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El rostro del hombre se tensó, consciente del sarcasmo.

– ¿Es usted de la familia?

La miraba con curiosa fijeza, lo que para ella era desconcertante y casi rayano en lo ofensivo.

– ¿Puedo preguntarle en qué medida es de su incumbencia? -le preguntó ella fríamente.

El hombre la miró con mayor fijeza aún y de pronto hubo en sus ojos un brillo de reconocimiento pero, aunque le hubiera ido la vida en ello, Hester no habría podido decir cuándo se habían visto. Curiosamente, él no hizo comentario alguno.

– Estoy investigando el asesinato de Joscelin Grey. No sé si usted lo conocía.

– ¡Dios mío! -exclamó ella involuntariamente, aunque se dominó al momento-. En ocasiones me han dicho que carezco de tacto, pero me parece que usted supera todo límite. -Era mentira, la campeona del género era Callandra-. Se merecería que le dijese que yo era su novia… y que seguidamente cayese desmayada.

– Entonces tendría que tratarse de un compromiso secreto -le replicó él-. Y si es aficionada a las historias románticas clandestinas, no le extrañe que a veces alguien hiera sus sentimientos.

– Cosa que usted sabe hacer a la perfección. -El viento le azotaba la falda mientras seguía preguntándose por qué aquel hombre había dado muestras de conocerla.

– ¿Conocía a Grey? -repitió él ahora irritado.

– Sí.

– ¿Cuánto tiempo duró la amistad?

– Si no recuerdo mal, nuestra relación duró unas tres semanas.

– Un periodo de tiempo extraño para una relación.

– ¿Qué periodo de tiempo encuentra normal para la relación con una persona? -preguntó ella.

– Me refiero a que es un periodo breve -explicó dando muestras de una cautelosa condescendencia-. No creo que usted fuera amiga de la familia. ¿Lo conoció poco antes de que muriera?

– No. Lo conocí en Shkodér.

– ¿Dónde?

– ¿Es usted duro de oído? -inquirió-. Lo conocí en Shkodér.

Hester se acordó de los aires paternalistas del general y de pronto acudieron a su memoria todas las ocasiones en que había sido objeto de humillación, recordó a los oficiales del ejército que consideraban que allí las mujeres sobraban, que no eran otra cosa que adornos o útiles para el recreo personal, pero no seres humanos en el sentido lato de la palabra. Las mujeres de clase alta eran seres a los que había que mimar, dominar y proteger contra todo, incluso contra la aventura, la toma de decisiones o cualquier tipo de libertad. En cuanto a las de clase baja, o eran putas o criadas y se podían utilizar como si fueran ganado.

– ¡Ah, sí! -admitió él frunciendo el ceño-. Fue herido. ¿Estaba usted con su marido?

– No, no estaba con mi marido. – ¿Por qué le pareció particularmente ofensiva aquella pregunta?-. Yo estaba allí para cuidar heridos, para ayudar a la señorita Nightingale y a otras como ella.

El rostro del hombre no mostró aquella admiración y profundo respeto próximo a la veneración que solía despertar aquel nombre, lo que molestó en cierto modo a Hester. Daba la impresión de que lo único, que le interesaba era Joscelin Grey.

– ¿Atendió usted al comandante Grey?

– Sí, entre otros. ¿Le importa si prosigo mi paseo? Aquí parada me entra frío.

– Por supuesto. -El hombre se puso a su paso y continuaron, juntos, el impreciso camino de hierba que conducía a un grupo de robles-. ¿Qué impresiones le han quedado de él?

Hester se esforzó en discernir entre sus recuerdos y la imagen que se había hecho a través de las palabras de la familia de Grey, del llanto de Rosamond, del orgullo y amor de Fabia, del vacío que la desaparición del hijo había dejado en la felicidad de la madre y quizá también en la de Rosamond, de la mezcla de exasperación y… tal vez de envidia que seguía persistiendo en sus hermanos.

– Recuerdo más su pierna que su cara -dijo Hester con toda franqueza.

La miró con la indignación pintada en el rostro.

– Mire, señora, no me interesan sus fantasías de mujer ni menos su sentido del humor, a decir verdad bastante peculiar. Lo que yo hago es investigar un asesinato particularmente brutal.

