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Alcanzó a oír los pasos de Monk antes de verle acercarse. Se volvió cuando ya casi estaba a su lado. Se detuvo a un paso de distancia y sus ojos se encontraron. Habría sido ridículo demorarse en cortesías.

Monk no demostraba sentir temor alguno; su mirada era tranquila y resuelta, pero Hester sabía qué pozo hueco y cuántas incógnitas se escondían tras aquella mirada. Hester fue la primera en hablar.

– Imogen se entrevistó con usted después de la muerte de mi padre con la vana esperanza de que usted pudiera descubrir alguna prueba que demostrase que no se trataba de suicidio. La familia estaba hundida. Primero la muerte de George en la guerra, después la de papá por disparo de arma de fuego que, gracias a la amabilidad de la policía, pudo pasar por un accidente, pese a que era del dominio público que se había suicidado. Había perdido una gran cantidad de dinero. Lo que pretendía Imogen era salvar algo del naufragio… tanto para Charles como para mi madre.

Se calló un momento tratando de conservar la compostura, pero era evidente que sentía un dolor muy profundo.

Monk permaneció totalmente inmóvil, sin intervenir, lo que Hester le agradeció. Al parecer, había entendido que debía decirlo todo de una tirada, o de lo contrario no podría decirlo nunca.

Soltó un lento suspiro y continuó.

– Para mamá ya era demasiado tarde, porque todo su mundo se había venido abajo. Se había muerto su hijo pequeño, le había caído encima la desgracia económica y, después, el suicidio de su marido… no sólo la pérdida, sino también la vergüenza del hecho en sí. Mamá murió diez días más tarde… murió de pena…

Nuevamente se vio obligada a callar durante varios minutos. Monk no dijo nada, pero extendió la mano y apretó con fuerza y decisión la de Hester. La presión de sus dedos fue como el salvavidas que lleva hasta la orilla.

A lo lejos, un perro correteaba por la hierba y un niño pequeño empujaba un aro.

– Imogen fue a verlo a usted sin que Charles lo supiera… porque él no lo habría aprobado. Ésta es la razón de que ella ya no volviera a hablarle a usted del asunto… y por supuesto ignoraba que usted hubiese perdido la memoria. Dice que usted la interrogó sobre todo lo que había ocurrido con anterioridad a la muerte de papá y, en los encuentros siguientes, también le preguntó acerca de Joscelin Grey. Ya le contaré lo que ella me dijo… -Por el Row pasaron a medio galope un par de jinetes inmaculadamente vestidos. Monk seguía cogiéndole la mano.

»Mi familia conoció a Joscelin Grey en marzo. En casa nadie había oído hablar de él y se presentó de forma completamente inesperada. Vino de noche. Usted no llegó a conocerlo, pero era un hombre simpatiquísimo… incluso yo lo recuerdo pese a que su paso por el hospital de Shkodér fue muy breve. Solía confraternizar con los heridos y a menudo les escribía cartas a aquellos que estaban demasiado enfermos como para poder hacerlo ellos mismos. Tenía la sonrisa y la risa fáciles, siempre un chiste a punto. Contribuyó mucho a levantar la moral de la gente. Por supuesto que su herida no era muy importante, tampoco sufrió el cólera ni disentería.

Se pusieron a caminar lentamente para no llamar demasiado la atención. Caminaban muy juntos.

Hester se esforzó en trasladarse con el pensamiento a aquella época, a sus olores, a la intimidad con el dolor, al cansancio constante y a la piedad. Se imaginó a Joscelin Grey tal como lo había visto la última vez, renqueando escaleras abajo con un cabo a su lado, bajando al puerto para embarcar hacia Inglaterra.

– Era un poco más alto que la media -dijo en voz alta-, delgado, los cabellos rubios. Le quedó una ligera cojera… supongo que, de haber vivido, la habría tenido siempre. Al presentarse en casa, dio su nombre, dijo que era el hermano más pequeño de lord Shelburne, que había participado en la guerra de Crimea y que había sido declarado inválido. Les contó su historia, les habló del tiempo que había pasado en Shkodér y les dijo que su tardanza en visitarles se debía a su herida.

