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Aunque poco, aquello ya era algo, un punto de partida para empezar a trabajar.

– ¿Tiene usted idea de dónde puedo encontrar ahora al señor Marner?

– No, en absoluto. Aunque se lo pregunté a Imogen, tampoco ella sabe nada al respecto.

– ¿Sabe su nombre de pila?

Hester volvió a negar con un gesto.

– No, usted sólo citó su nombre de pasada. Siento no poder ayudarlo.

– Me ha ayudado. Por lo menos ahora sé lo que hacía antes del accidente. Ya cuento con un punto de partida.

Era una mentira, pero no habría conseguido nada diciendo la verdad.

– ¿Cree que asesinaron a Joscelin Grey por algo relacionado con el negocio? ¿Le parece que él habría sabido algo de ese tal señor Marner? -preguntó Hester con una gran tristeza en el semblante al verse forzada a recordar, aunque sin eludir por ello la reflexión-. ¿Sería fraudulento el asunto y quizás él lo descubrió? Monk tenía que mentir una vez más.

– No lo sé. Tendré que volver a empezar desde el principio. ¿Sabría decirme de qué negocio se trataba o por lo menos los nombres de algunos de los amigos de su padre que invirtieron dinero en él? Así podrían darme detalles.

Hester le dio varios nombres y Monk los anotó, direcciones incluidas. Después le dio las gracias un poco torpemente, habría deseado que ella supiera que le estaba muy agradecido aunque sin el embarazo que les hubiera supuesto a ambos tener que decirlo con palabras. Le estaba agradecido por su franqueza, por su comprensión exenta de lástima, por aquella tregua momentánea en las discusiones y los cálculos sociales.

Monk vaciló buscando las palabras precisas, pero Hester le tocó ligeramente el brazo con la mano y lo miró a los ojos un momento. Por un instante, Monk pensó en la amistad que acababa de surgir entre los dos, algo más profundo que un vínculo romántico, más limpio, más sincero, pero se esfumó enseguida. Entre él y cualquier otra persona se interponía el cuerpo machacado de Joscelin Grey.

– Gracias -dijo con voz tranquila-. Me ha hecho un favor inmenso. Le agradezco el tiempo que me ha dedicado y su sinceridad. -Monk sonrió a Hester mirándola directamente a los ojos-. Buenas tardes, señorita Latterly.

12

El nombre Marner no le decía nada a Monk y, al día siguiente, incluso después de haber estado en las tres direcciones que le había dado Hester, seguía sin otros datos que aquel nombre y la naturaleza del negocio: importación. Y a lo que parecía, nadie más conocía al escurridizo señor Marner. Todo lo que sabía de él lo sabía por Latterly a través de Joscelin Grey. El negocio consistía en la importación de tabaco de Estados Unidos y prometía una elevada rentabilidad, con la participación de cierta casa turca. Nadie sabía nada más; excepto, claro está, la enorme suma necesaria para poner en marcha la empresa y el incremento previsible de las fortunas de todos los participantes.

Monk no salió de la última casa hasta muy avanzada la tarde, pero no podía permitirse el lujo de perder tiempo. Comió poquísimo, simplemente unos bocadillos que compró a un vendedor ambulante, y seguidamente se dirigió a la comisaría para solicitar la ayuda de un especialista en fraude empresarial. Por lo menos él podría proporcionarle nombres de comerciantes en tabaco y quizás incluso darle el nombre de la casa turca en cuestión.

– ¿Marner? -repitió el hombre en tono amable, pasándose los dedos entre sus escasos cabellos-. La verdad es que no conozco el nombre. Y dice que no sabe el nombre de pila, ¿verdad?

– No, pero planeó la constitución de una empresa dedicada a la importación de tabaco de América, que debía mezclarse con tabaco turco y venderse con un margen de beneficios.

El hombre puso una cara muy seria.

– No me gusta nada, la verdad. Yo el tabaco turco no lo aguanto, pero a fin de cuentas lo que me gusta es el rapé. ¿Ha dicho Marner? -Movió negativamente la cabeza-. ¿No se referirá por casualidad al viejo Zebedee Marner? Supongo que ya ha probado con él, de lo contrario no me lo preguntaría. ¡Menudo pájaro! De todos modos, que yo sepa no se ha metido nunca en negocios de importación.