Hester perdió completamente la ecuanimidad.

– ¡Usted es un idiota incompetente! -le gritó de cara al viento-. Usted es un fatuo y un ignorante y no se le ocurren más que cosas sucias. Yo le vendé y le limpié la herida que, por si lo había olvidado, estaba en la pierna. Como en la cara no tenía herida alguna, no se la miré con más atención que la cara de los diez mil heridos y muertos que tuve ocasión de ver. Si apareciera ahora y me dirigiese la palabra, no lo reconocería.

El hombre puso cara de indignación y rabia.

– Sería un hecho memorable, señora. Hace ocho semanas que lo mataron… y lo dejaron reducido a papilla. -Si se figuraba haberla impresionado con sus palabras, se había equivocado de medio a medio.

Hester tragó saliva y lo miró directamente a los ojos.

– Eso me recuerda el campo después de la batalla de Inkermann -dijo con voz inalterable-. Allí por lo menos sabíamos qué les había pasado… lo que no sabíamos era por qué.

– Pues nosotros sabemos qué hicieron a Joscelin Grey… pero no sabemos quién se lo hizo. Por fortuna no tengo la obligación de dar explicaciones sobre la guerra de Crimea… sólo de la muerte de Joscelin Grey.

– Lo cual parece encontrarse fuera de su alcance -dijo Hester con evidente brusquedad-. Pues mire, en esto no puedo serle de ninguna ayuda. Lo único que recuerdo es que era un hombre excepcionalmente simpático, que soportó la herida con la misma entereza que la mayoría de los que se encontraban en circunstancias parecidas y que durante su convalecencia dedicó mucho tiempo yendo de cama en cama alentando y animando a los demás, especialmente a aquellos que por su estado tenían la muerte más cerca. De hecho, ahora que lo pienso, se portó admirablemente. Lo había olvidado por completo. Dio ánimos a muchos moribundos, escribió cartas a sus familiares en nombre de ellos, refirió por carta su muerte a los parientes y seguramente los ayudó a sobrellevar la desgracia. Verdaderamente no hay derecho a que superara todas estas cosas para que lo asesinaran al regresar a su casa.

– Fue un asesinato extremadamente violento. Tal como lo golpearon era evidente la furia y el odio del asesino. -Al fijar en Hester su mirada, le sorprendió el brillo de inteligencia que descubrió en su rostro, un rasgo muy intenso y turbador que le produjo un hondo desasosiego-. Estoy convencido de que fue alguien que lo conocía. No se puede odiar tanto a una persona desconocida.

Hester se estremeció. Pese a que el campo de batalla era en sí mismo horrendo, la diferencia que existía entre aquella carnicería sin sentido y la maldad extremadamente personal del asesinato de Joscelin Grey seguía siendo abismal.

– Lo siento -dijo Hester, ahora más amable, pero aún presa de la tensión que aquel hombre desencadenaba en ella-. No sé nada de Joscelin Grey que pueda ayudarle a encontrar a la persona que busca. Si supiera algo, se lo diría. El hospital tenía unos archivos, seguramente puede encontrar en ellos qué otras personas convivieron con él, aunque supongo que ya habrá hecho averiguaciones en este sentido…

Por la expresión sombría de su rostro, Hester se dio cuenta al momento de que no las había hecho, lo que pareció agotar su paciencia.

– Entonces, ¿quiere tener la bondad de decirme qué ha estado haciendo durante estas ocho semanas?

– Cinco de ellas las he pasado en cama recuperándome de unas lesiones -le espetó-. Me parece que usted da muchas cosas por sentadas, señora. Usted es arrogante, dominante, tiene muy mal genio y se da muchos aires. Y saca conclusiones carentes de todo fundamento. ¡Oh, Dios, cómo detesto a las mujeres inteligentes!

Hester se quedó un momento en suspenso pero no tardó en tener la respuesta a flor de labios.

– A mí, en cambio, me encantan los hombres inteligentes -sus ojos lo recorrieron de arriba abajo-, lo cual significa que de ninguna manera podemos estar a gusto juntos.