Al mirar a Monk, Hester leyó la pregunta antes de que él la formulara.

– Dijo que había conocido a George… antes de la batalla del Alma, en la que George perdió la vida. Por supuesto que mi familia lo recibió con los brazos abiertos por su amistad con George, pero también porque les gustó. Mamá todavía estaba muy apesadumbrada. Ya se sabe que cuando un muchacho va a la guerra tiene muchas posibilidades de morir, pero saberlo no prepara para enfrentar los sentimientos que se desencadenan cuando el hecho fatal ocurre. Para papá supuso una gran pérdida, según Imogen me contó, pero para mi madre fue el final de algo sumamente precioso. George era el hijo pequeño y ella siempre le había tenido un cariño especial. Era… -Se esforzó en rememorar la infancia, un jardín cerrado con un sol propio-. Se parecía mucho a mi padre… la misma sonrisa, el mismo cabello aunque más oscuro, como el de mi madre. Le gustaban los animales y era un excelente jinete. Supongo que sería lógico que se alistara en la caballería. Como era normal, la primera vez que estuvo en casa no le hicieron muchas preguntas sobre George. Habría sido una descortesía, una falta de consideración a su amistad, pero lo invitaron a volver cuando quisiera o tuviera tiempo disponible…

– ¿Volvió? -Monk habló por vez primera, su voz era tranquila y la pregunta era lógica, pero había preocupación en su rostro y un velo en su mirada.

– Sí, varias veces y, pasado un cierto tiempo, papá consideró que había llegado el momento de preguntar por George. Habían recibido cartas suyas, por supuesto, pero George les había dado muy pocos detalles -sonrió con tristeza-, lo mismo que yo. Ahora me pregunto si no habríamos debido contar más cosas. O por lo menos contárselas a Charles. Ahora vivimos en mundos diferentes y, si se las contara ahora, no haría más que angustiarlo inútilmente.

Miró más allá de Monk y contempló a una pareja que seguía el mismo camino, los dos cogidos del brazo.

– Ahora ya tiene muy poca importancia. Joscelin Grey volvió otra vez y se quedó a cenar y entonces empezó a contarles cosas de Crimea. Dice Imogen que él era siempre muy delicado con las palabras, que no utilizaba nunca un lenguaje impropio y que, aunque mamá estaba muy abatida y se entristeció mucho al conocer las condiciones espantosas en que estaban, Joscelin parecía tener un especial sentido de lo que podía decirse sin traspasar los límites de la pena y la admiración para caer en el horror puro y simple. Les habló de batallas, pero no les dijo nada del hambre ni de las enfermedades y siempre les habló tan encomiásticamente de George, que se sintieron orgullosos de escucharlo.

»Por supuesto que también le hicieron preguntas acerca de sus hazañas. Había sido testigo de la Carga de la Brigada Ligera en Balaclava y les habló del valor sublime de los soldados, de que nunca se había visto soldados más valientes ni más leales al deber, aunque también les confesó que aquella carnicería había sido la cosa más espantosa que había presenciado en su vida, entre otras cosas porque fue tan inútil. Se habían lanzado a caballo contra las armas enemigas; él así lo contó.

Hester se estremeció al recordar las carretas cargadas de muertos y heridos, los esfuerzos realizados durante toda la noche, la inutilidad de aquel esfuerzo, la sangre. ¿Había experimentado Joscelin Grey alguna cosa de las avasalladoras emociones de ira y piedad que ella sentía?

– Les explicó que no habían tenido la menor posibilidad de sobrevivir a la carga -dijo con voz tranquila, tan baja que casi quedó apagada por el murmullo del viento-. Imogen dijo que Joscelin estaba furioso y que comentó cosas terribles de lord Cardigan. Creo que ése debió de ser el momento en que más me habría gustado Joscelin.