Para entonces, Alex ya se había desembarazado de sus admiradores y se inclinaba para poner una mano sobre el brazo de Joanna.
– Lady Joanna, debemos hablar…
– Como siempre, habéis escogido el peor momento de todos, lord Grant -le espetó-. ¡No tenemos nada que decirnos excepto adiós!
No supo lo que sucedió después. Tan pronto estaba sentada en el landó como, al momento siguiente, Alex se estiró para alzarla en vilo y sentarla sobre su enorme caballo negro, delante de él. Acto seguido avanzó abriéndose camino entre la multitud, que deliraba de entusiasmo. Gritó una dama, una joven debutante se desvaneció por la impresión y otra sufrió un ataque de lo que a Joanna le pareció más bien envidia.
– ¿Qué diablos estáis haciendo? -inquirió ruborizada y disgustada mientras Alex continuaba alejándose de su bulliciosa audiencia.
– Un viejo truco de los pomores rusos -respondió Alex, sombrío-. Por cierto, vuestro lenguaje es impropio de una dama. No es la primera vez que me doy cuenta.
– ¿De veras? -estaba consternada. Y su proximidad física no la ayudaba en nada. Podía sentir la dureza de su pecho contra su espalda, así como la fortaleza de sus muslos. Con su aliento le acariciaba el vello de la nuca. Se estremeció visiblemente-. Aprendí ese lenguaje de mi tío -era un clérigo provisto de un amplio vocabulario para todo lo que se refería al infierno y sus demonios. Suspiró-. ¿Qué es lo que queréis de mí para haberme secuestrado delante de todo el mundo?
– Hablar con vos. Sin audiencia. Quiero ofreceros una explicación.
– No hay nada que explicar.
Medio se había vuelto hacia él. Lo cual demostró ser un error porque se acercaron más todavía: sus brazos la sujetaban como si fueran cinchas de hierro, su expresión era dura, decidida. Fruncía ferozmente el ceño.
– Explotasteis la situación en vuestro propio beneficio -le recriminó ella-. Os servisteis de vuestra popularidad para intentar obligarme a que os aceptara como acompañante -estaba furiosa, pero, más que eso, se sentía traicionada. Ambos podían disentir, pero ella había creído en su sinceridad. En aquel momento se sentía una estúpida ingenua: deslumbrada por la atracción física que experimentaba hacia él y engañada al mismo tiempo por haberlo juzgado una persona sincera y honesta.
– Ya os he dicho que no fue así -pronunció con tono fiero y marcado acento escocés.
Joanna sintió que el corazón le daba un vuelco al escuchar la vehemencia de su voz.
– Lady Joanna… -se interrumpió-. Iban a darme un trabajo de oficina en el almirantazgo -le espetó, brusco-. Para que desfilara por la alta sociedad como héroe y explorador de salón. No quiero ser una celebridad doméstica. Antes preferiría abandonar la marina.
Era la verdad, cruda y sin adorno alguno: Joanna lo supo en cuanto la escuchó. Había tantas cosas que resonaban en su voz, detrás de aquellas palabras… No le suplicó que lo entendiera. Simplemente la miró, y en ese momento Joanna sintió que el mundo entero basculaba fuera de su eje. Todos sus sentidos estaban concentrados en él. Podía sentir su mirada como una caricia.
– Joanna…
– No. No os aprovecharéis de mi maldita susceptibilidad para intentar conseguir lo que deseáis.
Lo vio sonreír: un fogonazo blanco en su tez bronceada.
– Me conocéis demasiado bien.
– Me gustaría rechazar de nuevo vuestra oferta. Y no os miento.
– Lo sé.
Sintió sus brazos cerrarse en torno a ella con mayor fuerza. Sabía que Alex podía percibir su conflicto interno. La excitación la consumía, confundida con el deseo que sentía por su fortaleza, por su protección.
– Ojalá os hundáis en un pozo del infierno -masculló, cediendo al fin. ¿Por qué no podía rechazarlo sin más? Detestaba su propia debilidad. Pero no podía negar el extraño sentimiento de afinidad que sentía hacia él.
