– Alex no es comparable a un perro, madame -protestó Dev, aunque sonriendo-. Que sea una buena presa para toda madre casamentera es, sin embargo, indiscutible.
– ¿De veras? -Joanna experimentó una extraña inquietud en el estómago-. Desconocía que lord Grant estuviera buscando esposa.
– Oh, dudo que él desee una esposa -explicó cándidamente Dev-. Pero actualmente Balvenie carece de heredero.
– Entiendo. Por supuesto -una familiar frialdad empezó a devorarle el corazón. También David había querido tener un hijo-. Sí, la mayor parte de los hombres desean tener un heredero.
Aunque había pretendido adoptar un tono indiferente, algo en su voz debió de haber llamado la atención de Dev, porque éste le lanzó una rápida y sorprendida mirada. Joanna le sonrió entonces inocentemente y el ceño del joven se despejó del todo. Era demasiado fácil de engañar.
Tanto tiempo les llevó abrirse paso entre la multitud que para entonces el cotillion había terminado y la orquesta, al ver acercarse a Alex con su pareja, atacó en su honor una animada versión de la marcha patriótica Rule Britannia, de Thomas Arne. Mirándolo, Joanna pudo ver que permanecía absolutamente impasible. Colgada literalmente de su brazo, Lottie tenía una expresión radiante mientras la sala entera estallaba en un espontáneo aplauso.
– Habría sido más apropiado -le susurró Joanna a Dev- que tocaran la Much Ado About Nothing, también del señor Arne: mucho ruido y pocas nueces.
Alex le lanzó entonces una inescrutable mirada y Joanna descubrió que la había oído. Dev miraba perplejo a uno y a otra.
– Tengo la impresión, lady Joanna, de que ninguno es del agrado del otro. ¿Me equivoco? Cuando Alex me dijo que ni vos ni él compartíais una relación, um… íntima… yo pensé que él simplemente se mostraba… -se interrumpió, confuso, desmintiendo así la sofisticación que sugería su aspecto.
– Me temo que tengo mis prejuicios contra los exploradores, señor Devlin -repuso Joanna, apiadándose de él-. Sobre todo después de haberme casado con uno.
– Oh, pero David era un hombre admirable -le aseguró Dev, iluminándose de repente su expresión-. Desde que era niño, era mi héroe.
– Mucho me temo que los héroes suelen ser hombres de convivencia difícil -al ver su mirada de asombro, añadió con tono amargo-: Siempre es difícil responder a las expectativas creadas.
La marcha patriótica terminó con una floritura, sonaron de nuevo los aplausos y Alex hizo una agradecida reverencia a la multitud antes de que Lottie lo arrastrara al siguiente baile, una contradanza.
– Espero que Alex disculpe mi osadía -le dijo Dev a Joanna mientras se incorporaban a la danza-. De hecho, me sorprendió que os pidiera el baile. La combinación de su vieja herida y su falta de afición lo mantiene habitualmente fuera de la pista.
Joanna también se había sorprendido. Aunque la lesión de su pierna no parecía grave, tampoco podía imaginárselo bailando cómodamente durante media hora seguida una contradanza como la que estaba ejecutando en aquel momento. No le había pasado desapercibido su gesto de disgusto cuando Lottie le preguntó por las heridas del oso polar, sobre las que no había querido extenderse. Al igual que el asunto de su popularidad como explorador y la muerte de su esposa, aquello no constituía tema de discusión alguno: su actitud lo dejaba bien a las claras. Era demasiado autoritario e intimidante.
– Si Alex aceptó la invitación de la señora Cummings fue únicamente como un favor personal hacia mí -le estaba diciendo Devlin-. Os aseguro que no es tan poco servicial como parece.
– Os tomaré la palabra, señor Devlin -repuso Joanna, sonriendo-. Segura estoy, por lo demás, de que a vuestro primo le es indiferente con quien yo pueda bailar, de manera que no corréis peligro alguno de que os llame al orden.
– Eso espero. Aunque ya antes me advirtió que no me acercara demasiado a vos -Dev la miró con expresión de franca admiración-. Cosa de la cual no puedo culparlo, madame.