– ¿A qué se dedica?

El hombre enarcó las cejas, sorprendido.

– ¿No anda un poco despistado, Monk? ¿Qué le pasa? -le dijo mirándolo de reojo-. Tiene que conocer por fuerza a Zebedee Marner. No se le ha podido acusar nunca de nada porque es escurridizo como una anguila, pero sabemos que es propietario de la mitad de las casas de empeño, talleres clandestinos y burdeles de la zona de Limehouse, en Isle of Dogs. Personalmente creo que también consigue porcentajes de la prostitución infantil y del opio, aunque es muy astuto y se guarda mucho de acercarse a los lugares de consumo. -Lanzó un suspiro y puso cara de asco-. Claro que esto algunos prefieren ignorarlo.

Monk casi no se atrevía a abrigar esperanzas. De tratarse del mismo Marner, estaría por lo menos ante algo que podría explicar los motivos. Esto devolvía el asunto a los bajos fondos, al dominio de la codicia, del fraude y del vicio. Podía ser una razón para que Joscelin Grey matase a alguien pero, ¿por qué había de ser él la víctima?

¿Daría por fin con algo que permitiera, finalmente, condenar a Zebedee Marner? ¿Acaso Grey estaba confabulado con Marner? Pero Grey también perdió el dinero. ¿O no?

– ¿Dónde puedo encontrar a Marner? -preguntó con prisas-. Necesito verlo y el tiempo apremia.

No podía perder tiempo buscando direcciones. Le daba igual si este hombre lo tomaba por un tipo excéntrico o por un incompetente. De todos modos, al cabo de muy poco ya no tendría importancia.

El hombre miró a Monk como si de pronto se agudizara su interés e irguió mucho el cuerpo.

– ¿Sabe usted algo de Marner que yo no sepa, Monk? Hace años que intento cazar a este hijo de perra. ¿Me lo deja a mí? -Su cara reflejaba ansiedad y en sus ojos brilló una lucecita como si de pronto hubiera atisbado el fulgor repentino de una satisfacción que hasta ahora le había estado vetada-. No me interesa figurar, ni diré nada. Lo único que quiero es ver la cara que pone cuando lo pesquen.

Monk lo comprendía, pero lamentaba no poderle hacer este favor.

– No tengo nada contra Marner -respondió-, ni sé siquiera si el negocio que estoy investigando es ilícito o no, pero hay de por medio un suicidio y quiero averiguar el motivo.

– ¿Por qué? -Sentía curiosidad y era evidente que estaba desorientado, inclinó ligeramente la cabeza a un lado-, ¿Cómo es que le interesa un suicidio? Me figuraba que estaba con lo de Grey. No me diga que Runcorn le ha consentido dejar el caso… ¿sin meterle un buen paquete?

O sea que hasta aquel hombre estaba enterado de la animosidad de Runcorn contra él. ¿Estarían enterados todos? ¡Seguro que Runcorn había sabido todo el tiempo que había perdido la memoria! ¡Cómo debía reírse a sus espaldas de aquella confusión en que andaba metido, de todos sus fallos!

– No -le dijo Monk torciendo el gesto-, todo forma parte de lo mismo. Grey participaba del negocio.

– ¿Importación? -Su voz se elevó una octava-. ¡No me diga que lo mataron por una remesa de tabaco!

– No, por tabaco no, pero se había invertido mucho dinero en el proyecto y parece que la empresa se fue a pique.

– ¿Ah, sí? Entonces Marner ha emprendido un nuevo rumbo…

– Suponiendo que sea el mismo Marner -dijo Monk curándose en salud-, cosa que todavía no sé. No sé nada absolutamente del personaje, salvo el nombre; y bien, sólo una parte del nombre. ¿Dónde encontraré a ese Marner?

– En el número trece de Gun Lañe, Limehouse. -Vaciló un momento-. Si averigua algo, Monk, ¿querrá decírmelo? Siempre que no sea Marner el asesino, claro, que es de lo que usted anda detrás, ¿no?

– No, no, solamente busco información. Si encuentro pruebas de que hubo fraude, se lo comunicaré. -Sonrió con aire impenetrable-. Le doy mi palabra.