– ¿Otra de las expresiones de vuestro tío?
– Sí. ¿Sois consciente de que no me gustáis?
– No podría ser más consciente de ello.
– Entonces tendremos que establecer ciertas reglas entre nosotros.
Sintió que se quedaba muy quieto. Expectante, ya que sabía que estaba a punto de capitular.
– Muy bien.
– Ninguno de los dos mencionará a David en presencia del otro -exigió Joanna-. Nunca. Este acuerdo nuestro será únicamente en beneficio de Nina.
Pudo percibir su sorpresa. Sabía que había esperado de ella una demanda muy diferente.
– Yo creía que en algún momento querríais contarme vuestra versión de la historia en relación con Ware.
– Pues no -declaró, enfática-. No pienso ceder en esto, lord Grant. Sólo si aceptáis esta condición, podréis acompañarme a Spitsbergen.
Vio una extraña e intensa emoción asomar a sus ojos, a la vez que esbozaba aquella sonrisa suya de aventurero. De repente se sintió tan aturdida como una atolondrada debutante en su primera visita a la capital.
– Gracias -repuso con tono suave.
Si no hubiera visto con sus propios ojos la desesperación con que le había confesado su temor de verse atrapado en Londres, jamás lo habría creído. Pero, una vez más, había recuperado su inescrutable reserva.
– Creo que si hemos llegado a un acuerdo… deberíamos dar una imagen de unidad, de consenso -sugirió de pronto Alex.
Joanna se volvió para mirar por encima del hombro la indiscreta marea de gente que los seguía, unos a pie y otros a caballo, deseosos de descubrir cómo acabaría aquel episodio.
Alex siguió la dirección de su mirada y frunció el ceño.
– Permitidme que os acompañe esta noche al baile de lady Bryanstone.
Lo dijo como si no esperara rechazo alguno por su parte. Joanna no pudo por menos que admirarse de nuevo de su arrogancia.
– Lo siento, pero le prometí a lord Lewisham que iría con él -contestó con altivez-. Y creo que deberíais bajarme ahora mismo.
Alex desmontó de inmediato y la ayudó a bajar con la misma facilidad con que antes la había alzado en vilo. Por un fugaz instante, Joanna sintió la presión de su cuerpo contra el suyo, duro, musculoso. Sus pies ya habían tocado el suelo, pero él seguía sin soltarla.
– Lewisham, ¿eh? -le susurró al oído, con su mano sobre la suya-. ¿Siempre elegís acompañantes tan mayores e inofensivos?
Joanna lo miró fijamente. Era consciente de que solía escoger como acompañantes a caballeros de confianza, inofensivos y prácticamente asexuados. En los nada seguros brazos de Alex Grant, que era donde se encontraba en ese momento, se daba cuenta de que si elegía aquella clase de compañías era porque no representaban amenaza alguna. Eran precisamente lo opuesto a Alex, que poseía el infinito encanto de un peligroso aventurero.
– Decidle a Lewisham que habéis recibido una mejor oferta -insistió él-. Decidle que iréis conmigo.
Joanna se estremeció. Después del encuentro que habían tenido en el club de boxeadores, sabía que sería una locura permitir que la acompañara aquella noche. A solas con Alex, al amparo de la oscuridad de la noche londinense, podría olvidarse de los escrúpulos que antes la habían llevado a rechazarlo. Tragó saliva.
– Cuando reciba una mejor oferta, entonces despacharé a lord Lewisham -declaró y se salió del círculo de sus brazos. Quería recuperar el control y escapar al tumulto de emociones que Alex le provocaba. Ahora que ya había aceptado su escolta en el viaje, lo más difícil sería guardar las distancias-. No necesito que ningún explorador me acompañe al baile de lady Bryanstone. No requiero vuestra protección para ello. Que tengáis un buen día.
Ocho
Dos horas llevaba preparándose para el baile de lady Bryanstone y Joanna todavía estaba en bata, debatiendo sobre su peinado con Drury, su doncella personal, cuando John Hagan irrumpió en el vestidor sin llamar a la puerta. Estaba rojo de furia y blandía en una mano un trozo de papel.