– Vuestro primo es un impertinente -le espetó Joanna al tiempo que lanzaba una furiosa mirada en dirección a Alex, al otro lado de la pista. Dado que le parecía extremadamente improbable que David le hubiera hecho prometer a Alex que la protegiera y velara por ella, sino más bien al contrario, sólo podía suponer que Alex había advertido a su joven primo en su contra porque la consideraba peligrosa para su virtud.
Se permitió observarlo por unos segundos mientras bailaba con Lottie. La señora Cummings estaba convirtiendo una decente contradanza en algo mucho más sensual. Se pegaba a Alex como una hiedra, como si quisiera palpar aquellas presuntas cicatrices de oso polar. Mientras veía a Alex despegar literalmente sus dedos de la pechera de su camisa, Joanna decidió que las persistentes atenciones de su amiga eran la penitencia más amable que se merecía.
– En la nota que me enviasteis esta tarde mencionabais un favor, señor Devlin -dijo de repente, volviéndose hacia el joven-. ¿Cómo puedo ayudaros? Aunque si tiene algo que ver con vuestro primo, os advierto que no tengo absolutamente ninguna influencia sobre él.
– Sé lo que queréis decir, madame -repuso Dev, sombrío-. Alex tiene demasiada seguridad en sí mismo como para aceptar consejos de nadie.
– Estáis diciendo que es un arrogante -dijo Joanna.
– Bueno, supongo que ésa sería una manera de nombrarlo. Lo cierto es que me encuentro en mala disposición con él desde el momento en que renuncié a mi comisión de servicio en la marina para tomar parte en una expedición rumbo a México. Me estaba preguntando… si pudierais dignaros vos a hablar con él, madame, para intentar suavizar un poco la situación entre nosotros.
– Podría intentarlo, pero con ello sólo conseguiría empeorarla, señor Devlin. Me temo que por lo que se refiere a contar con la desaprobación de vuestro primo, os llevo una considerable ventaja.
La figura que adoptó el baile en aquel momento los había llevado muy cerca del lugar donde Merryn estaba charlando con la señorita Drayton. Joanna se dio cuenta de que Devlin se había quedado mirando a su hermana.
– ¿No baila lady Merryn?
– Mi hermana prefiere actividades más intelectuales -explicó Joanna, sonriente. Merryn era una intelectual que no ocultaba su preferencia por las sesudas discusiones antes que por el baile. Lo cual había limitado su círculo de amistades y mucha gente de la buena sociedad, Lottie incluida, la consideraba una extravagante por su falta de frivolidad.
Dev seguía observándola con una sorprendente expresión de interés.
– Lástima, porque estoy seguro de que sería una gran bailarina. Pero admiro a las mujeres que se destacan de las demás.
– Si sois capaz de hablar con ella de arquitectura naval, os aseguro que os ganaréis su aprobación -le dijo Joanna con tono ligero. La música tocó entonces a su fin y tanto Dev como ella se sumaron al aplauso general-. Ha estado asistiendo a las conferencias de la Real Institución con algunas de sus amistades.
– ¿De veras? -frunció el ceño-. Yo asistí a la última de la semana pasada, que versaba sobre el nuevo diseño de las fragatas americanas.
– Entonces me parece a mí que tenéis un interés en común -repuso Joanna con una sonrisa. De pronto le puso una mano sobre el brazo-: Un consejo os doy, señor Devlin. Merryn ha vivido la mayor parte de su vida en la campiña y no está habituada a las formas y maneras de la alta sociedad de la capital. Lamentaría mucho verla… decepcionada de alguna manera.
Una vez más vio el ceño nublar el semblante de Dev, hasta que su expresión se aclaró al tiempo que le cubría una mano con la suya y le presionaba los dedos en un apretón de consuelo.
– No tengáis miedo alguno, madame. Yo no seduzco a las damas jóvenes -se interrumpió-. Bueno, la sinceridad me obliga a admitir que sí lo hago, pero os juro que no haré nada que pueda molestaros en relación con vuestra hermana.