Hizo la visita a última hora de la tarde, ya que pensó que era un buen momento para encontrar a Imogen en casa, preguntando, eso sí, por Charles.
Lo recibieron con educación, pero nada más. La doncella estaba demasiado bien aleccionada como para dejar ver que su visita le causaba sorpresa. Tuvo que esperar unos minutos antes de que lo hicieran pasar a la salita, donde pudo percatarse una vez más de la discreta comodidad de la estancia.
Charles estaba de pie junto a una mesilla de la ventana mirador.
– Buenos días, señor… Monk -dijo con evidente frialdad-. ¿A qué debo esta nueva atención?
Monk sintió un peso en el estómago, como si todavía llevase pegado encima el olor de las barracas. Quizás era muy evidente qué clase de hombre era, dónde trabajaba, en qué se ocupaba, y siempre había sido así. Había estado demasiado absorto en sus propios sentimientos para prestar atención de los sentimientos de los demás.
– Sigo haciendo averiguaciones en torno al asesinato de Joscelin Grey -replicó con una cierta ampulosidad. Sabía que Imogen y Hester también estaban en la habitación pero no quería mirarlas. Hizo una ligera inclinación sin levantar los ojos y un gesto similar en dirección a ellas.
– Pues ya va siendo hora de que llegue a alguna conclusión, ¿no cree? -Charles levantó las cejas-. Nosotros lo lamentamos muchísimo, naturalmente, porque Grey era amigo nuestro, pero no hace falta que nos tenga al día de los progresos de sus pesquisas o de la ausencia de las mismas.
– Naturalmente -respondió Monk, cediendo a la acrimonia ante la ofensa, plenamente consciente de que él no pertenecía ni pertenecería nunca al mundo de aquel saloncito claro y gracioso con su mobiliario almohadillado y de castaño bruñido-, ni yo podría permitírmelo. Deseo hablar de nuevo con usted precisamente porque usted era amigo del comandante Grey. -Tragó saliva-. Como es natural, al principio consideramos la posibilidad de que hubiera sido víctima de un ladrón, después pensamos que podía tratarse de una cuestión de deudas, tal vez deudas de juego o algún préstamo de dinero. Ya hemos explorado todos estos caminos y volvemos a encontrarnos, lamentablemente, frente a lo que parece más probable…
– Creía que ya se lo había dicho antes, señor Monk. -La voz de Charles transparentaba aspereza-. ¡No queremos saber nada de este asunto! Y si quiere que le hable con franqueza, no quiero que ni mi esposa ni mi hermana se angustien escuchando lo que haya venido a decirnos. Quizá las mujeres de su… -buscó la palabra menos ofensiva- de su ambiente sean menos sensibles a este tipo de cosas. Para desgracia suya, deben de estar más acostumbradas a la violencia y a los aspectos sórdidos de la vida. Pero mi hermana y mi esposa son mujeres distinguidas para quienes estas cosas son completamente desconocidas. Tengo que pedirle que respete sus sentimientos, por favor.
Monk notó que se le habían subido los colores a la cara. Sintió un deseo casi doloroso de devolverle la grosería, pero la presencia de Imogen, a muy pocos pasos de distancia, lo desarmaba. Le importaba muy poco lo que pudiera pensar Hester; en realidad, habría disfrutado discutiendo con ella y, como el agua fresca en la cara, habría sido incluso estimulante.
– No es mi intención angustiar innecesariamente a nadie, señor. -Pronunció las palabras entre dientes, articuladas a la fuerza-. No he venido a informarle, sino a hacerle unas preguntas más. Lo único que intentaba era explicarle el motivo de dichas preguntas al objeto de que se sintiera más libre de contestarlas.
Charles parpadeó. Se apoyaba ligeramente en la repisa de la chimenea y envaró el cuerpo.
– No sé nada en absoluto del asunto y, como es natural, tampoco mi familia.
– De haber podido, no dude de que lo habríamos ayudado -añadió Imogen.
Monk tuvo la momentánea impresión de que Imogen estaba avergonzada ante aquellos manifiestos aires de superioridad que se daba Charles.
