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Ella se deslizó hacia Chase, quien le masajeó los tensos músculos de los hombros.

– Humm.

Él le acarició la piel suave y fragante del cuello. Olía y sabía deliciosa.

– Estaba a punto de decir lo mismo.

Chase se irguió, se colocó encima de ella, con el estómago sobre su espalda y la entrepierna entre las nalgas de ella. Sloane ronroneó de satisfacción y la erección de Chase fue inmediata.

– Ya sé lo que de verdad me ayudaría a dormir -dijo ella, contoneando las caderas bajo el cuerpo de él, antes de cerrar las piernas y apresar su miembro.

El deseo de ella resultaba obvio.

– Quieres que te deje agotada, ¿verdad?

– Oh, sí.

A Chase no le hacía falta una segunda invitación. Cogió otro condón que había dejado en la mesita de noche por si acaso y se lo enfundó rápidamente antes de disponerse a penetrarla.

– ¿Así? -preguntó con el rostro pegado a la nuca de ella mientras penetraba despacio en su jugosa feminidad.

– Oooohhh -gimió suavemente. -Es perfecto.

Y lo era. Chase no alcanzaba a comprender aquella confianza y comprensión inherente entre ambos, ni tampoco la cuestionaba. Supuso que tenía que ver con su decisión de vivir la vida de acuerdo con sus deseos, y con el hecho de que ella hubiera decidido lo mismo, aunque sólo fuera por una noche.

Cuando hubieron saciado su deseo una vez más, Sloane se durmió junto a él con la melena esparcida sobre la almohada, totalmente relajada. Lo había hecho por ella. Igual que ella había hecho algo por él. Lo había ayudado a dar el primer paso para liberarse de las responsabilidades y las limitaciones.

La mañana siguiente, cada uno seguiría su camino, pero no antes de que él pidiera desayuno para dos al servicio de habitaciones y se diera un festín con ella, y de ella, por última vez.

Sin embargo, cuando se despertó, debido al sol que se filtraba por las ventanas e inundaba el cuarto de luz, su visitante se había marchado. Chase se frotó los ojos, preguntándose si se había imaginado toda aquella aventura.

Pero su fragancia femenina seguía en el aire y él se había despertado con una erección, dispuesto a satisfacer su deseo una vez más. Ni ella ni la increíble noche que habían pasado eran fruto de su imaginación. Le había dado un impulso fabuloso para emprender la realización de sus sueños y empezar su nueva vida.

Pero una parte de él se sentía decepcionado por no haber tenido más tiempo. Esa misma parte que deseó que se hubieran conocido en un momento distinto de la vida, en otras circunstancias. Si él fuera otra persona y no hubiera tenido que criar a sus hermanos, se preguntó si hubieran tenido alguna posibilidad como pareja. Se pellizcó el puente de la nariz, absorto en esos pensamientos absurdos.

– ¡Anímate, hombre! -musitó. Se levantó y se dispuso a darse una ducha caliente, pero le resultaba imposible quitársela de la cabeza.

Al recordar la primera vez que ella había intentado marcharse, Chase soltó una risa forzada. Después de todo, había conseguido evitar la incomodidad de la mañana siguiente.

CAPÍTULO 03

Sloane regresó a su apartamento alrededor de las siete de la mañana. Se dio una ducha rápida, se cambió y se encaminó al hotel en el que su vida había sufrido un cambio drástico. Y eso no sólo porque hubiese descubierto que Michael Carlisle no era su padre, sino porque por fin había empezado a liberarse de las restricciones de su existencia. Se había permitido comportarse guiada sólo por sus impulsos y deseos. Y, al hacerlo, había encontrado a Chase.

Un hombre con el que había pasado una sola noche, pero al que nunca olvidaría. A Sloane no le gustaban las aventuras de una noche. No le gustaba el sexo sin más. Y la noche anterior no había planeado ligarse a un hombre en el bar, por lo menos no hasta que había mirado aquellos soñadores ojos azules. Con una sola mirada, él la había instado a hacer caso omiso de sus reservas habituales. Al pedir la misma bebida que ella a pesar de tener una cerveza recién servida delante, la había intrigado. Al ofrecerse a escuchar, se la había ganado. Le daba igual que ésa hubiera sido su intención, o no. No le había parecido un hombre que sólo procurase por sus intereses y, tras pasar la noche entre sus brazos, se dio cuenta de que su primera impresión había sido acertada.

