vio la melena despeinada y el perfil elegante.
– Pensaba que querrías que me marchara. -Soltó una carcajada tan forzada que a Chase le tocó algo por dentro. -Así evitamos la incomodidad de la mañana siguiente -añadió a modo de explicación.
El comprendió que deseaba tomar el camino más fácil, pero todavía no había acabado con ella. Y esperó que ella tampoco hubiera acabado de desearle.
– Preferiría que te quedaras. -Se apoyó en el codo y le recorrió la espalda con un dedo. -Si no te parece mal.
Ella se volvió hacia él con expresión confundida y asombrada. Chase la entendía perfectamente, porque él se sentía igual.
– Esto es una locura -dijo la mujer.
– Estoy de acuerdo. -Se pasó una mano por el pelo y esperó. -Me quedo -decidió ella al fin.
– Bien. -Se excusó un momento para ir al baño y, al volver, la estrechó entre sus brazos.
– A veces está bien hacer locuras, supongo. -Se echó a reír y dejó que su cuerpo vibrara, cálido y delicioso, en contacto con el de él.
Chase apoyó la mejilla en su melena rojiza, inhalando su aroma. -Esta noche necesitaba hacer alguna locura -explicó él. -Hasta ahora, mi vida siempre había transcurrido por los cauces previstos. -Pensó en la rutina que había seguido durante los últimos diecinueve años. -Lo esperado -prosiguió, recordando cómo había criado a sus hermanos y se había convertido en el modelo para ellos. -Y he vivido sobre todo para los demás.
– Me recuerda mucho a mi vida -musitó ella.
Chase le apartó el pelo rebelde de la cara y dejó que se acurrucara más contra él. Evitaba pensar en lo raro que era que quisiera pasar la noche abrazado a aquella mujer suave y dispuesta. Pero por una vez, le apetecía hacer lo que le dictaban sus deseos.
– Esta noche me había prometido que sería el inicio de una nueva vida, sólo para mí.
– Suena fantástico -convino ella exhalando un suspiro.
– ¿Por qué no sigues mi ejemplo? -sugirió él. Chase no tenía ni idea de lo que la tenía preocupada o apenada pero, al igual que él, era obvio que esa noche se había permitido ser libre. No debería regresar a una vida de limitaciones, ni vivir para los demás.
– Hay gente que confía en mí -dijo ella relajada. -Aunque mi vida entera haya sido una mentira, todavía se espera de mí que haga lo correcto. -Su voz se tornaba más y más soñolienta a medida que hablaba.
A Chase le picó la curiosidad. No sólo porque era periodista y las frases ambiguas le daban que pensar, sino porque ella le tenía intrigado. Demasiado. Acababa de iniciar su proceso de realización personal. No le apetecía cargar con los problemas o necesidades de otras personas. Ya había apechugado lo suficiente en la vida y era demasiado propenso a hacer lo que se esperaba de él. Parecía algo característico de los Chandler.
Así pues, era perfecto que a la mañana siguiente cada uno siguiera su camino, pensó, también adormilándose.
El sonido sofocado de un llanto despertó a Chase de un sueño profundo y reparador. Tardó unos instantes en ubicarse y, al hacerlo, se dio cuenta de que estaba en la habitación de un hotel, en Washington D.C., con una mujer a la que había conocido la noche anterior y que lo había dejado alucinado tras un encuentro sexual increíble. A la que él había pedido que se quedara cuando se disponía a marcharse.
Lo invadió una sensación incómoda de culpabilidad y desasosiego. Ella se había desplazado al otro extremo de la cama y Chase le tocó el hombro.
– ¿Te arrepientes? -le preguntó. Porque, por increíble que pareciera, él no lo lamentaba en absoluto.
– ¿De lo de anoche? No. De mi vida y de cómo he vivido, ya lo creo que sí.
El tornillo que le atenazaba el corazón se aflojó. No le apetecía tener que lidiar con arrepentimientos ni recriminaciones.
– Poco se puede hacer con el pasado aparte de dejarlo atrás y seguir adelante.
Ella soltó el aire con fuerza.
– Sabias palabras.
– ¿Qué quieres que te diga? Yo soy un hombre sabio. -Ya me pareció que eras una persona de fiar. -¿Crees que podrás volver a dormirte? -Si me frotas la espalda, a lo mejor.