Hester se levantó, atravesó la habitación y se colocó frente a Monk.
– A nosotras todavía no nos ha hecho ninguna pregunta -indicó a Charles, cargada de razón-. ¿Cómo vamos a saber si podemos responderlas o no? No hablo en nombre de Imogen, por supuesto, pero yo no me siento ofendida en lo más mínimo porque me hagan preguntas. De hecho, si te consideras capacitado para enfrentar la idea de asesinato, a mí me ocurre lo mismo. Considero que tenemos este deber.
– Querida Hester, no sabes lo que dices. -El rostro de Charles se había endurecido y extendió la mano hacia su hermana, pero ésta lo evitó-. Este asunto puede comportar cosas muy desagradables de las que tú no tienes ninguna experiencia.
– ¡Menudo disparate! -saltó ella al momento-. Tengo experiencia en multitud de cosas que no has imaginado ni en tus pesadillas. He visto hombres muertos a golpes de sable o abatidos por un cañonazo, he visto hombres congelados, hombres que habían muerto de hambre o consumidos por la enfermedad…
– ¡Hester! -estalló Charles-. ¡Por el amor de Dios!
– Pues no digas que soy incapaz de soportar una conversación de salón sobre un desgraciado asesinato -remató ella.
Charles tenía el rostro arrebolado e ignoró a Monk.
– ¿No se te ha pasado por tus nada femeninas mientes que Imogen tiene sentimientos y que ha llevado una vida bastante más decorosa que la que tú elegiste? -le preguntó-. ¡De veras que a veces te pones insoportable!
– Imogen no es ni remotamente tan indefensa como tú te figuras -le replicó Hester, las mejillas teñidas de leve rubor-, ni tampoco está dispuesta a ocultar la verdad porque hacerlo puede comportar una conversación desagradable. La tienes en muy poco, Charles.
Monk miró a Charles y tuvo la plena seguridad de que, de haberse encontrado solo con su hermana, era seguro que le habría puesto las peras a cuarto… aunque dentro de sus escasas posibilidades. Monk estaba contento de que aquel asunto no fuera de su incumbencia.
Imogen se hizo cargo de la situación y se volvió a Monk.
– Decía usted, señor Monk, que se veía abocado a una inevitable conclusión. Le ruego que nos diga de qué se trata. -Lo miró directamente a los ojos y Monk vio que estaba molesta, casi a la defensiva.
Jamás había conocido a nadie que pareciera estar tan dotado de una vida interior tan intensa, ni tan sensible al dolor. Monk se quedó unos segundos sin saber qué contestar. Los momentos quedaron en suspenso en el aire. Ella levantó un poco más la barbilla pero no apartó los ojos.
– Yo… -comenzó a decir Monk y después vaciló e intentó hablar de nuevo-: La persona que… quien lo mató era alguien a quien él conocía. -Estaba recuperando la voz de manera mecánica-. Alguien a quien él conocía bien, de su misma posición y círculo social.
– ¡Pamplinas! -lo interrumpió Charles con viveza, desplazándose al centro de la habitación como si quisiera enfrentarse físicamente con él-. Las personas del mismo círculo social de Joscelin Grey no van por ahí matando a la gente. Si no sabe hacer nada mejor, más le vale abandonar el caso y cedérselo a otra persona más competente.
– ¡Ahórrate estos modales, Charles! -A Imogen le brillaban los ojos, su rostro se había teñido levemente de color-. No tenemos motivos para suponer que el señor Monk no sea un profesional competente ni mucho menos pruebas para afirmarlo.
Charles notó que todo el cuerpo se le había puesto en tensión, la impertinencia era intolerable.
– Imogen -comenzó a hablar fríamente pero, recordando tal vez aquella fragilidad femenina a la que había hecho referencia, modificó el tono de voz-, es lógico que todo este asunto te altere los nervios, lo comprendo muy bien. Quizá sería mejor que te retirases, fueras a tu habitación y descansaras un rato. Vuelve cuando te hayas tranquilizado. ¿Y si tomaras una tisana?