No sólo era guapísimo, sino que comprendía sus necesidades de forma innata. ¿Qué otra explicación había para el champán que no habían llegado a beberse? ¿Y para que no la hubiera dejado marchar? Y luego la sensación que había tenido de que el destino la había emparejado con un hombre que, según él mismo había reconocido, siempre había hecho lo predecible, que había vivido para contentar a los demás. Lo mismo que ella. Aunque no sabía más detalles, Sloane se dio cuenta de que tenían más en común de lo que habría cabido esperar de un rollo de una noche.

Pero eso era lo que había sido y, aunque le quedaban recuerdos y fantasías que revivir más adelante, por el momento tenía que dejarlos. Ahora los asuntos familiares eran más apremiantes. De todos modos, deseaba a Chase lo mejor al comienzo de su nueva vida y sabía que pensaría en él a menudo mientras ella seguía adelante con la suya, intentando encontrarle un sentido.

Se detuvo frente a la puerta de la habitación de hotel de sus padres, sin saber muy bien cómo plantear el asunto. Su padre debía de estar con reuniones de última hora y repasando su discurso, pero Madeline estaría en el cuarto.

Su madrastra era una mujer hermosa, por dentro y por fuera, y dado su porte tranquilo, era la esposa perfecta para un político. También había sido una madre maravillosa. Había aparecido después de la muerte de Jacqueline, cuando Sloane tenía ocho años, y tenía que reconocer que jamás la había tratado de forma distinta a sus verdaderas hijas, las gemelas Edén y Dawne; Sloane la adoraba.

Lo cual hacía que le resultara aún más difícil comprender la mentira. Meneó la cabeza e hizo acopio de valor para llamar a la puerta, que se abrió al cabo de unos instantes.

– ¿Dónde has estado? -Madeline cogió a Sloane de la mano y le dio un abrazo maternal. -Cuando no apareciste anoche en la cena, tu padre y yo nos quedamos muy preocupados.

¿Dónde estaba el porte tranquilo de su madrastra?, se preguntó Sloane mientras le devolvía el abrazo. Aunque Madeline estaba ya preparada para la rueda de prensa, vestida al estilo de Jacqueline Kennedy y con la corta melena morena bien peinada y el rostro perfectamente maquillado, no podía disimular la preocupación que tenía grabada en el rostro.

A pesar de que contaba con un buen motivo para faltar a la cena familiar, Sloane se sintió culpable de haberla preocupado.

– Lo siento. -Se retorció los dedos, intentando encontrar las palabras adecuadas. -Pero necesitaba estar sola. Para pensar.

– ¿En qué? -Madeline le apartó el pelo del hombro, igual que hacía cuando era una niña. -Puedes contármelo.

Sloane asintió.

– Creo que es mejor que nos sentemos. -Siguió a su madrastra al sofá de la zona de estar de la suite, la misma estancia en la que había oído hablar a Frank y Robert la noche anterior. -¿Estamos solas?

Madeline asintió.

– Tu padre está reunido con Frank en su habitación y las gemelas se han ido de compras.

– Espero que les hayas puesto un Límite -dijo Sloane riendo. Como era habitual en las chicas de diecisiete años, a sus hermanas les encantaba ir de compras, y cuando estaban en casa, al norte del estado de Nueva York, siempre se quejaban de la falta de buenos centros comerciales.

– Les he dado dinero y les he confiscado las tarjetas de crédito. -A Madeline le brillaban los ojos de risa pero en seguida se puso seria. -Cuéntame qué sucede.

Las bromas quedaron relegadas. A Sloane le temblaban las rodillas y respiró hondo.

– Ayer sí vine a la cena. Llegué media hora antes, y tú y papá aún no habíais vuelto todavía de comprar. -Apretaba y abría los puños, intentando combatir las náuseas y el miedo. -Frank estaba con Robert, y hablaban sobre una amenaza para la campaña de papá.